Pablo Neruda le había escrito ya tres cartas. En una de ellas le decía que "para tener una buena imagen de la verdad de la pobreza en Chile, debería viajar a la Isla de Chiloé". En otra de sus cartas -escrita en un inglés bastante elemental- le decía que "era una isla situada muy al sur, donde había frio y abundante lluvia, de modo que no se olvidara de llevar un paraguas negro”. También le sugería que visitara un pequeño pueblito llamado Quemchi, donde la modernidad no había llegado aún y era posible captar la realidad pura y prístina del hombre en su más incontaminada esencia. La sugerencia de Quemchi era sin duda influencia de Coloane, quien era muy amigo de Neruda y había nacido en Huite, un lugarejo de “sólo una casa” situado en uno de los más oscuros márgenes del Estero de Tubildad, “a media jornada a lomo de caballo de Quemchi, transitando por la playa a buen tranco en marea baja”. La última de las cartas contenía el nombre y la dirección de Luisa Chijani, una vecina de Ancud, amiga de Neruda, a la cual le solicitaba que prestara la mayor colaboración para el “gringo” que quería fotografiar “la verdad de la pobreza en Chile”. Las cartas, fechadas en los años 1966 y 1967, estaban dirigidas a Milton Rogovin, un fotógrafo norteamericano especializado en captar la verdad de “los eternos olvidados” y cuyas fotografías ya comenzaban a aparecer en las portadas de los libros y revistas más influyentes de todo el mundo, hasta llegar a ser considerado uno de los más importantes fotógrafos documentales de los Estados Unidos.
Un día del verano de 1967, se vio llegar al gringo al pequeño villorrio de Quemchi, con una cantidad de materiales, cámaras, trípodes, accesorios diversos, bultos, cuadernos de notas y … un paraguas negro. Se instaló en una humilde pensión, y desde allí salió con sus bártulos en diversas direcciones, tanto a pie como en bote, en carreta o a caballo, fue captando las imágenes de Huite, Chohen, Linao, Caucahué, Aucar, Tubildad, Colo y tantos lugares aledaños a Quemchi. Quedaron así inmovilizados en las cámaras de Rogovin, paisajes, familias, obreros, mujeres, hombres, niños, puertas, ventanas, embarcaciones a medio construir, cercos, vestigios de incendio, cruces de cementerio, damajuanas, felices borrachines y hasta un músico ciego, con su acordeón Hönner. ¡Gente sencilla! Muchos de ellos nunca habían visto una cámara fotográfica y menos imaginaron que quedarían desde entonces perpetuados para siempre por este gringo amable, “de hablar extraño”.
El tiempo paso con su tranco inexorable y las imágenes quedaron olvidadas en la casa de Rogovin en los Estados Unidos, hasta que un buen día, al término de una conferencia sobre las Odas Elementales de Pablo Neruda, en la Universidad de Villanova, Pensilvania, una dama se acercó a Carlos Trujillo y le dijo que el papá de una amiga de ella tenía una cantidad de fotografías tomadas por su padre en Chiloé y le preguntó si tendría interés en verlas. Trujillo imaginó que las fotografías serían aquellas que los turistas toman al pasar, mientras viajan hacia la Laguna San Rafael, y a decir verdad, no le dio demasiada importancia, pero asintió, aunque más por prudencia que por ganas al ofrecimiento de la dama. Al poco tiempo recibió en su domicilio, en Havertown, Pensilvania, un paquete conteniendo varios libros con hermosísimas fotografías de Chiloé, que lo dejaron atónito. La dama aquella era una amiga de Ellen Rogovin Hart, hija de Milton Rogovin, y las fotografías eran aquellas tomadas en Quemchi en el verano de 1967 a sugerencia de Pablo Neruda y Francisco Coloane.
El libro, de impecable diseño, contiene 200 páginas en las que imagen y verso juegan, bailan, dialogan, ríen y lloran, exteriorizando lo que Rojas describe en la presentación como “la doble imagen de la verdad”. Luego Trujillo -el poeta- lanza los colores mágicos con su espátula de palabras y va coloreando las fotos en blanco y negro, eligiendo armoniosa y bellamente la melodía de las palabras, haciendo hablar y sentir a esos rostros inmóviles, o sufrir a esos pies de niños, agrietados de tanto barro y escarcha de los caminos rurales. Cantaron y dijeron algo los canastos, los botones casi desprendidos del viejo paletó del anciano. Volvió a tocar ese acordeón Hönner del músico ciego de algún lugar de Chiloé, y la familia Vidal quedó eternamente mirando al futuro con incertidumbre, y ese rostro parece decir..: “ojalá el capataz Barrientos me incluya en la cuadrilla de la próxima esquina en Magallanes.. porque.. la platita escasea.. y al chico hay que mandarlo a la escuela en marzo… ¡Mirevé!”
Hasta el fuego habla y esculpe unas formas en el tronco de un árbol. Las estacas de ciprés de las Guaytecas, hacen hablar al campesino. El fotógrafo dice: “parecen trípodes de telescopios para niños grandes” y el chilote responde: “… ¡Qué telescopios van a ser!.. Ahh! Son estacas de ciprés de las Guaytecas, señor… ¡Qué telescopios van a ser!.. ¿De dónde sacó esa palabra tan bonita?” Y la pobreza nos sobrecoge doblemente por la imagen y por el verso: “La vida por su cuenta nos paró en la pobreza / enrumbamos los días en medio de la nada / el viento se colaba por todas las ranuras / trayéndonos los aires de otras geografías / y luego… el terremoto nos cubrió de intemperie.” Hablan las ropas viejas secando al escaso sol del “recalmón”, ajadas y tirillentas: “Te he traído hija… estas ropitas del pueblo / ¡mira que lindas son!” La madre las habrá comprado en alguna baratilla o tal vez las habrá trocado por un almud de papas; la hija habrá de ponérselas, y habrá de encontrarlas lindas, aunque no sepa cómo reordenar las hilachas…
El zapatero de Quemchi expresa su incertidumbre: “Hija,… tenemos que destruir el libro… /Papá… ¡no puedes quemar ese libro de Neruda! / Hija… la vida es más importante en este momento…/ el libro, como la firma de Neruda / terminaron sus vidas en las llamas / El zapatero de Quemchi murió de pena / Era el único comunista del pueblo / … los carabineros …no le permitieron andar solo / ni en su último camino al cementerio…” Las cruces blancas y solitarias de los cementerios chilotes “parecen empinarse” en puntillas “para ver pasar los barcos que cruzan los canales… los cementerios chilotes navegan con el viento…” Y el lanchero de goleta que viene de Talcán, pasa su borrachera más allá del “chaihue” y del almud, del “tonco” y del “yole”, balo las velas enrolladas en la botavara, a la espera de que su lanchón esté “boyante” y enrumbe el regreso a su lejana isla ¡allá en las Desertores”
Y en cada una de las imágenes y en los versos, hablando como en comparsa, va surgiendo en los olores, en los sonidos, en los colores imaginarios, el golpeteo de las olas, en el silencio de esa mujer añosa que mira con un solo ojo, toda la tristeza y la soledad por el esposo que ha puerto y por el hijo que “¡quizás cuándo, Señor! ¡Vaya una a saber!... ¡Se deje venido de la Argentina!”… va emanando uno a uno, el sabor, el sentimiento, la realidad perdida del espíritu chilote en cada una de las maravillosas palabras del poeta y en cada una de las maravillosas imágenes del fotógrafo. Y así, esas pobres y sencillas familias de Quemchi, Chohen, Caucahué, Degañ y alrededores, no pasarán al olvido, y del cieguecito de la acordeón Hönner –que jamás se dio cuenta del fogonazo de Rogovin-, se seguirá escuchando “Caminito”, los sones desafinados de ese tango melancólico, en la empinada calle Blanco de Castro, rescatado por Rogovin y Trujillo de las cenizas del tiempo.
Hasta el fuego habla y esculpe unas formas en el tronco de un árbol. Las estacas de ciprés de las Guaytecas, hacen hablar al campesino. El fotógrafo dice: “parecen trípodes de telescopios para niños grandes” y el chilote responde: “… ¡Qué telescopios van a ser!.. Ahh! Son estacas de ciprés de las Guaytecas, señor… ¡Qué telescopios van a ser!.. ¿De dónde sacó esa palabra tan bonita?” Y la pobreza nos sobrecoge doblemente por la imagen y por el verso: “La vida por su cuenta nos paró en la pobreza / enrumbamos los días en medio de la nada / el viento se colaba por todas las ranuras / trayéndonos los aires de otras geografías / y luego… el terremoto nos cubrió de intemperie.” Hablan las ropas viejas secando al escaso sol del “recalmón”, ajadas y tirillentas: “Te he traído hija… estas ropitas del pueblo / ¡mira que lindas son!” La madre las habrá comprado en alguna baratilla o tal vez las habrá trocado por un almud de papas; la hija habrá de ponérselas, y habrá de encontrarlas lindas, aunque no sepa cómo reordenar las hilachas…
El zapatero de Quemchi expresa su incertidumbre: “Hija,… tenemos que destruir el libro… /Papá… ¡no puedes quemar ese libro de Neruda! / Hija… la vida es más importante en este momento…/ el libro, como la firma de Neruda / terminaron sus vidas en las llamas / El zapatero de Quemchi murió de pena / Era el único comunista del pueblo / … los carabineros …no le permitieron andar solo / ni en su último camino al cementerio…” Las cruces blancas y solitarias de los cementerios chilotes “parecen empinarse” en puntillas “para ver pasar los barcos que cruzan los canales… los cementerios chilotes navegan con el viento…” Y el lanchero de goleta que viene de Talcán, pasa su borrachera más allá del “chaihue” y del almud, del “tonco” y del “yole”, balo las velas enrolladas en la botavara, a la espera de que su lanchón esté “boyante” y enrumbe el regreso a su lejana isla ¡allá en las Desertores”
Y en cada una de las imágenes y en los versos, hablando como en comparsa, va surgiendo en los olores, en los sonidos, en los colores imaginarios, el golpeteo de las olas, en el silencio de esa mujer añosa que mira con un solo ojo, toda la tristeza y la soledad por el esposo que ha puerto y por el hijo que “¡quizás cuándo, Señor! ¡Vaya una a saber!... ¡Se deje venido de la Argentina!”… va emanando uno a uno, el sabor, el sentimiento, la realidad perdida del espíritu chilote en cada una de las maravillosas palabras del poeta y en cada una de las maravillosas imágenes del fotógrafo. Y así, esas pobres y sencillas familias de Quemchi, Chohen, Caucahué, Degañ y alrededores, no pasarán al olvido, y del cieguecito de la acordeón Hönner –que jamás se dio cuenta del fogonazo de Rogovin-, se seguirá escuchando “Caminito”, los sones desafinados de ese tango melancólico, en la empinada calle Blanco de Castro, rescatado por Rogovin y Trujillo de las cenizas del tiempo.
Extracto del Comentario Sobre el Libro Nada Queda Atrás: Dr. Medardo Urbina Burgos,
extraido de la Revista Proa - Tercera Epoca - N°71, Editada en Argentina.
Dr. Medardo Urbina |
Anciana disfrazada de canasto
Fragmento del libro, página 27.
"Allá en la isla el mar
y cuánto mar" (Pablo Neruda)
y cuantas cosas más.
Tú puedes ir por allí y encontrarte en cualquier cosa con presencias de lo
innombrable. En todas partes ocurren cosas. Un perro juguetón puede ser el hijo
de un vecino que te tiene bronca. El pajarito blanco que entró por la ventana de
la cocina y se quedó mirándote tal vez sea un angelito que se murió antes del
bautizo. Agárralo con ternura y hazle un nido, que anda en busca de descanso y
cariño. Ese pájaro que picotea como un condenado desde hace tres días no
anuncia nada bueno.
Todo puede ser y todo ocurre en los caminos de la isla donde un canasto
colgado sobre una estaca semeja una anciana que se ha sentado un rato a
descansar. ¡Cuidado que sólo dejó su gorro de junquillo!
¿Dónde estará la vieja?
¿En qué andanzas andará por estos andares que no se deja ver?
Si agarras el canasto y te lo llevas
Tal vez no pueda regresar nunca más.
"Allá en la isla el mar
y cuánto mar" (Pablo Neruda)
y cuantas cosas más.
Tú puedes ir por allí y encontrarte en cualquier cosa con presencias de lo
innombrable. En todas partes ocurren cosas. Un perro juguetón puede ser el hijo
de un vecino que te tiene bronca. El pajarito blanco que entró por la ventana de
la cocina y se quedó mirándote tal vez sea un angelito que se murió antes del
bautizo. Agárralo con ternura y hazle un nido, que anda en busca de descanso y
cariño. Ese pájaro que picotea como un condenado desde hace tres días no
anuncia nada bueno.
Todo puede ser y todo ocurre en los caminos de la isla donde un canasto
colgado sobre una estaca semeja una anciana que se ha sentado un rato a
descansar. ¡Cuidado que sólo dejó su gorro de junquillo!
¿Dónde estará la vieja?
¿En qué andanzas andará por estos andares que no se deja ver?
Si agarras el canasto y te lo llevas
Tal vez no pueda regresar nunca más.