Ya parte el galgo terrible
a matar niños morenos.
Ya parte la cabalgata
la jauría se desata.
(Fulgor y muerte de Joaquín Murieta, Pablo Neruda)
En 1967, el poeta chileno Pablo Neruda, sorprendió gratamente a sus lectores de Chile y el mundo con la publicación de una obra única, original y diferente a todo lo que se le conocía hasta entonces. Sin mayor aviso, el futuro Premio Nobel, saltaba a la palestra con una nueva creación que si bien estaba escrita en verso no se trataba de un poema extenso ni de una colección de poemas sino que era una inesperada obra teatral. La nueva creación del poeta nacido en Parral estaba basada en la vida de un legendario personaje que seguramente hasta entonces sólo un minúsculo grupo de chilenos debe haber conocido o haber oído alguna vez de él. El personaje en cuestión se llamaba Joaquín Murieta y muy pronto escaparía presuroso de las estrictas páginas de los libros para comenzar, libre y redimido, su simpar cabalgata por los escenarios del mundo llevando el mensaje elaborado por la bella y apasionada escritura del poeta.
El éxito y el reconocimiento inmediato que obtuvo la obra es bien confirmado por la gran cantidad de notas de prensa y artículos que dieron cuenta de su publicación. Entre ellas: «Neruda entra en escena con Murieta», en El Mercurio, Santiago, Revista del Domingo, septiembre 1967; «¿Por qué Joaquín Murieta?», en Sucesos, Santiago, n.º 5, octubre 1967 y El Siglo, Santiago, 8 de octubre de 1967; «Murieta con un pie en el estribo», en Ercilla, Santiago, 11 de octubre de 1967, pp. 26-27, y «Personalidades en el estreno de Joaquín Murieta», en La Nación, Santiago, 12 de octubre de 1967, entre muchas otras.
El Murieta de FUNDECHI
La obra sobre “el bandido Murieta” fue prontamente llevada al escenario por importantes elencos no solamente en Chile sino también en numerosos otros países. Sin embargo, en nuestro Castro, capital de la provincia de Chiloé, recién tuvimos la oportunidad de verla representada el año 1981, cuando el Taller de Teatro FUNDECHI, de Ancud, llegó con su muy bien lograda producción hasta nuestra ciudad, tras haberla presentado en Santiago con un enorme éxito, como fue consignado en notas como las siguientes: “Reestrenan la única obra de teatro que escribió Neruda / Fulgor y muerte de Joaquín Murieta», en La Segunda, Santiago, 27 de julio de 1981, p. 48; «Éxito logra teatro de Chiloé en la capital / Fulgor y muerte de Joaquín Murieta», en La Cruz del Sur, Ancud, 31 de julio de 1981, p. 7; «Murieta a la chilota», en La Tercera, Santiago, 31 de julio de 1981, p. 54; «El breve fulgor de Murieta», en Las Últimas Noticias, Santiago, 31 de julio de 1981, p. 6, y «Grupo Fundechi. Las lecciones de Murieta», en Solidaridad, Santiago, nº 117, agosto 1981, pp. 18-19.
En Castro, la representación teatral consiguió un éxito tan grande como el obtenido en Ancud, Santiago y otras ciudades del territorio nacional. Corría el octavo año de la dictadura y, dadas las restricciones que existían en nuestro país para realizar reuniones, las actividades artísticas siempre eran una buena oportunidad para encontrarse, hablar, comentar el día a día, las informaciones que llegaban bajo cuerda… Y si, además, se trataba de una obra tan llena de mensajes libertarios como la que nos llevaba FUNDECHI, la ocasión se volvía más grata aún. La obra nerudiana, repleta de hermosos textos líricos musicalizados, de inmediato dejó grabados en la oreja de los asistentes muchos de esos poderosos versos que con música de Sergio Ortega, más tarde, serían interpretados también por Víctor Jara, Quilapayún, Inti Illimani, Cuncumén, Mercedes Sosa y muchos más.
El Murieta de Pavel Grushcko
Cuatro años después de esa puesta escena en el salón de actos de los Padres españoles, en Castro Alto, tuve la fortuna de participar en el XII Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, realizada en Moscú entre el 27 de julio y el 3 de agosto de 1985, en representación de los poetas chilenos, y allí volví a encontrarme con Joaquín Murieta galopando en ruso por los escenarios de esa hermosa ciudad.
La fortuna quiso que uno de los varios días de reuniones y recitales con poetas de un centenar y medio de países, Pavel Grushko, quien era el traductor oficial de Neruda al ruso, invitara a cinco poetas hispanoamericanos que habían ganado su interés y a los cuales había decidido traducirles algunos poemas. Tras una grata y extensa conversación de Grushko con ese pequeño grupo en La Casa de los Escritores, nos preguntó a Víctor Rodríguez Núñez, cubano, y a mí, si teníamos tiempo para quedarnos un rato más con él. Apenas le respondimos que sí, nos dijo que quería invitarnos a una actividad muy especial. Nos contó que poco después de su publicación en Chile, él había traducido Fulgor y muerte de Joaquín Murieta, al ruso, y que tras el golpe de estado y el fallecimiento de Neruda, ambos en septiembre de 1973, el gobierno ruso decidió ponerla en escena para ser representada en todos los escenarios del país. Nos comentó que la traducción de Fulgor y muerte fue un trabajo gratísimo puesto que era una obra que le había encantado, y que el único ‘gran problema’ que encontró a la hora de traducirla fue la primera palabra del título. La razón, según él, era que al ser traducida al ruso, la palabra “fulgor” pierde mucho de su sentido y de su brillo, y que por esa razón decidió traducirla como “estrella.” De modo que en la Unión Soviética, la obra era conocida como Estrella y muerte de Joaquín Murieta.
Pavel nos contó que debido al interés que le había provocado nuestra poesía y por los lazos de afecto que ese mismo hecho había creado, quería invitarnos a la representación de la obra, allí mismo, en un hermoso teatro de Moscú. Esta obra –nos dijo—nos recuerda a Neruda y a Chile, y por la tremenda conexión afectiva que tenemos con ese país, Estrella y muerte de Joaquín Murieta, lleva representándose, ininterrumpidamente desde mayo de 1976. Cada día del año se representa aquí –nos informó-- y también se lleva a otras ciudades de la Unión Soviética y a todos los países socialistas. Es un homenaje nuestro –agregó Grushko-- a Chile y a Neruda y, por lo mismo, el elenco que la pone en escena, está formado por los actores y actrices que ganadores del premio anual de actuación que se da aquí, es decir “Los Premios Oscar” soviéticos. De modo que los actores y actrices que actúan en esta obra consiguen sus papeles por mérito y cada uno de ellos lo considera uno de los mayores reconocimientos que puede conseguir en su carrera.
Mi amigo cubano y yo estábamos completamente asombrados con la historia de Pavel y no parábamos de hacerle más y más preguntas. Pero, cuando nos aprestábamos a salir del edificio de la Sociedad de Escritores nos dijo: “Mi deseo es que ustedes la vean, y que veamos juntos esta obra de Pablo Neruda, que al traducirla para ser representada la pensé como una ópera rock, género que se había iniciado unos años antes en los Estados Unidos, con Hair (1968), de modo que ésta es la segunda ópera rock de la historia, y yo quiero que entiendan por qué lleva casi diez años representándose noche a noche.”
Víctor y yo nos poníamos más y más contentos con cada nueva información que nos entregaba el poeta y traductor ruso. Entonces nos dijo: “Pero tengo que avisarles que no les puedo asegurar que podamos entrar.” “¿Por qué?” preguntamos al unísono. “Porque a pesar de que lleva más casi una década en cartelera, el teatro se repleta todas las noches, de modo que en la puerta de entrada encontraremos una larga fila de personas que estarán esperando conseguir un asiento.” Creo que al comienzo no supimos si creerle o no creerle, pero, de todas maneras, le pedimos que hiciéramos el intento.
A una cuadra del teatro vimos la larga cola de la que nos había hablado, pero él nos animó inmediatamente: “No se preocupen. Golpearé en una puerta lateral, me presentaré a la persona que esté allí y le diré que dos poetas, un chileno y un cubano que estarán sólo una semana aquí, tienen deseos de ver la obra de Neruda.” Era poco probable que al propio traductor no le permitieran entrar al teatro, pero debo decir que no fue un asunto fácil, puesto que verdaderamente estaban todas las entradas vendidas. Y vendidas con mucho tiempo de anticipación. Por fortuna, a Pavel se le ocurrió sugerirle al encargado que consiguiera tres sillas plegables y las acomodara en el pasillo central de la sala, pegadas a las primeras tres filas. La sugerencia resultó de maravillas y gracias a eso, Víctor Rodríguez Núñez y yo vimos la extraordinaria puesta en escena de la ópera rock Estrella y muerte de Joaquín Murieta, desde las primeras filas del teatro moscovita y, además, acompañados por el propio traductor de la obra.
Si la representación fue impresionante, que realmente lo fue, dada la calidad de la música, de la actuación, y de sabernos de memoria la mayoría del texto, fue más impresionante aún cuando durante el intermedio, Pavel nos dijo “les tengo preparada una gran sorpresa para el final.” Es cierto que, a esas alturas, pensábamos que ya nada podría sorprendernos, pero Pavel debe haberse reído de buena gana al ver nuestras caras cuando al terminar la obra nos soltó la sorpresa: “Ahora vamos a los camerinos a charlar con los actores.” Difícil será imaginar la reacción de un castreño que, hasta entonces, había salido poco y nada de su tierra y que de pronto se encontraba en un hermosísimo teatro moscovita compartiendo y conversando en castellano con los actores y actrices más famosos del extraordinario mundo artístico de la Unión Soviética. Poco recuerdo de lo que hayamos conversado con ese selecto grupo de actores y actrices. Es cierto que varios de ellos hablaban un muy buen castellano y los que no hablaban se comunicaban con nosotros a través de Pavel, pero no recuerdo absolutamente nada de lo que nos dijeron ni mucho menos de lo que les hayamos preguntado a esas luminarias del gran teatro ruso.
Volando a Chile con Joaquín Murieta
Vuelvo a encontrarme con Joaquín Murieta casi cada semestre o, por lo menos una vez al año, cuando reviso, mejoro y pongo al día mis apuntes para nuevos cursos sobre Pablo Neruda, poesía chilena o, bien, sobre poesía hispanoamericana contemporánea. De modo que con el paso de las décadas, mi cabalgata al lado de este personaje se ha vuelto una experiencia constante. Sin embargo, mi último encuentro con él fue verdaderamente fortuito.
Cada vez que hago un viaje largo me apero, por lo menos, de buen un par de libros. Cuando fui a Chile en junio pasado, llevé una larga novela en inglés, pero de todas maneras me faltó material de lectura debido a que mi avión llegó con retraso a Atlanta, lo que me hizo perder la conexión a Santiago. Así que tuve veinticuatro horas más que las previstas para dedicarlas a la lectura. Por esa razón, el día antes de volar a Chile a comienzos de octubre busqué dos libros al azar en mis estantes de libros no leídos.
El primero que llegó a mis manos fue The Life and Adventures of Joaquin Murieta. The Celebrated California Bandit o sea Vida y aventuras de Joaquín Murieta. El célebre bandido de California. Le di una hojeada al pequeño volumen y vi que era un libro usado, comprado tal vez en alguna venta de garaje (garage sale), debido a que estaba repleto de notas y subrayados de, por lo menos, dos lectores anteriores. El autor del libro firmaba como Yellow Bird (Pájaro Amarillo), su nombre de indio cherokee, y entre paréntesis estaba su nombre legal en la sociedad norteamericana del siglo XIX, John Rollin Ridge.
Recién iniciado el vuelo, mi primera sorpresa fue que esta novela sobre el personaje que yo reconocía como nerudiano, se hubiera publicado por primera vez en San Francisco, Estados Unidos, el año 1854. O sea que más de un siglo antes que la famosa obra teatral de nuestro poeta, el personaje Joaquín Murieta ya había sido llevado a la literatura por otro autor. Por lo tanto, de aquí en adelante tendría que dejar en claro que Pablo Neruda no tomó su personaje directamente de la tradición oral o de la historia sino que lo tomó de una obra que seguramente había tenido numerosas ediciones, como confirmé a poco de avanzar en la informadísima introducción de Joseph Henry Jackson, de la edición de University of Oklahoma Press.
Por las palabras de J. H. Jackson, me fui enterando que “Ridge realmente creó uno de los mitos más perdurables de California”, puesto que si bien es cierto “que en los primeros años de la fiebre del oro hubo un Murieta” (XI) fue el libro de Ridge (o Yellow Bird) sobre ese borroso bandido el que lo sacó de su oscuridad “y lo volvió un personaje en diversas historias de California, sensacionalizando su vida en notas publicadas en revistas, en libros escritos en diversas lenguas, y, finalmente, lo hizo tema de una “biografía” que fue llevada al cine.” (XI-XII)
Es obvio que tras leer las primeras páginas de la introducción, no pudiera despegar la vista del libro en todo el resto del viaje. Y así fui enterándome de que una vez que se inicia la fiebre del oro en California, aparte de los mexicanos, que hasta unos años antes eran dueños de ese territorio, a pesar de la enorme distancia entre ambos puntos, los primeros extranjeros en llegar a ese estado de Norteamérica fueron chilenos y peruanos. Y así fue como dado que la mayoría de las personas dedicadas a la explotación del oro en esos primeros años eran latinoamericanos, los estadounidenses decidieron pasar una ley tremendamente injusta que dañó gravemente a los extranjeros, quienes abruptamente perdieron sus privilegios y muchos de ellos se vieron en la forzosa necesidad de realizar trabajos ilegales y hasta a dedicarse al bandidaje.
Coartadas sus posibilidades de trabajo legal y bien pagado, surgieron entre los mexicanos grandes bandas dedicadas a robar ganado y caballos como también al robo de “salones” y almacenes, e incluso el asalto a viajeros desprevenidos. Poco se sabe de los nombres de ellos, dice Jackson en la introducción, “excepto que el más notable de todos se llamaba “Joaquín.” Y luego agrega que, “combinando varios informes, se descubrió que había por lo menos cinco Joaquines, entre los jefes de bandas más reconocidas. Así que el nombre Joaquín correspondía por lo menos a cinco personas distintas, apellidadas Carrillo, Valenzuela, Bottilier (o “Botilleras”), Murieta y Ocomoreña.” (XXI) El hecho de existir cinco Joaquines, a quienes todo el mundo conocía sólo por el nombre, y que todo el mundo pensaba que era una sola persona, transformó a este Joaquín en un personaje ubicuo que al mismo tiempo podía atacar en lugares tremendamente distantes del gran estado de California, y sus correrías y aventuras empezaron a correr como llevadas por el viento. De ese modo, el personaje Joaquín, un Joaquín sin apellido, empezó a transformarse en un mito.
La historia de Murieta (o Murrieta) es larga y éste no es el sitio adecuado para contarla ni para analizarla, puesto que faltarían muchas páginas para cumplir esas tareas. Sin embargo, es importante mencionar que el Joaquín Murieta a cuya cabeza se le puso precio, y a quien se mató junto a Jack “Tres dedos” --por lo menos en el papel, porque nunca se supo de quién era la cabeza que se entregó como prueba-- es un personaje creado por Yellow Bird (John Rollin Ridge), en 1854, que fue tomado, adaptado, transformado y reconstruido en numerosas secuelas publicadas en España, México, Francia, Estados Unidos y Chile, e incluso llevado al cine. El sitio de Wikipedia en español sobre Joaquín Murrieta (con rr) indica que éste “es retratado como un personaje muy carismático en la película de 1936 de William A. Wellman: The Robin Hood of El Dorado.” Y que otra película, titulada precisamente Joaquín Murieta, dirigida por George Sherman y estrenada en 1965, es básicamente una versión cinematográfica de la novela de Ridge y las conocidas leyendas tejidas en torno a la vida del personaje. El mismo sitio de internet menciona que en 1953, en la película Era el comandante Callicut, dirigida por Félix E. Feist y protagonizada por Randolph Scott, aparecía el personaje Joaquín Murrieta como un joven bandido que ayudaba al protagonista.
Todos esos personajes, como también el de Neruda, parecen tener muy poco que ver con la persona real que sirvió de leve base a la ficción, ya se llamara Carrillo, Valenzuela, Bottilier, Murieta u Ocomoreña, y, en lo esencial, están basados en la novela de un autor mitad cherokee, mitad blanco, quien en Joaquín Murieta, su mítico protagonista, trató de representar los infortunios, pesares, tragedias y luchas de su propia vida.
A la corta edad de doce años, Yellow Bird, hijo de padre cherokee y madre blanca, vio a una banda de blancos asesinar a su padre en su propia casa, frente a él y al resto de su familia. Esa misma noche, pocos minutos después, les llegó la noticia de que su abuelo y un primo habían sido asesinados por otro grupo de blancos con la intención de despojarlos de sus tierras para apropiarse de ellas.
Indudablemente, esta historia de dolores, infamias, asesinatos y violencia debe haberse grabado para siempre en la conciencia del pequeño, que un día, ya mayor y más experimentado, encontraría en el salvaje territorio californiano un personaje y una historia que pudieran representar su dolor, su rabia y su impotencia, como también sus sueños de lucha, venganza y libertad.
A modo de cierre
Tras una semana en Castro, ya sentado en el avión que me traería de Santiago a Miami, de pronto recuerdo una frase que me llegaba de alguna parte. Era una frase importante que había leído en algún sitio, pero no recordaba dónde. Le di vueltas y más vueltas al asunto, entre el cansancio y la imposibilidad de dormir en un asiento tan incómodo, hasta que descubrí que si no había conseguido dar con el origen de ella, era precisamente por lo presente que la había tenido en mi cabeza por una buena punta de años. La frase en cuestión se conectaba con el tema de esta nota y me caía como anillo al dedo para cerrarla de la mejor manera. En el manuscrito de Milton Rogovin en Chiloé. Diario de viaje, correspondencia, fotografías, valioso documento que espero publicar el próximo semestre, hay una frase que el fotógrafo norteamericano recuerda haberle oído a María Martner, la famosa escultora que en 1967 se encontraba en Isla Negra construyendo los murales de piedra de la casa de Neruda. Un día Milton vio en la mesa del poeta las pruebas de imprenta de Fulgor y muerte de Joaquín Murieta y le preguntó a Martner quién era ese personaje. Su respuesta y el comentario de Rogovin quedaron escritos en su diario de la siguiente manera: “Es un bandido chileno que fue a San Francisco y fue matado allá y que al parecer, los mejicanos también reclaman como suyo. Pero María piensa que ¡dado que Méjico tiene tantos bandidos, por lo menos podrían darle éste a Chile!”