Cuando a mediados de marzo de 2013 recibí los borradores del libro de Carlos Trujillo “Si no fuera por la lluvia. Milton Rogovin en Chile”, venía también incluido un grupo de fotografías de innegable belleza, las cuales habían sido tomadas por Milton Rogovin en febrero de 1967 en las inmediaciones de Quemchi. Una de aquellas fotografías me dejó impresionado, no sólo porque era nueva para mí, ni porque dentro de la colección de Milton Rogovin, esta imagen nunca hubiera sido publicada.
Era la fotografía de una joven adolescente chilota que Rogovin había fotografiado en el sector de Choen en Chiloé, algo al sur de Quemchi. La hermosa sonrisa de la joven la frescura de su rostro y la espontaneidad de la toma del fotógrafo, me impresionaron. Todos estos elementos quedaron dando vueltas en mi mente por alguna razón que iba más allá del aspecto estético, al punto que decidí seleccionar esta hermosa imagen para la portada del libro. Esta elección tenía que ver –además- con la filosofía que movía al fotógrafo Milton Rogovin: él decía que “los famosos tienen sus propios fotógrafos. Yo soy el fotógrafo de los eternos olvidados”, los obreros, los trabajadores que con sudor y lágrimas se ganan el pan de cada día… y hemos visto que en toda su obra Rogovin conjuga la belleza de la imagen con la pobreza. Por eso esta fotografía de la joven encierra todo el pensamiento profundo del fotógrafo, la belleza de una sonrisa pura de la adolescente y la pobreza de la joven expresada en sus ropitas ajadas y tirillentas del Chiloé rural y difícil de aquellos años. ¿Quién sería esta jovencita? ¿Cuál sería su nombre? ¿Vivirá aún?, ¿En qué sector del campo? ¿Qué habrá sido de su vida desde aquel entonces? ¿Estará casada?, ¿Tendrá hijos? Éstas y otras preguntas se fueron arremolinando en mi mente.
A sugerencia del Dr. Carlos Trujillo, me comuniqué con Teolinda Higueras, Directora de la Biblioteca Municipal de Quemchi, cuya ayuda había sido tan importante como valiosa cuando editamos el libro “Nada Queda Atrás” en 2007 y le solicité averiguara todo lo que fuera posible sobre esta persona con el fin de obtener su autorización para utilizar su fotografía en la portada de nuestro libro.
La misión no fue tan fácil. Supimos así que se llamaba María Leginia Nahuelquén Nauil, que estaba casada y vivía en el sector rural de Choen, algo al sur de Quemchi. Hubo comunicaciones telefónicas indirectas entre la Sra. Teolinda Higueras y una hija de María Leginia – primero- y más tarde otra conversación telefónica con una hermana de la fotografiada. Por esta vía no se pudo conseguir la autorización porque las conversaciones telefónicas dejaban muchas dudas sobre la finalidad del documento solicitado. Finalmente se recibió una respuesta negativa.
El Dr. Carlos Trujillo me envió nuevas fotografías tan buenas como la anterior para seleccionar aquella que podría ser utilizada como portada, pero yo estaba empecinado con esa hermosa imagen de María Leginia y no estaba dispuesto a darme por vencido tan fácilmente. A mediados de agosto, viajé a Quemchi con el único objetivo de conocer personalmente a la fotografiada por Rogovin y conseguir su autorización para utilizar su imagen en la portada del libro.
Teolinda Higueras ya me había informado que la profesora de Aucar, Sra. Alicia Paillaleve sabía del sector donde se ubicaba su casa, de tal modo que al llegar a Quemchi a media mañana me dirigí a la Biblioteca Municipal y tomé contacto telefónico con la persona que nos llevaría en camioneta hasta el sector de Choen. Aucar se encuentra a sólo unos 3 Km. de Quemchi en el camino hacia Choen. La Sra. Alicia Paillaleve nos estaba esperando.
Entre tumbos y pedruscos fuimos acortando distancias por caminos rurales llenos de piedras, barros y acequias. Preguntando por aquí y por allá nos fuimos acercando a la casa de María Leginia. El último tramo tuvimos que hacerlo a pie porque no había ya senderos para la camioneta que nos trasportaba. Con Alicia atravesamos pampas donde apacentaban las ovejas, abrimos quinchos y portones de enrejados con ramas de arrayán, de roja corteza, vadeamos pasos barrosos y saltamos cercos de alambres de púas subiendo y bajando por unas escaleritas rústicas que los chilotes han ideado para el fácil paso de los humanos, más no así de los animales.
Desde una cerca vimos a un joven a la distancia ¡Aloó!... Preguntamos por la Sra. María Leginia. El joven nos dijo que era su madre y que “-Ahí estaba bajo unos manzanos deshojados recogiendo unas zanahorias recién cosechadas del huerto”. Abrimos unas “trancas” e ingresamos al huerto. María Leginia estaba inclinada seleccionando y lavando unas hermosas zanahorias que acababa de cosechar de su huerta y las lanzaba a unos baldes de plástico, a modo de clasificarlas por sus tamaños. Nos saludó sin dejar de trabajar y casi sin levantar la cabeza. Nos ofrecimos para ayudarle pero rechazó nuestra ayuda pues estaba ya a punto de terminar.
Nos invitó a pasar a la cocina y se disculpó por no tener pan recién horneado. Le señalé ¡Al fin la encuentro Sra. María Leginia! ¡No sabe usted cuánto la he buscado! ¿Me permitiría darle un abrazo chilote… es decir un abrazo cariñoso? Rió de buenas ganas y me dio un fuerte abrazo.
Preparó rápidamente un mate y coció un par de huevos mientras conversábamos sentados en torno a la cocina a leña que permanentemente se encuentra encendida. Mientras disfrutábamos del delicioso mate con hierbas aromáticas -que circulaba entre los tres hablantes- le hablé del libro del profesor Carlos Trujillo y del fotógrafo norteamericano Milton Rogovin que había venido a Quemchi a sugerencia de Pablo Neruda y de Francisco Coloane y había fotografiado a ella y a su familia en el verano de 1967 cuando ella era una adolescente.
Al principio no recordaba claramente la situación de aquellos lejanos años ni tampoco supo describir al fotógrafo ni recordar la circunstancia (no en vano habían pasado ya 46 años), pero su memoria se activó cuando le mostré algunas de las fotografías en las que aparece ella en solitario con aquella hermosa sonrisa, otra en la que están sentadas una hermanita menor, ella y su madre y la tercera en la que aparece toda la familia de aquellos años incluyendo a su padre ya fallecido. La familia está frente a la casa revestida de tejuelas de alerce. También le mostré la fotografía del propio Milton Rogovin tomada en ese tiempo, en la que aparece el fotógrafo con su cámara fotográfica y aquella chomba de lana comprada expresamente para venir a Chiloé en un intento por “no desentonar” con la indumentaria de los isleños.
María Leginia clavó los ojos en las fotografías y adoptó una mirada grave. Le vimos emocionarse. Al cabo de unos minutos un par de lágrimas resbalaron por sus mejillas. Respetamos su silencio.
--Así era mi querida madre… y mi hermanita menor hoy ambas fallecidas. En esta otra foto está mi padre que también está fallecido…y aquí están mis hermanas mayores –las señala con un dedo- , ambas están en “Provenir” (Porvenir), en la Argentina. Viven allá desde hace muchos años… Fíjese que yo soy la única que usa zapatos. Todas mis hermanas están descalzas. En esos años era muy difícil tener un calzado…habían unos zapatitos de plástico de esos que llegaron como ayuda después del terremoto de 1960. Yo ansiaba tener unos zapatitos así hasta que un día mi madre me los compró en el pueblo. Mis hermanas me decían ¿Qué vas a hacer cuando se te “jundan” los zapatos? Y yo les respondía -Juntaré plata y me compraré otros.
Y así conversamos y conversamos, recordamos y revivimos con ella sus ansiados y pasados momentos: la vida de aquellos lejanos tiempos, la escasez de trabajo para su padre que debía viajar a la Patagonia argentina en cada temporada para dar sustento a su familia, la permanente lucha por la vida en el campo, el barro y la lluvia casi constante durante los crudos inviernos de Chiloé…en fin…el aislamiento.
Finalmente le consultamos respetuosamente si ella nos autorizaría publicar la fotografía que le tomó Milton Rogovin en 1967 cuando ella era una adolescente. Y ella aceptó de mil amores pero nos solicitó que cuando aparezca el libro le regaláramos al menos 2 ejemplares para tener de recuerdo. Yo me comprometí con llevarle al menos 10 ejemplares.
La tarde había ya quemado unas cuantas horas cuando regresamos a Quemchi. Dejamos a Alicia en Aucar y me comprometí pasarla a buscar cuando llevemos los libros a María Leginia.
El pueblito de Quemchi estaba adormecido a esa hora del día. Busqué un restaurant para pedir un almuerzo: - Tengo sólo un caldillo de mariscos chilotes. Me respondió el dependiente.--¡Eso es precisamente lo que necesito, Señor! Repliqué.
Y en el humeante aroma de mariscos chilotes y el delicioso sabor del caldillo –atenazado por el hambre- disfruté de ese almuerzo como nunca, reviviendo cada instante, cada minuto, cada segundo de ese re-encuentro con la joven de Choen fotografiada por Rogovin, ahora ya de 63 años y algo deteriorada en su salud por el cruel paso del tiempo.