TESTIMONIA JUANA COÑOECAR
Tú miras desde arriba y ves el mar y las islas de enfrente.
Tú miras de día y es todo luz.
(Para quien se ha acostumbrado a ver solamente la oscuridad, mirar de día es un milagro).
Yo iba con mi canasto a recoger unas cuantas papas que en el primerizo había, en la planizada que corona las alturas de Tenaún, cerquita de un destronque. Y como bien lo dice un descendiente mío en esto de bien urdir con las palabras: “El lugar estaba como a un par de horas saliendo de Tenaún. Ni las ánimas pasaban por allí (…). Y en esto de terminar mi trajinar por la huella vecinal, y en esto de descansar el hualato para revolver mi melga, en el colinde con la entrada del monte, boca abajo encontré aquél cuerpo, como un dios caído que lucha por entrar a la tierra.
El cuerpo y la sangre eran una misma cosa. La cabeza casi de otro era y más no quise ver, ni su cara ni la sangre que empozada le servía como manta teñida con tepe oscuro. Algún pájaro pasó aleteando. (Después vendría la tarde).
Harto rato me quedé rezando y paralizada y con miedo, marcando cruces en el aire.
(En esa faena me sorprendió el crepúsculo).
Tú miras desde arriba y todo se vuelve noche.
(…) Héctor Véliz Pérez Millán
CONFIESA ANTONIO NAUTO
“Con decirles a ustedes que el rocío, la brisa y el más miserable de los aires, me molestaban.
Con decirles que andar no podía, subirme a caballo no podía, ni soportaba mi cuerpo en carreta el tranco de los bueyes. Malo tenía los cuadriles y la muerte me visitaba continuamente.
Cuarenta había cumplido entrado por junio y a cincuenta no llegaría.
La postradura era mi único destino cuando a mi puerta a tocar vino Ignacio Lonco, porque andaba reclutando indígenas en reunidero, para asociación, me dijo.
Y también afirmó que yo era uno de los elegidos.
Negarme hubiera yo querido pero en mi estado no podía.
Acepté por conveniencia pues llegar a viejo era todo mi deseo. A la rastra, casi, y con no pocos vahídos en la cabeza me llevó donde Mateo Coñoecar, y entre él y mi primo Andrés Netor hicieron presente mi solicitud y los motivos de mi interés por aunarme a ellos. En dentro de la habitación que allí había jurar me hicieron. Era media tarde y entre cuatro detuvimos el tiempo para romancear una oración que repetir no puedo. Yo que era inocente dejé de serlo, y los secretos de la naturaleza sentí conmigo. Después bebí de un pócima y olí aromas que en otro me convirtieron. Cuando estuve en pie mis cuadriles eran los de un muchacho de quince años, y mis ojos traspasaban un monte entero. Sin embargo una mirada de Andrés Netor me devolvió a mi sitio.
Ahora ya no era yo, y mi tiempo no me pertenecía”.
(Extraídos de: ESCRIBANIAS DEL AIRE Y OTRAS MALAVENTURANZAS, libro inédito).
(*) Este fragmento está dedicado a los hermanos huilliches enjuiciados, sometidos y perseguidos por la justicia chilena, antes y después del “Proceso a los Brujos de Chiloé”, llevado a cabo en la ciudad de Ancud, en el año 1880.