Dos palabras para Don Aniano

Don Aniano Fernández, el viviente solitario de Chacay, falleció el sábado 16 de enero 2016, a la edad de 97 años. Sus funerales se efectuaron hoy 17 a las 11.oo horas con una misa solemne y un responso fúnebre, en compañía de sus familiares, amigos y vecinos del pueblo. Estuvo presente en toda la ceremonia el señor Alcalde de Santa Juana Don Ángel Castro Medina, amigo personal de Don Aniano y numerosos funcionarios que le conocieron en vida.

aniano01Cuando le vi por primera vez fue en la carretera, camino a Chacay. Iba cabizbajo con un paletó raído en los codos por el largo tiempo de uso. De pelo cano y paso lento y cuidadoso, iba siguiendo la acera del camino con pequeños golpecitos dados con un palo que usaba como bastón hechizo. No podía pasar inadvertido, pues su larga edad quedaba a la vista, como también el inminente peligro al que se exponía, al ir caminando junto a la acera por esa vía por la que transitan grandes camiones con carro cargados de maderas y rollizos. Pensamos entonces:

 Aquel anciano se expone a un serio peligro. Es muy valiente de su parte que se atreva a deambular de ese modo.

Le vimos seguir su camino hasta que su trémula figura se fue empequeñeciendo y finalmente desapareció tras una curva del camino.

Luego Don Bernardo Ruiz me contó que Don Aniano Fernández solía ir caminando -de ese modo como le vimos aquella lejana tarde- hasta Santa Juana todos los meses en la fecha que debía cobrar su pensión, y lo hacía caminando, siguiendo la acera con golpecitos de su bastón hechizo. Supe entonces que tenía la costumbre de comprar sus “faltas” en el supermercado y solía regresar a su casita del mismo modo como llegó. Se escuchó entre los presentes la hermosa historia de una acción humanitaria de parte de un joven veterinario de Santa Juana que solía llevarlo en su vehículo de vuelta a su rancho cuando lo encontraba de compras en el supermercado.

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Fue mucho tiempo después de aquella primera vez, que Don Bernardo Ruiz me solicitó que fuéramos a visitarlo a su pequeña casita situada algo retirada del camino y más allá de un bosque nativo alimentado por una risueña corriente que baja del cerro cantando sus susurros entre las piedras hasta perderse en la negra boca de una hondonada. Don Bernardo me dijo que Don Aniano bordeaba los 100 años y era preciso ir a visitarlo porque últimamente sufría una especie de bronquitis y su ya deteriorada vista se había agravado por una desagradable conjuntivitis. Me dijo que vivía solo, que era la forma de vida que había adoptado desde hacía ya mucho tiempo porque seguramente vivía en armonía con la soledad del paisaje, lejos del bullicio de las ciudades, ajeno a la televisión y a otras necedades de la vida moderna, prefiriendo la tranquilidad del paisaje, pletórico de verdores multitonales, y en el silencio, roto a veces por el canto del chercán, de algún zorzal de la huerta, del rudo ruido de la gallareta que a veces escarba entre las hojas, o del canto de hermoso gallo que cría en un cercado rústico y del cacareo de las pocas gallinas y pollos que lo acompañan.

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Subimos ese día –caminando- por el húmedo sendero del sotobosque, plagado de olores a laurel y a aromas de arrayán y de luma, del suave aroma del boldo y de la tierra mojada. Era invierno y había llovido ese día. Llegamos hasta una tranquera de palos de arrayán y desde allí vimos por primera vez su rancho –el rancho de Don Aniano-, algo encumbrado en la mitad de un pequeño cerro, limitado por un par de árboles, y al que había que llegar subiendo por un resbaloso senderillo, que habíamos de transitar asidos de las barandas que Don Aniano había sujetado aquí y allá con clavos o con cordeles, como única manera de no caer al arroyo de más abajo en caso de un resbalón. Ya en la tranquera, que estaba cerrada Don Bernardo lanzó unos gritos de alerta para anunciar nuestra presencia y para que el hombre maduro no se asustara. Los perros comenzaron a ladrar con cierta furia pero por poco rato. Una voz que emergió de entre las maderas de la desvencijada casita, los hizo callar. Entonces vimos primero el largo bastón… aparecer desde la negrura del hueco de la puerta, y luego la imagen imborrable de Don Aniano que tras sus pobladas cejas intentaba divisar las imágenes borrosas de los visitantes por medio de la escasa luz de aquellos ojos cansados en aquella larga vida y por la molestosa picazón del humo de la hoguera, que solía mantener permanentemente encendida.

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Subimos esa escalinata resbaladiza y llegamos al periplo de su rancho. Nos hizo pasar adelante y nos sentamos sobre unos troncos alrededor de la pequeña hoguera. Conversamos sobre su vida y nos contó con orgullo que él había hecho el Servicio Militar cuando tenía 18 años, sin olvidar el apellido de su Capitán y de su Sargento, conocidos en aquella lejana época. Lo examinamos y le dimos algunos medicamentos pues sufría en ese momento una conjuntivitis del ojo izquierdo y una infección urinaria, además de una molestosa tos producto de una bronquitis aguda. Le dejamos los medicamentos y vimos que tenía poca leña para alimentar esa hoguera que en los días de invierno le daba algo de calor.

aniano06Pocos días más tarde volvimos con el Sr. Alcalde y entre otras cosas le llevamos una canasta familiar que recibió con mucha sorpresa y alegría. El Sr. Alcalde dio órdenes de reparar algunas partes de la vivienda y un equipo de maestros carpinteros se abocó al trabajo ordenado. Frazadas y ropa de cama, además de otros menesteres, permitieron aliviar en parte su solitaria vida. Días más tarde Don Bernardo Ruiz cargó su camioneta con astillas de Eucalyptus y se dio maña y empeño para subir esa pesada carga a pie, hasta la vivienda del Don Aniano: tendría suficiente madera para mantener la fogata encendida durante gran parte del invierno.

 

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No le conocimos mucho, pero percibimos su amabilidad y su humor hilarante, su juvenil sonrisa, a pesar de los años, cuando recordó que había visto al señor Alcalde bailar una cueca, mientras inauguraba alguna ramada en algún “dieciocho” al algún lejano tiempo, su azarosa vida, su tenacidad, su espíritu de sacrificio y su amor a la libertad. Nos sorprendió siempre su autodeterminación de vivir solo, en un lugar distante, lejano, teniendo a mano tan sólo lo mínimo, su tenacidad y su coraje. Por eso lo adoptamos como el modelo, la imagen del anciano de la tercera edad que resumía las realidades de tantos otros hombres añosos, solitarios o no, a quienes estaba dirigida la ayuda médica y social del Programa de Atención al Paciente Postrado de la Municipalidad de Santa Juana, programa por medio del cual pudimos llegar a él, pudimos conocerlo y pudimos ayudarlo durante la última parte de su vida.

 

Hoy lo despedimos de su andar por este mundo y lo he de recordar como aquella primera vez que lo ví caminar lentamente hasta que su triste imagen se fue empequeñeciendo hasta esfumarse tras la curva del camino, del mismo modo como desaparece hoy de nuestro mundo viviente, tragado ahora por las sombras del más allá… por el universo de nunca jamás. ¡Adios Don Aniano! Valoramos haberlo conocido.

 

Dr. Medardo Urbina Burgos.

Santa Juana 17 de Enero de 2016.

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