Creo que fue en el año 1973, poco después del Golpe de Estado en Chile. Nuestro profesor de Paleontología era el Dr. Lajos Biro Bagoksky, de nacionalidad húngara, y el grupo estaba formado por unos 10 alumnos del curso que él dictaba para los estudiantes de Licenciatura en Biología de la universidad de Concepción. Conseguir una autorización para visitar la Isla Quiriquina en ese tiempo, era sin duda difícil y tal vez una idea muy loca, debido a los últimos acontecimientos que se sucedieron en el país como una avalancha que nos dejó a todos los habitantes atontados, o sorprendidos o en las más diversas formas de perplejidad posibles. Nuestro profesor – sin embargo- parecía estar ausente de tales presunciones e incertidumbres, y él ;decidió seguir con el plan que la universidad tenía ya trazado para nuestro curso, y este plan consideraba visitar la costa norte de la isla Quriquina, donde existe un afloramiento del Mesozoico, con rocas de una antigüedad cercana a los 65 millones de años, correspondiente al período Jurásico, es decir “La Era de los Dinosaurios”. Nuestro querido profesor logró las autorizaciones correspondientes para la visita, a pesar de ser –la Isla Quiriquina- en ese entonces, casi un “Campo de Concentración”, en el que se encontraban recluidos los - a juicio de los gobernantes- “disidentes” del Régimen.
Nosotros, los alumnos de Biología, éramos ajenos a actividades y pronunciamientos políticos, pues, las exigencias de la carrera eran tales, que no nos quedaba tiempo para nada más que estudiar. Por tanto, estábamos –como el profesor- inocentes de todo cuanto este simple viaje significaba para tantos. Iba con nosotros, el Licenciado en Biología, Profesor Alberto Larraín Prats, a la sazón Profesor Ayudante del ramo de Paleontología y especialista en Equinodermos actuales y fósiles. Los alumnos restantes eran Dagoberto Arcos, Sara Adlerstein, Luz Uribe Quiróz, Victor Hugo Ruíz. María Eugenia Casanueva, Maritza Tapia, Mireya Abarzúa y Susana González, y tal vez, Gilda Bellolio, la mejor alumna del curso Todos inocentes criaturas en materias políticas.
Como la Isla Quiriquina era – y lo es en la actualidad- territorio administrado y controlado por la Armada de Chile, debimos dejar nuestros Carnets de Identidad en una oficina, y a la vez, ser sometidos a una revisión de nuestras pertenencias, por la posibilidad de que alguno de nosotros llevara un arma oculta entre los equipos que portábamos. El transporte desde la Base Naval a la Isla, se hizo en una lancha torpedera de la Armada. A la llegada al recinto militar, fuimos conducidos por un piquete de marinos fuertemente armados, quienes nos condujeron por un sendero que bordea la parte Sur de la isla y una vez alcanzada la porción alta de la meseta, que domina la Bahía de Concepción, los marinos nos señalaron la senda que debíamos caminar siguiendo el borde alto de la meseta, que mira hacia la Península de Tumbes. Hacia el extremo opuesto –nos habían advertido nuestros guías- estaban los polvorines y había contingente militar fuertemente armado. Era un territorio que no debíamos trasponer.
Y así llegamos al extremo norte de la isla, bajamos a una discreta playa y nuestro profesor dio las instrucciones para la recolección de fósiles en una pared rocosa de unos 30 metros de altura, que contenía varias capas superpuestas, de fósiles de moluscos, caracoles, bivalvos, Turrilites, Turritelas, Mactra, almejas, vainas de escafópodos, y un sinnúmero de especies de una antigüedad de varios millones de años, que existieron en aquel entonces, pero hoy están extinguidas. El profesor Biro nos entregó a cada uno un saquito de grueso osnaburgo con jareta, un martillo geológico, un cincel y un par de antiparras, además de la orden de colectar al menos 10 fósiles diferentes en buen estado de limpieza e identificación, los cuales debían ser depositados en la bolsita mencionada.
Lajos Biro Bagoksky, había nacido en Hungría y conservaba de su tierra natal varias costumbres culinarias de las cuales hacía ostentación en el departamento en que vivía en el edificio de la universidad. Sus estudios de Geología y Paleontología los había hecho en Europa antes de la Segunda Guerra Mundial y a causa de ese conflicto bélico, se trasladó a los Estados Unidos, donde continuó sus estudios doctorándose en una universidad importante. Así, la universidad de Concepción lo invitó a dictar la Cátedra de Paleontología en el – en ese entonces- Instituto Central de Biología, poco después de la fundación de nuestra Alma Mater.- Entonces comenzó a formar primero un laboratorio de preparación de fósiles, en el que se instruyeron, bajo su tutela, varios técnicos laborantes, entre los que destacó el voluntarioso Sr. Pozo. Y así se fue formando una colección de fósiles cada vez más cuantiosa, al servicio de los alumnos, hasta llegar a ocupar la mitad de un ala del mismo Instituto. Sus clases eran de sumo interesantes, dictadas en un español bastante perfecto, a no ser por el acento cascado de las eses y las “p”, éstas siempre pronunciadas como una “v” corta, lo que otorgaba a sus clases un toque de interés y simpatía tanto por el contenido de las materias que trataba, como por los raros sonidos que emitía. Nuestro profesor Biro, era más bien alto, de contextura gruesa, algo obeso, de ojos claros y pelo oscuro. Tenía un tinte rojizo en las mejillas producto de numerosas telangiectasias faciales, tal vez a causa de una dieta rica en ají y otros cuantiosos condimentos, que los más cercanos a él aseguraban; o de una hipertensión arterial crónica que nunca se trató y que finalmente le causó la muerte.
Sus clases eran rígidas, serias y dominadas por un silencio absoluto de parte de los alumnos. Los apuntes que entregaba eran muy completos, y las exigencias en los certámenes no omitían detalle alguno. Así, el curso era aprobado sólo si el conocimiento era profundo y completo como él lo exigía. Tampoco aceptaba rumores en las clases. Nuestro compañero de curso Dagoberto Arcos – cuyo buen humor fue siempre motivo de alguna sonrisa contenida o de alguna carcajada en medio de la solemnidad de la clase- era ocasionalmente espetado por el Profesor Biro, quien ya le había cambiado el nombre real por el de un fósil, y le denominaba ahora Dagoberticeras dago, cada vez que se refería a él. Así, solía decir:
- Y Ud. Señor “Dagoberticeras dago”…¡” Vermanentemente moleshtando!” (permanentemente molestando).
Ese día, alumbraba la playa un hermoso sol de primavera. Las rocas de la punta norte, semi sumergidas en el mar, se recortaban negras contra la claridad de la mañana, perdida en el infinito celeste del Océano Pacífico, cuya apacible quietud hacía difícil distinguir el lejano límite entre el cielo y el mar. Escuchamos las instrucciones sentados en un verde césped natural junto a la playa norte, y salimos en diversas direcciones a extraer fósiles de las rocas. Por fortuna, el lugar que elegí, me permitió extraer fácilmente los 10 fósiles que el profesor exigía y en algo más de dos horas, tenía la tarea cumplida. Entonces, acudí respetuosamente al profesor Biro y le mostré los fósiles perfectamente limpios, de especies diferentes, y ante su aprobación, solicité autorización para visitar la playa inmediatamente vecina a las rocas del Jurásico, que afloraban en ese farallón. Yo -a decir verdad- tenía mucho interés en los fósiles, pero había divisado a la lejanía una playa arenosa en torno a varias rocas de color oscuro, y tenía interés en recorrerla en busca de holoturias (o pepinos de mar), tema en el cual estaba empezando a hacer mi Tesis de Grado de Licenciado en Biología y Biólogo Marino.
Me dirigí a esa playa, con la autorización de mi profesor, y recorrí descalzo las áreas arenosas situadas entre las rocas. Las holoturias son equinodermos que viven con el cuerpo inmerso en la arena, adoptando una forma de U, en uno de cuyos extremos se abre una corona de tentáculos- diez en total- y en el otro extremo se abre el ano, que es el orificio de la cloaca. La corona de tentáculos, que rodea la boca del animal, puede ser de color verde iridiscente, adoptando el color y la forma de las algas verdes que la rodean; o bien puede ser de color pardo, si las algas que la rodean son feoficeas ( algas pardas) o rodofíceas ( algas rojas). De tal modo que pasan inadvertidas al común de las personas.
Lejos ya del grupo, en la más absoluta soledad de la Naturaleza y casi en el extremo Occidental de dicha playa, decidí sacarme el pantalón para adentrarme en el mar y explorar más libremente las lenguas de arena entre las rocas. Estaba en esa búsqueda cuando atravesé una placa de pizarra de color oscuro (negro azulado) de superficie lisa y horizontal, que se adentraba al mar unos 20 metros, bajo el agua somera, no más alta que el nivel de mis rodillas. La placa oscura, estaba cubierta de algas verdes y pardas movidas suavemente por el ir y venir de las olas. El sol de mediodía casi en el zenit, permitía ver claramente las formas de vida fijas a las rocas, que eran el motivo de mi observación. Entonces me pareció ver algo diferente que aparecía entre medio de las algas. Era algo de color claro, amarillento a café, semejaba la mitad superior de una vértebra. Me agaché, desprendí lentamente las algas que la cubrían parcialmente, y toqué con mi mano la superficie completa de ¡una vértebra! De unos 5 centímetros de altura y 5 centímetros de ancho, que sobresalía de la roca pizarra. Aún asombrado, seguí desprendiendo más algas y fui descubriendo una tras otra las restantes vértebras que asomaban de la roca. Luego, aparecieron las costillas de un enorme animal, y la parte dorsal de la cabeza, con las cuencas de los ojos emergentes. Pues bien, arranqué las algas que tapaban las grandes aletas anteriores, luego las posteriores y finalmente la larga cola. Un enorme animal fósil, quedó así al descubierto, de unos 5 metros de largo de cabeza a cola, con las cuatro extremidades íntegras, es decir ¡un fósil completo de plesiosaurio!, animal que vivió en el Período Jurásico, hace 65.000.000 de años atrás. Tenía la forma de una tortuga, provista de un largo cuello, y nadaba en el mar alimentándose de peces. Sorprendido de mi hallazgo, tomé tres fotografías con mi escuálida cámara fotográfica que siempre llevaba conmigo en ese tiempo, y – suponiendo que dicho fósil tan espectacular, sería ya conocido por mi profesor y su brillante ayudante- proseguí mi recorrido por la playa arenosa en busca de las holoturias. Había ya encontrado varias en un extenso territorio intermareal, cuando escuché el agudo silbido del pito militar, que nuestro Profesor Biro usaba para llamar a reunión a los alumnos dispersos. Era el llamado para almorzar. Nos sentamos entre la fresca hierba más allá de la línea de mareas y cada uno extrajo el cocaví que llevaba para la ocasión. Yo, siempre silencioso, observador y casi ausente, solía sentarme en la periferia del grupo tratando de pasar inadvertido. No habíamos terminado de almorzar, cuando pregunté al profesor:
- Profesor Biro, perdone Ud., pero me pareció muy interesante el plesiosaurio completo que yace en la pizarra de la punta Nor Oeste de la isla. (me detuve un momento y proseguí), fósil que sin duda Ud. conoce.
Como observé que dejó de masticar el jugoso sándwich que se estaba sirviendo con gran apetito, y lo mismo había hecho el profesor Larraín, su ayudante, quedé un tanto sorprendido, ante la actitud de ellos, y más aún porque ambos clavaron sobre mi sus ojos abiertos y expectantes. (¿Qué habré dicho mal Dios mío?, pensé).
Después de un prolongado silencio, el Profesor Biro me dijo, mirándome fijamente a los ojos.
- ¡No esté Ud. bromeando Señor, que Ud. ya me conoce, y no soy amigo de las bromas! ¿A qué plesiosaurio se refiere Ud. Señor? ( dicho aquello en forma perentoria y amenazante) ¡ Contésteme por favor Señor!. Ambos me miraban – el profesor y el ayudante-, mientras los restantes compañeros dejaron de masticar sus meriendas como presintiendo que algo grave estaría por suceder, y miraban expectantes el desenlace de los hechos.
Yo, algo asustado por la inusitada reacción del profesor y su ayudante, sólo atiné a decir:
- No es una broma profesor…No acostumbro a hacer bromas, y menos a Ud., por quien siento un gran respeto y admiración, como también por el profesor Alberto Larraín… Lo que he dicho es …¡ y lo repito por que al parecer Uds. lo desconocen!, es que “en la punta Nor Oeste de esta isla, sobre una pizarra horizontal, que está cubierta por unos 50 centímetros de agua en bajamar, hay un fósil completo de Plesiosaurio, que contiene cabeza, vértebras de toda la columna, hasta la cola, las costillas del animal, y las cuatro aletas, en lo que me parece un fósil completo , y como está tan a la vista, supuse que Uds. lo habrían encontrado antes que yo, pero al parecer no es así, es decir que Uds. desconocían la ubicación de este fósil”. Ambos se levantaron, seguidos por nosotros, los alumnos, y el profesor me pidió que lo guiara -y al resto del grupo- hasta el mencionado fósil. Yo había arrancado las algas que cubrían al antiguo animal, pero el profesor Biro pidió que retiráramos toda brizna de alga sobre el fósil, y visiblemente entusiasmado, me pidió que le tomara unas seis fotos (yo era el único que portaba una cámara fotográfica, en esa ocasión). Respondí que ya había tomado tres diapositivas, entonces él me sugirió:
- ¡Entonces tómele al menos tres fotos más desde diversos ángulos, por favor Señor! -Y agregó- : para nuestra colección de docencia.
Una vez reveladas las diapositivas –pasadas ya un par de semanas- , las llevé al Profesor Biro, a la oficina que ocupaba en el tercer piso del -en ese entonces- nuestro Instituto. Pero, pasado el tiempo, nunca las recuperé ni supe noticia alguna si dicho fósil fue rescatado por los paleontólogos del Departamento o permanece aún allí, sobre la roca pizarra del Jurásico de la Quiriquina, esperando –tal vez- ¿una nueva visita de su descubridor?... ahora ya en tiempos de paz y democracia..