Recuerdo(s) de Pedro Rubén Azocar

La Leyenda del CapitánDebo comenzar lamentando que nunca tuve la oportunidad de conversar con Pedro Rubén Azócar. La diferencia de edad que cuando somos menores parece muy grande, mi timidez de entonces, el hecho de que, profesor rural, maestro rural en verdad por vocación verdadera, se le veía y se le sabía escritor impidió que me acercara a él la única vez que lo tuve al frente. Yo borroneaba o creía borronear algunas cosas en ese entonces y los escritores me parecían seres muy especiales y lejanos a los que me era muy difícil acercarme.

Nunca conversé con Pedro Rubén, pero “lo Azócar” me anduvo siempre muy cercano. Dos hijos suyos, Álvaro y Alonso, en algún momento fueron compañeros míos en el Liceo de Castro y aunque yo era poco conversador y nada de preguntón, oí muchas historias de Pedro Rubén de boca de sus hijos, de sus intereses, de sus escritos, de su amor tremendo por Chiloé, del lugar donde vivía y laboraba. En esos mismos años llegó a mis manos "GENTE EN LA ISLA" de Rubén Azócar, padre de Pedro Rubén y abuelo de mis compañeros de liceo, y me emocionó (no encuentro verbo más apropiado) encontrarme con una novela que trataba sobre Chiloé y escrita por alguien que había vivido, escrito y procreado en mi ilustre tierra. “Lo Azócar” se me empieza a hacer más y más grande cuando descubro que Rubén, el padre y abuelo, no sólo había sido Presidente de la Sociedad de Escritores de Chile sino que fue gracias a él o más bien empujado por él que Pablo Neruda, el muchachito Pablo Neruda que acababa de publicar sus Veinte poemas de amor y una canción desesperada, vino a pasar un año completo en Ancud, acompañando a su amigo Rubén Azócar que había conseguido trabajo como profesor de castellano en el liceo de esa ciudad.        

Luego vino la universidad y allá, en la Universidad de Chile de Temuco, me reencuentro con Alonso, al comienzo formándose en las lides políticas y en el 73 convertido en un importante líder de la izquierda revolucionaria. El golpe de estado lo llevó al exilio y creo que en esos años anduvo por varios países. Pero fue en Swarthmore o aquí mismo en Havertown, mi casa en el estado de Pensilvania, que volví a encontrarme con mi compañero de curso gracias a un libro regalado por mi amigo, el sociólogo peruano Braulio Muñoz, cuya tapa tenía en la portada una hermosa fotografía de un grupo de indígenas ecuatorianos tomada nada más ni nada menos que por mi amigo Alonso Azócar Avendaño.

Regreso a Castro a comienzos de 1974 y un año después Renato y yo fundamos el Taller Literario “Aumen”, y nuevamente la literatura y los libros me conectaron con “lo Azócar” cuando mi estudiante Alva Azócar Avendaño, hija de Pedro Rubén y Anita, y hermana de Álvaro y Alonso, se integró al taller literario y participó en él hasta que su familia se trasladó a Temuco. Tuve otros Azócar en mi sala de clases, pero no doy nombres puesto que tras treinta y tantos años del hecho no quiero confundir ni cambiar nombres. En todo caso la pérdida no sería muy grande debido a que como ustedes habrán notado, este maestro y hombre de letras, a todos sus hijos e hijas les puso un nombre que empieza con A. Imagino que la B, la C y las siguientes las habrá dejado para futuras vidas, aquí mismo en Chiloé.

Por lo mismo, no fue extraño que cuando años después mi querido amigo el poeta y académico Sergio Infante, exiliado en Suecia, me contara que estaba casado con una hija de Pedro Rubén Azócar, al preguntarle por el nombre de su esposa, me dice se llama Aurora. Precisamente a Sergio, su yerno y amigo, es quien debo la mayor parte de la información que tengo de Pedro Rubén Azócar. Los días que pasamos en Santiago gracias a una invitación de “Chile Poesía” lo pasamos hablando de Chiloé y yo inquiriéndole sobre más y más información sobre su suegro.

Funeral Pedro Rubén Azocar

El año 2004 comienzo a preparar un libro con fotografías de Milton Rogovin --fotógrafo norteamericano que llegó a Chiloé en enero de 1967 por sugerencia de Pablo Neruda -- y poemas míos. Milton me pasa todo el material que tiene de ese viaje, entre lo que me encuentro con el Diario de viaje que escribió desde su salida de Búfalo, NY, hasta su regreso. En Isla Negra Neruda le dio las coordenadas a Milton para que llegara Quemchi no sin antes pasar a donde algunos de sus amigos que lo hospedarían y/o harían de guía suyo en sus respectivos lugares. En páginas 14 y 15 de dicho diario me encuentro con la siguiente información: “Descendí del avión y me apresuré para ver a mi primer contacto, Rodrigo Azócar. Desgraciadamente, el taxista no conocía al hombre y pasamos cerca de una hora tratando de ubicarlo. Finalmente, gracias a la cuidadosa previsión de Homero Arce, pregunté en una farmacia y ellos le indicaron al taxista dónde vivía Rodrigo. Un poco hacia las afueras de la ciudad de Puerto Montt en un sector más descuidado. R(odrigo) tiene una casa agradable junto a otras muy descuidadas. La criada dice que R no está en casa, pero in (sic) la playa y vuelveré (sic) a las 6 [en castellano en el original]. Yo le dejé un mensaje y a las 6:30 una persona con una voz profunda me llamó al Hotel Montt. Increíblemente, mi habitación era minúscula – la única habitación que quedaba en este lugar “de veraneo” tan atractivo.

La voz era la de Rodrigo y él hablaba un inglés bastante aceptable y me dijo que me llamaría a las 7 p.m.

Ahora son Neruda y Milton Rogovin los que me reconectan con los Azócar de Chiloé y es un hermano de Pedro Rubén el dato que Neruda le ha dado a Milton para que lo llevara a recorrer Puerto Montt.

Pero esta historia no termina ni comienza allí. La única vez que vi a Pedro Rubén Azócar fue hace muchísimos años, seguramente antes de 1973, en el Café Plaza, o como se llamara entonces. Estaba en una mesa en una animada conversación con su parienta Cali Andrade. Seguro que había alguien más pero no lo recuerdo. Lo que sí me es claro es que él escribió en una servilleta algunas notas, unos versos o qué se yo y se los regaló a Cali. Una vez más me asombraba esa facilidad de escribir, así en público, y de compartir con otros lo que se escribía.

Hace tres años y medio Medardo Urbina me envió desde Concepción un hermoso ejemplar de "LA LEYENDA DEL CAPITAN" de Pedro Rubén Azócar, editado por Isla Grande el año 2005. Aquí sí que empezaba a cerrarse el círculo. De muchacho me había emocionado con la lectura de "GENTE EN LA ISLA" de Rubén, el padre, y ahora, adulto y con mucho camino recorrido en las lecturas, me encontraba con "La leyenda del capitán", de Pedro Rubén, de la cual escribí una breve reseña el 8 de febrero de 2007. En las páginas de uno y otro habitan, laboran viven y sueñan Chiloé y los chilotes, allí mismo donde siguen habitando estos dos queridos autores, y donde siguen y seguirán habitando los Azócar, dondequiera que los lleve el camino de la vida.


Havertown, 18 de agosto de 2010 

Carlos Trujillo, Ph.D.
Villanova University

 

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