Quiero confesarles a ustedes que estoy muchísimos años fuera de mi país, lejos de mi tierra natal –de mi querida Isla de Chiloé– y lejos de mi pueblo: Castro. Y no se enojen ustedes cuando le digo “pueblo”… será que no quiero que algún día mi querido puerto de Castro se transforme en una ciudad grande y bulliciosa, repleta de cosas que no deseamos, aunque –todos lo sabemos– al progreso no se le puede detener.
Decidí escribir estos recuerdos, que llevo más de 45 años a cuestas en mis retinas y –más profundamente aún– en mi corazón. Lo hago –y así lo creo– más por una necesidad de sobrevivencia que de la simple ansiedad por ver cómo estas palabras se vuelven públicas, porque para mí resulta muy doloroso tener que vivir forzadamente otra cultura, llena de otras costumbres, otro lenguaje, y –tal vez– otra consideración del hombre como tal, tan diferente a las costumbres y tratos de nuestra gente de Chiloé. Todo este vivir, en un medio distinto, no hace más que ponerme en guardia todos los días, para que mi interior no cambie, no se deje influenciar por los ataques del medio cotidiano, para no olvidar a mi gente, mis islas, mis playas, mis barcos y mis trenes de la infancia y siga cultivando todo lo que traje de allá, metido profundamente en mi corazón. Hay días en que el medio parece que quisiera ganarme y entonces recuerdo lo que canta la negra Mercedes Sosa: “Cambia, todo cambia”, y ¿cómo no he de cambiar yo…, viviendo en estas tierras extrañas?...
¿Cómo seguir sintonizando con mi tierra?
… Todas las mañanas, al levantarme, apoyo mis pies en el suelo, y pido a Dios que no me muera fuera de mi país; que me permita volver algún día –aunque sea un anciano– para estar allí, en el lugar que me vio nacer, cerca de la playa y el mar, mirando las aguas tranquilas del fiordo, permanentemente. Contemplar, sin cansarme, la silueta elevada del espinazo de Ten-Ten Vilú y la punta del mismo nombre, lugar que me viera, cuando niño, nadar, pescar, mariscar, jugar. Y después, cuando adolescente, vivir en las hermosas tardes de playa y de sol…, mis primeros amoríos de la juventud. ¡Cómo pudiera decirte Ten-Ten…, cuánto te quiero y te extraño!
JUAN PEDRO MIRANDA
Río Gallegos
República Argentina
Mayo 2008