Una historia verídica escrita por Medardo Urbina Burgos
En ese tiempo carecía de dinero para viajar en bus. Las clases anuales habían terminado en la universidad y – como era habitual para mi- tomaba mi mochila y partía caminando a las afueras de la ciudad con la esperanza de que algún vehículo se detuviera y me trasladara al sur. También era mi costumbre pasar a Valdivia –si la suerte me acompañaba- a visitar a mi hermana (Florcita) que vivía en esa hermosa ciudad fluvial junto a su esposo y -en ese entonces- junto a sus dos pequeños hijos.
Yo había llegado a Valdivia ese día cerca de las 10,30 de la mañana y me dirigí al sector de “Las Ánimas” donde vivía mi querida hermana. No había nadie en casa, lo que no era extraño: mi hermanita trabajaba todo el día en Tesorerías y su esposo lo hacía en la Municipalidad como Constructor Civil. Y los niños… bueno, era inicio de las vacaciones y se aproximaba la Navidad, de modo que habrían ido a pasear a la casa de alguna de las abuelas.
Yo sabía cómo ingresar a la casa de mi hermana. Daba un rodeo por el patio, acercaba unos troncos de leña a la ventana del baño y con algunas pequeñas maniobras lograba abril esa pequeña ventanita que daba al patio trasero. Saltar, empinarme y escurrirme por la ventana no era tarea fácil, pero ese particular ingreso a la casa de mi hermanita lo había hecho en un par de ocasiones anteriores, de modo que ya me parecía natural.
Abrí la puerta posterior, ingresé mi mochila y me di una ducha refrescante (era verano). En seguida revisé el refrigerador y pellizqué algunas cosillas, pero reparé en que sobre la cocina había una olla con lentejas, que me parecieron exquisitas, considerando el hambre que llevaba. Dos cucharonadas a la sartén, un poco de aceite de oliva, calentar a media llama y luego una porción de pasta de ají con ajo molido y salsa… bueno, las lentejas, -acompañadas con un tazón de café caliente- en realidad estaban deliciosas.
Ya satisfecho, decidí dormir un par de horas puesto que la noche anterior había pasado viajando en autos, camiones y citronetas. El sueño me vencía. Decidí dormir un par de horas y elegí una de las camas más mullidas de la casa. Desperté cerca de las 4 de la tarde y me di cuenta que el sol aún estaba alto como para salir nuevamente a la carretera. Ordené un poco la cama, tomé un gran vaso de jugo de fruta del refrigerador y salí a la calle con mi mochila.
El viaje al sur fue delicioso. Pronto me recogió un hermoso Mercedes Benz de color amarillo. No supimos cómo llegamos a Puerto Montt mucho antes de que se ponga el sol; sin duda la conversación debe haber sido muy interesante. Un salto a Pargua, otro a Chacao y ¡Ya estaba en la isla de Chiloé!
Debe haber pasado un mes más o menos cuando recibí un llamado de mi hermana Florcita. Y entonces aproveché de disculparme. Le dije:
---¡Hermanita! Si notaste que alguien estuvo en tu casa, que se tomó el jugo del refrigerador y se comió unas cucharonadas de lentejas, y se bañó… y si notaste que la cama estaba un poco desordenada fue por una deliciosa siesta que se dió tu hermano, mientras ustedes estaban trabajando. Fui yo hermanita que pasé por tu casa a hacer un descanso mientras viajaba a dedo de la universidad a Chiloé y como de costumbre, ingresé por la ventanita del baño, como tú ya sabes. Espero que no te haya parecido mal.
Y mi hermana me respondió:
---¡Huyyy hermanito! ¡Cómo pudiste hacer eso!... ( noté que tomó aire) Lo que no te había dicho hermanito es que…¡ Hace como 8 meses que nos cambiamos de casa!
---¡PLOP!