Email de Carlos Mallagaray A.

Hola Medardo,

No he respondido con inmediatez a tu e-mail porque no sabía si me iba a quedar en Chiloé esta semana. Estaba al tanto de un reportaje que tengo encargado desde España. Pero afortunadamente voy a estar hasta el día viernes, así que, con gran placer acudiré a la presentación del libro el día jueves.

Por razones de trabajo he estado en Coldita y allí no he tenido señal ni batería para enviar o contestar como corresponde a los e-mail que me llegaban. Por esta razón no te he podido agradecer en nombre de mi madre y mío que te hayas acordado de mi padre. Así que hoy te escribo unas líneas de agradecimiento.

Gracias Medardo por tu libro que es un regalo para todos. Y gracias por acordarte de mi padre. Pero sobre todo, por tener siempre presente en tu corazón este trozo de mapu ñuke que no es nuestra, y que como algo prestado, ajeno, debe ser preservado con esmero para ser devuelto, intacto, a sus verdaderos dueños.

Platón en su libro «La República» proponía que el gobierno lo ejercieran los sabios, otros filósofos idearon que gobernaran los guerreros. Así, hemos conocido distintas propuestas de gobierno por parte de los filósofos y políticos. Pero aún, al menos lo desconozco, nadie ha ideado y propuesto que el gobierno lo ejerzan exclusivamente los hombres buenos. En el capítulo «El misterio de las tortugas marinas» de tu libro, o de tu viaje como lo describe Gustavo Boldrini, lo dedicas a mi padre, y en él dices: «a la memoria de Don Carlos Mallagaray Dorronsoro, español avecindado en Castro en la década del 60, cuyo recuerdo de hombre bueno perdura entre los jóvenes de aquel tiempo». Te quiero decir que a todos vosotros ese hombre bueno os recordó durante toda su vida, y os recordó siempre como «buenos cabros».

Mi madre y yo, lo que es lo mismo que decir Marta y Carlitos, te agradecemos profundamente que te hayas acordado del para nosotros: «El Viejo». Un hombre que, cómo todos, tenía defectos, pero que sobremanera, trató a todo el mundo por igual y amó a todos, y a su familia profundamente, como sólo aman los hombres buenos. Es el mayor legado que nos ha dejado. No hay nada más grande que eso.

Gracias Medardo por acordarte de nuestro viejo, y te repito, que él se acordó siempre de todos vosotros como «esos cabros buenos».

Gracias por tu libro Medardo. No vemos el jueves.

Tu amigo, Carlos.

 

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