Gracias a mi querido amigo Medardo Urbina Burgos, interesado en todo lo que se escribe y publica en y sobre Chiloé, y editor él mismo, he leído un libro precioso: Me lo dijo el chucao, de Rina Cárdenas Ulloa, publicado por Al Aire Libro Editorial, el año recién pasado.
Rina Cárdenas, periodista, nacida y criada en Dalcahue y avecindada en Concepción desde hace varias décadas, me sorprendió con esta publicación que, a mi parecer, deberían gustar a todos los amantes de esas historias que se cuentan por aquí y por allá y que además de simpatiquísimas y sabrosas llevan en sí todo el carácter de una comunidad, así como sus secretos, sus sueños, sus travesuras, sus dolores, sus esperanzas. En fin, eso que Miguel de Unamuno bautizó tan certeramente como la intrahistoria, esos hechos guardados en la memoria de la gente, que poco o nada tienen que ver con la Historia oficial, que no aparecen en los titulares de la prensa, pero que nos permiten conocer íntimamente la vida un pueblo desde una perspectiva personal, que a no dudarlo es también una mirada colectiva, puesto que dichas historias han sido repetidas y repetidas, escuchadas y vueltas a escuchar tantísimas veces por tantísimas personas que llegan a formar parte de la historia oral de la comunidad, y que de no ser que alguien las ponga por escrito, fácilmente se olvidarían por completo al paso de los años. De modo que éste es el primer mérito de Rina Cárdenas Ulloa, aunque no el único, puesto que una cosa es poner por escrito una serie de recuerdos y otra muy distinta es hacerlo con la gracia, el sabor y el ingenio de la recopiladora, a lo que debemos sumar su magnífico uso de nuestra bella lengua.
Para empezar, así como Cervantes dice haber descubierto las andanzas de don Quijote gracias a un manuscrito del «arábigo y manchego» Cide Hamete Benengeli, Rina afirma haber conocido estos relatos gracias a otro personaje, no menos atractivo y cautivador que Cide Hamete, aunque no sea ni árabe ni manchego, ni nada que se le parezca, sino un pajarillo que aunque difícil de ver, se anuncia rápidamente con su agudo canto a cualquiera que se interne un poco en el monte chilote. Me refiero al chucao, que Rina describe de la siguiente manera:
«Si vas al monte y canta el chucao, es mal augurio. Desiste y vuelve a casa. Crecimos desafiando esa advertencia, entrábamos, nos escondíamos, bebíamos de las vertientes y estamos vivos para contarlo. Y fue bueno, porque hoy con muchos años surcando la piel, me entero de la verdad. El chucao es buen augurio y su canto es la repetición de todas las historias del bosque, de las que trae el viento desde el mar, las de lluvia y temporales. El chucao todo lo sabe, es el trovador de las islas chilotas y nadie le disputa tan importante labor.» (Prólogo, 9)
Al Prólogo siguen 56 textos. Los 10 primeros componen la sección titulada «Excesos de infancia,» y los 46 restantes, «Dalcahue,» que es el cuerpo central del libro.
LOS RELATOS
“Excesos de infancia” es una sección compuesta por diez historias brevísimas, retazos de la infancia de la autora, sin títulos, y numerados de I a X. El primero, antes de contar una pequeña historia personal, en la que aparecerán su amiguita Verónica, doña Rosa y el cura Secundino, sirve de explicación y justificación a la escritura de estos relatos: “Una semana de cuarentena preventiva tiene efectos: noche de insomnio. Lo he intentado casi todo, menos contar ovejas. Finalmente, opté por “echarme” en un sofá y soltar.” (I, 11)
De modo que, según se describe, el libro que tenemos en la mano ganó cuerpo y vida gracias a la pandemia que nos azota desde hace poco más de un año, y que viene a demostrarnos que esta anómala situación no ha traído solamente desgracias.
El relato IV comienza así: “¡Tu mamá es fea! me dijo la Malvi, indignada porque yo no quería jugar con ella. ¡La tuya es más fea y tiene uñas amarillas!, respondí furiosa y esperé el contraataque. “Tu mamá es la más fea de todas , es chauquina y anda a medio luto!” (17).
Recuerdos de la edad de la inocencia, con el lenguaje de la inocencia aún no perdida, y mención de costumbres que tal vez nada digan a la muchachada de hoy, como eso de “andar a medio luto”.
Muy al contrario, el relato X lleva a la narradora a un recuerdo que, de golpe y porrazo, la mete en una de curiosa e impensada situación que le hace ver el extraño comportamiento de un trío de adultos: “La vecina tenía un marido y un amor. El marido entraba por la puerta principal y el amor se escabullía por la puerta de la cocina. El marido llegaba a cualquier hora, el amor con el anochecer y se anunciaba con tres golpes suaves en la puerta...” (30). A estas alturas, yo ya estaba pensando que con tales historias, si Gabriel García Márquez hubiera crecido en este pueblo chilote, Dalcahue sería un lugar conocido en todo el planeta.
La segunda sección, “Dalcahue. Minga de relatos”, es precisamente eso, una minga de cuentecitos, una minga de recuerdos reunida en un libro en las palabras de una sola narradora.
Antes de continuar, debo decir que me gusta muchísimo la Historia, pero muchas veces desconfío de ella, puesto que como es sabido “la Historia la escriben los poderosos”. La Historia hace su pega, generalmente a favor de algo o de alguien, pero no siempre da en el clavo o simplemente no le importa dar en el clavo porque lo que quiere valorar es el martillo. Dicho de otro modo, no tengo ninguna duda de que los episodios de la Segunda Guerra Mundial deben tener muchísimas diferencias si los leemos en una versión inglesa, rusa, estadounidense o alemana. Igualmente, no dudo que tras leer todas esas versiones quedaríamos bastante confundidos.
Por eso, siempre he dicho que si queremos conocer la Historia de un pueblo o de una nación debemos leer la literatura escrita en ese tiempo. Asimismo digo, si quieren conocer el Dalcahue del siglo XX desde dentro, no busquen libros de “historias más o menos oficiales”, lean Me lo dijo el chucao u otros libros que se adentren en la intrahistoria de esta comunidad.
Aquí encontraremos personajes, como Cachucho, Panchito Frasco, Petaquita, don Jello, los Caileo, Ballome, la Challo Pigüel, Chagoy, el brujo; el padre Secundino, doña Güina y su hijo Pancho Villa, entre muchísimos otros y otras; tradiciones como los velorios de angelitos, las pruebas de San Juan, los reitorios o reitimientos y los yocos; mitos como el Caleuche, el Trauco y la Pincoya; entretenciones como hacer huihui, jugar a las bochas o con una pelota de trapo, y los malones para los adolescentes; oficios, como valijero, componedor de huesos, encargado de la luz eléctrica; y por supuesto que no podrían faltar las historias de la llegada de la luz eléctrica, del primer teléfono y del terremoto del sesenta.
Pero no se crea que el libro se leerá como una sucesión de historias separadas e inconexas, que ciertamente no es así, porque si bien cada relato tiene su unidad propia es también parte de un todo mayor unido de principio a fin por ese hilo conductor que es un viaje por el Dalcahue de mediados del siglo XX, un pueblo lleno de vida y lleno de historias en el cual la realidad visible y palpable convivía con toda naturalidad con esa otra realidad que no es fácil (o tal vez es imposible) ver pero que parece estar aquí, acompañándonos día y noche, principalmente cuando somos niños o cuando a pesar de los años seguimos manteniendo la inocencia y las creencias adquiridas en nuestros primeros años.
PARA TERMINAR
En alguna parte mencioné a García Márquez, creador de ese Macondo maravilloso que nos ha embelesado con las maravillas contadas en sus cuentos y novelas. Él mismo dijo más de una vez que no había inventado nada, que todo lo que había escrito estaba allí; que lo había visto y vivido. Y yo creo que nos decía la pura y santa verdad. Asimismo, en los relatos de Rina Cárdenas Ulloa veo a Dalcahue (comuna en la que resido actualmente) como un territorio maravillosamente mítico, igual que todas las comunidades y sectores rurales de Chiloé hasta hace unas décadas, y veo en muchos de sus relatos el germen de una obra mayor, una obra que ya veo allí y que seguramente anda dando vueltas en la cabeza de Rina, tal vez a la espera de que se acabe la pandemia y que le llegue el tiempo del reposo para poner en palabras la gran novela mítica de ese Dalcahue que ella conoció y en el que estaba absolutamente todo esperando que alguien se encargue de escribirlo.
Altos de Astilleros, 18 de abril de 2021