Desde sus años de estudiante liceano el futuro Premio Nobel empezó a tirar sus cartas sobre la mesa, muchas veces con inusitado desparpajo. En todo caso, establezcamos que no se trataba de la mesa de juegos de un bar de provincia sino de la mesa de sus posibles lectores quienes con toda seguridad no tenían ni la más mínima idea de quién era ese crítico literario o reseñador de libros llamado Neftalí Reyes que colaboraba en las páginas del diario La Mañana, de Temuco. Excepto para sus más cercanos no habrá sido fácil relacionar este nombre con el del autor de sus propios poemas que por esos años también eran publicados en diarios y revistas, aunque firmados con diversos seudónimos.
El 27 de abril de 1920 publica una nota titulada “Un recuerdo de Selva austral: E. Silva Román.” En esos días, Ernesto Silva Román era un joven avecindado en Temuco donde durante algunos años había estado ganándose la vida en labores periodísticas en ese mismo medio de prensa. Selva austral, por otro lado, no era el título de un poemario ni de una novela de Silva Román sino una revista literaria. El joven Neftalí --por esos días Presidente del Ateneo Literario del Liceo de Temuco-- parece conocer muy bien las dificultades de los jóvenes escritores para conseguir apoyo de la comunidad, e informa –en lo que suena a una emotiva denuncia-- que el fracaso del sueño editorial de su amigo lo ha llevado no sólo a abandonar su empresa sino también a alejarse de esa pequeña ciudad tan falta de talentos como el del propio Silva Román.
Veamos parte de su nota:
Has leído los versos de Silva Román en “Siembra”?
Sí, muy buenos.
Y me he quedado pensando en aquel gran muchacho de los ojos profundos que vivió tres años en este pueblo, desconocido de casi todos, haciendo versos extraños e ilusiones sencillas. Se aburrió. Su espíritu claro de aventurero joven se adormecía en el soberbio quiste de este pueblo. Y un día, sin decirnos adiós apenas, se fue…
Pero antes había sido un héroe. Había logrado mantener una revista. Y medios! Mantener una revista aquí es un acto heroico. Es encararse con gente egoísta, es ponerse frente a hombres absurdos, frente a pequeños odios sin razón, a tantas cosas. (OC IV, 250-51)
Primer logro del joven Neftalí. Organizar su comentario como si fuera una conversación con un interlocutor anónimo, lo que con toda seguridad habrá atraído incluso algunos lectores que sin ningún interés por los temas literarios o artísticos, habrán ‘picado’ gracias al anzuelo del aparente diálogo. ¿Qué es lo que se comenta aquí? Apenas iniciado su texto presenta al personaje y el hecho que quiere denunciar: el incipiente pueblo de Temuco no parece estar preparado ni abierto para recibir “jóvenes de espíritu claro y aventurero,” de modo que los ‘heroicos soñadores’ que intentan darle vuelo al pensamiento y a la palabra escrita deben alejarse de allí en busca de otras tierras donde tal vez haya menos ‘gente egoísta’, menos ‘hombres absurdos’ y menos ‘odios sin razón.’
Nadie podrá decir que era poca la audacia y desfachatez del muchachito Neftalí para, a los dieciséis años, levantar críticas tan fuertes a los grupos dominantes de esa ciudad que hacía esfuerzos por un rápido desarrollo. Sus dieciséis años de edad, sus grandes sueños y el recargadísimo lenguaje del romanticismo imperante en la época (gran muchacho de los ojos profundos; versos extraños e ilusiones sencillas; espíritu claro de aventurero joven; héroe, etc.) se unen perfectamente en este breve párrafo para otorgarle mayor énfasis a su denuncia.
El jovencísimo poeta con altas aspiraciones en las letras afirma el valor de la revista en cuestión, apuntalando su juicio en nombres certeros y respetados en la comunidad como el de Gabriela Mistral que en ese tiempo ejercía la función de directora del Liceo de Niñas de esa ciudad, o el del bastante menos conocido Amador Segura Castro que en 1918 había compartido el primer premio en los Juegos Florales de Curicó con Ángel Cruchaga Santa María: “Y aquella revista –afirma el comentarista-- fue mirada buenamente por algunos pocos: Gabriela Mistral, la enorme poetisa, colaboró más de una vez. Segura Castro y otros. Cada número era sacrificio, se publicaron ocho.”
Pero a pesar de tan importante apoyo, Selva austral vio el fin de sus días debido a una cuestión bastante trivial. Según explica el autor del artículo, el fin de la publicación se debió a “unos versos de Benjamín Velasco Reyes, en que decía algo que la “gente honesta” no podía oír. Esta gente honesta que devoraba los números pornográficos de “Monos y Monadas,” esta gente que va a ver las cintas cuando traen recomendaciones de inmoralidad, esta gente que no fue a ver los bailes sino las piernas de las bailarinas rusas. Pero estos versos simples no los toleraba esta gente. Y así fue. El diario clerical de esta ciudad dio la alarma en nombre de “moralidad,” “honestidad” y otras palabrejas sonoras… Y la revista no salió más…” (Id. 251)
Muestra sus jóvenes agallas Neftalí Reyes tratando de descabezar a todos los pájaros importantes de la ciudad, sin importarle sobre quienes caiga la teja. Hasta un diario al que tilda de “clerical” es inculpado, o mejor dicho, hace parecer el principal culpable del fin de la revista por dar “la alarma en nombre de ‘moralidad,’ ‘honestidad’ u otras palabrejas sonoras” que determinaron la catástrofe.
El joven poeta en Santiago.
Imaginamos cómo le cambiaría el mundo --la visión de mundo-- a un muchacho provinciano ‘de pueblo pequeño y fronterizo’ de principios del siglo XX su llegada a la ciudad capital del país. Llegar, acomodarse, matricularse en la universidad, iniciar amistades con sus pares de ese mundo distinto, más liberal, más variado, y donde todo parece moverse con una prisa inusitada. Mucho debe haber influido en nuestro joven poeta el encuentro con ese nuevo mundo, con la universidad, con otros escritores, artistas e intelectuales tan jóvenes como él.
Lo cierto es que desde su llegada a la capital se integra a ese medio no simplemente como uno del montón sino que empujando firme para no pasar por uno más sino para convertirse en el centro de ese grupo de jóvenes intelectuales, soñadores y bohemios. Hasta donde se sabe, Manuel Rojas, autor de novelas importantísimas como Hijo de ladrón, Mejor que el vino y Sombras contra el muro, igual que muchos otros autores empezó su acercamiento a la escritura a través de la poesía. Asimismo, al revisar su bibliografía encontramos en el lapso de su vida publicó sólo dos poemarios en nuestro país, Tonada del Transeúnte (1927), Deshecha Rosa (1954). Sin embargo, Pablo Neruda, ya firmando con ese nombre, publica una brevísima nota titulada “Manuel Rojas,” en el número 15 de la revista Juventud, fechada en agosto de 1921. La minúscula nota dice lo siguiente: “Noble serenidad del verso de Manuel Rojas. Parece que brotara desde el fondo mismo de un alma macerada en le belleza, sabia en exprimir de sí misma un divino y puro licor de poesía.” (Id. 251) La brevedad es telegráfica, pero no dudamos que los conceptos con los que describe esa poesía deben haber sido un fuerte y emotivo espaldarazo para su autor que hasta entonces había publicado un soneto (“El gusano”) en la revista Los Diez (1917), y un conjunto de poesías bajo el título de Poéticas, que le publicó la revista Ideas y Figuras, de Mendoza, Argentina el año 1921, y que deben ser los poemas a los que se refiere el comentario de Neruda.
El joven Neruda no teme a los críticos ni a la crítica ni tampoco teme –o no le importa-- equivocarse. Dar sus juicios y opiniones sobre sus coetáneos no sólo le resulta algo natural; hasta nos parece que creía sumamente necesario informar a través de la prensa sobre las publicaciones de los otros escritores, opinar sobre ellas y de ese modo incitar a su lectura. Este interés de mostrar a los otros autores de su tiempo y de promover su lectura debe ser entendido no sólo como su deseo natural de opinar, así como de ir depurando su talento crítico sino principalmente como una muestra enorme de su solidaridad con los otros escritores y artistas. En mi humilde opinión, un libro nace al ser publicado pero no obtiene su “partida oficial de nacimiento” sino cuando se escribe la primera reseña de él. Y parece que el joven Neruda compartía esta misma idea.
Por lo mismo, aunque sus juicios fueran tan diferentes a lo que se decía o escribía en la prensa que pudieran no sólo oponerse sino que refutar de plano las opiniones de los críticos más valorados de ese tiempo, el joven Neruda nunca temió comentar las obras de su interés en sus propios términos.
Nota sobre Pablo de Rokha
El sitio de internet http://www.memoriachilena.cl/ dedicado al poemario Los Gemidos de Pablo de Rokha informa así sobre la recepción que dicho libro tuvo entre algunos connotados críticos de la época: “Cuando Pablo de Rokha publicó los Gemidos en 1922, Alone señaló: “Su libro “Los Gemidos” constituye uno de los documentos de la literatura patológica aparecidos después de la guerra en los países no afectados por este fenómeno de un modo directo”. Raúl Silva Castro, en tanto, agregó: “Se puede advertir la substancial vulgaridad de sus expresiones y la exageración del mal gusto y la retórica puerilmente conducida hasta el ofuscamiento del lector”.
Neruda, entretanto, no le dio ninguna importancia a las opiniones de tan importantes autoridades críticas del medio santiaguino, y escribió la suya que no sólo se opone a aquellas sino que las refuta por completo:
Un impulso hacia la raíz trascendente del hecho, una mirada que escarba y agujerea el esqueleto de la vida y un lenguaje humano, de hijo de mujer, un lenguaje exacerbado, casi siempre sabio, de hombre que grita, que gime, que aúlla, ésa es la superficie de “Los gemidos”. Más adentro, libres ya de las palabras, de los alaridos, y de las blasfemias, sentimos un amador de la vida y de las vidas, azotado por la furia del tiempo, por los límites de las cosas, corroído hasta la médula por la voluntad de querer y por la horrible tristeza de conocer. Continuador del coro trágico? Tal vez. Lejos de la ataraxia de los socráticos, P. de R. trasluce su sentido de la vida, en una agitación discontinua, que se paraleliza a la de los cantores de Dionysos. Canta a Prometeo, griego de nacimiento, cuando desata su imprecación al católico Satanás. Y su libro entero es un solo canto, canto de vendaval en marcha que hace caminar con él a las flores y a los excrementos, a la belleza, al tiempo, al dolor, a todas las cosas del mundo, en una desigual caminata hacia un desconocido Nadir. ([Nota sobre] “Los gemidos” [de Pablo de Rokha], Claridad, núm. 82, Santiago, 16-XII-1922.) (Id. 267)
Notable reseña del joven Neruda, que oponiéndose a la crítica con anteojeras de las autoridades máximas de la crítica nacional de ese momento, da cuenta no sólo de la certeza de sus convicciones estéticas sino que se adelanta en muchos años a lo que será al juicio crítico que reciba esa obra considerada hoy día una de las obras fundamentales de la vanguardia hispanoamericana.