“Cantos desde los Altos de Huenao” es un pequeño y hermoso libro de la poetisa Olga Cárdenas. Olga habla, canta y grita…gime y llora, también ríe y denuncia desde Curaco de Vélez, su pueblo natal situado en la isla de Quinchao en Chiloé, en el que pertenece al Grupo Cultural “El Rodezno”. La obra tiene un prólogo del profesor Mario García Álvarez, conocido estudioso de la poesía y la obra literaria de raigambre chilota; y luego se desgranan los versos en tres capítulos encadenados que nos conducen grata y apaciblemente por el alma doliente de Olga. Ella atisba el neblinoso paisaje a través de los vidrios de su ventana. Afuera llueve y el agua fluye, brota y se derrama también sobre esa ventana que permite ver el paisaje deformado por la difracción de la luz al atravesar los goterones irregulares. Así, en el silencio de ese día gris, nublado y opaco cree ver a aquellos ancestros que ya no están, a sus ancestros Huilliches y también a los españoles que los avasallaron, los persiguieron, los mataron y hasta -a veces los exterminaron como pueblo ( léase Chonos, Kaweshkar, Selknam, Yámana…más al sur).
Ella escucha sus voces dolientes desde las “cortezas que tiñen las lanas que nos cubren” desde el ”interior del bosque de canelos y arrayanes”, desde los pajonales, desde las voces de las murtas y los cauchagües, desde las profundidades de la tierra, donde descansan -¿o se revuelcan?- los restos dolientes de sus ancestros nativos.
“Apoyo mi cabeza en la almohada del tiempo
Mientras afuera la lluvia Descuelga sus ojos
Y el habla transparente de los vidrios
Me repite
Como lo hiciera alguna vez mi madre:
“Aquí no viven indios
Ellos están en otra parte…”
Lo dice la abuela y lo repite su madre en un intento de negarse a si mismas, de ocultar el claro rostro Huilliche que aún no pueden borrar –aunque quisieran- en sus sonrisas, en los sonidos que emanan de sus labios, en sus miradas de ojos oscuros, en el grosor de sus pelos negros, en sus robustos cuerpos hechos para el trabajo rudo de campo y de lluvia, en la forma como toman los remos y singan sus chalanas…¿De dónde vino esa habilidad innata, sino de los Chonos?...¿De dónde esa facilidad para encontrar los huepos, y culeñes, las navajuelas y los piures, los erizos y los napes…cuando bajan las mujeres chilotas al pilquén de bajamar?...¿ De dónde los yoles y chaigües?...¿De dónde los paldes y los gualatos...sino de aquellos chonos, payos, cuncos, huilliches, calenques y cau-cau que nos han precedido sobre este fragmentado suelo?.
Olga llora cuando dice:
“Ví cómo aquellos enterraban sus cruces
en medio de mi tierra.
Vi campos, bosques
destruidos, con sangre nuestra
y desde entonces he sangrado hasta cansarme
Hemos visto centenas de opresores
cientos de años
y cientos de muertos”
Y no puede dejar de llorar sobre la matanza de sus hermanos, los naturales de la Isla de Quinchao e islas vecinas, que fueron exterminados por los españoles con ocasión de aquela revuelta de 1700 y tantos. Todos los cabecillas fueron exterminados de la forma más cruel y bárbara. Olga conversa con los pastos, los arrayanes y las verdes lomas que rodean su puebla y reflexiona sobre el modo en que el asesino de sus ancestros va tambièn en su sangre, cuando los españoles tomaron posesión de las mujeres de los vencidos y nutrieron a las islas del archipiélago de florido mestizaje:
“y esos altos llenos de verdor
Y estos maquis y radales
Pero va tu asesino conmigo
Está en mi piel
Y en mis ojos y en mis sueños
Está en el pie que te persiguió
Y en mi descendencia
Y convive conmigo
En el río de mi sangre”
…”Y casi invisibles frente al monstruo
Que les invadiera sus fogones y sus vientres”…
“el grito dispuesto en las gargantas
Para cantar la melodía de la muerte
Junquillos y ñapos transformándose en utensilios
Para las casas de los ricos”
Olga recuerda el Decreto del rey de España, cuando ordenó que en nuestras islas y territorios no se hablara el Veliche, la lengua de los naturales del archipiélago, en un estúpido intento de exterminar también la expresión oral de esta cultura, de nuestra cultura chilota, y prohibió cualquier otra lengua que no fuera la Castellana y así nos fuimos apagando: ¿Cómo decir amor en otro idioma? ¿Cómo decir Tierra en una lengua incomprensible? ¿Cómo darle al “palde” o al “gualato” otro nombre que nunca ha tenido? ¿Cómo llamar de otro modo al viento, y a la lluvia y a la escarcha de cada mañana…¿Cómo?
“Aprendí a decir madre en español
Y luego en inglés
Nadie me enseño el idioma de mis abuelos
Porque a mis abuelos les obligaron a olvidarlo.
Aprendí amar en español y en inglés
Tampoco nadie me enseñó a amar
En el amor de mis abuelos”
Digo Madre Tierra, mapa ñuke
Aunque nadie me enseñó tu nombre
Pues estás en el río de sangre que me recorre”.
Y casi al final del libro nos lanza a la cara este reclamo al engañoso concepto de “Desarrollo” que tiene a todo el pueblo sumido bajo la mentira de un futuro mejor, mentira que –como todas las mentiras—“es más falsa que Judas”. Olga dice:
“Mi grito revienta en medio de la lluvia
Y estrenan sus carreras los granizos.
Aquí sopla el viento Norte
Que viene desde la playa.
Con su olor pestilente por el alcantarillado
La prueba de nuestro desarrollo”.