Marzo de 2013 nos ha sorprendido gratamente con la aparición del nuevo libro de cuentos de José Teiguel: “MUERTES SUCESIVAS”. Conociendo la calidad narrativa del autor por medio de los libros, artículos, obras diversas surgidas de su excelente pluma –que hemos tenido el privilegio de leer- ( “Las puntas del agua”, “Puerto Abanestra” o “La heredad del pasto y el agua”, por mencionar sólo algunas de sus obras más conocidas), no debería sorprendernos con el contenido de los 8 cuentos que aparecen en las páginas de este nuevo “regalo” para los lectores de Teiguel.
Y sin embargo nos sorprende, porque adentrarse en el contenido de cada uno de estos nuevos cuentos es introducirse a la psiquis de individuos ( hombres y mujeres) de nuestro pueblo, chilenos comunes y corrientes, jóvenes y viejos, que nos relatan desde sus particulares perspectivas, los detalles más escalofriantes de sus respectivas vidas, o enfrentados a los dramas, las envidias, las perversiones, los simples conflictos de un hombre común que -como lo dice Teiguel en el primero de sus cuentos- se ve afectado por las consecuencias de “una aventura amorosa puertas afuera o sábanas adentro” o como dice más adelante por “aventurillas algo dolosas sin que la consorte se entere”, termina(n) en un callejón sin salida que suele concluir con la muerte, circunstancia extrema que es posible ver con cierta frecuencia en los escritos de Teiguel.
Independientemente de los impresionantes finales de los relatos de Teiguel, de las angustias , incertidumbres y suspensos que debe vivir el lector antes de alcanzar el ansiado extremo de la trama, la magnífica pluma del autor nos lleva plácidamente por los derroteros amables del ambiente, por un paisaje bucólico apacible de algún campo de Chiloé o del sur de Chile ( como sucede en el cuento María Abigail), o el intrincado derrotero de la mente distorsionada de aquel abuelo que en su vida productiva fue militar y hoy ciego, le hace describir a su pequeña nieta los más escandalosos pormenores de películas porno a las cuales el anciano es patológicamente aficionado ( “Casting”). Hay –por otra parte- descripciones apacibles y románticas de una belleza literaria extrema en los cuentos “La espera” y en “Diana”, con pasajes que enternecen por la intensidad del amor platónico que sus personajes expresan independientemente del resultado de sus pretensiones. Uno el amor irreductible que nació en la juventud y que se mantiene intacto hasta la ancianidad; y el otro un amor incontenible de dos hombres jóvenes: un misionero y su ayudante, por una magnífica mujer (Diana), tan extraordinaria que su deslumbrante belleza trastorna al apuesto misionero norteamericano que ha llegado al campamento a salvar almas para el Señor y le hace amarla aún por sobre el amor a Dios. Pero Diana no es libre; es una mujer casada que vive en un campamento salitrero del norte de Chile y sufre la “presión carnal” con fuerza irresistible cuando su esposo –ya entrado en años- debe viajar a la ciudad. Es entonces cuando el misionero y / o su ayudante intentan de diversos modos y en el más completo secreto llegar a la casa de Diana la que a su vez espera a uno o al otro con indisimulada ansiedad.
“…con sigilo alcanzo la casa de Diana. Con paso apurado me introduzco al recibidor y luego camino hacia la trastienda. Ambos nos miramos como si nos viéramos por primera vez. Diana sonríe. Yo también sonrío y no alcanzo a imaginar la mueca que cruza mi rostro. Mariano bajó a Iquique y no volverá hasta la próxima semana, tenemos todo el tiempo para nosotros”.
El drama adquiere un vuelco cuando el ayudante encuentra en medio de las arenas del desierto un papel arrugado que ha sido traído por el viento; el joven lo extiende y descubre atónito una carta que ella le envía al misionero en la cual se escribe en letras temblorosas la pasión de aquella magnífica mujer por ese hombre de Dios que la enloquece. El misionero ha cometido un descuido mortal: después de leer la carta la ha arrugado y la ha lanzado a correr –a puntapiés del viento- por las arenas del desierto, convencido que nadie la encontrará en medio de aquella seca inmensidad. A partir de ese instante los hechos suceden rápidamente. El desenlace está cercano y hay señales que éste será brutal…pero no quiero adelantarme sino dejar que el lector llegue al final de este hermoso y apasionante cuento de Teiguel… sólo cuando tenga el libro en sus manos.
Podría desmenuzar alegremente cada uno de los cuentos de Teiguel, pero ¡No! Me detendré sólo en Marina Abigail, cuento basado en un hecho real que sucedió en algún paraje perdido del sur de Chile. El matrimonio es joven y no tienen aún hijos. El hombre sale a la huerta durante la noche a causa de una urgencia digestiva y no regresa. Asoma la luz del día desde la cumbre de las montañas y su joven esposa se pregunta ¿Qué pasará? ¿Dónde se habrá metido mi hombre? Lo busca en la casa, en la cocina, sale a la huerta y recorre la arboleda de manzanos. Baja a la playa y recorre cada centímetro del bote. Busca sus pisadas por la playa, se adentra en el monte…vuelve a la playa y…¡nada! Llama a los vecinos y a poco andar uno de ellos lo encuentra. Su joven esposo está bajo un matorral, a la entrada del bosque, semioculto por el barro y la hojarasca. Tiene un corte limpio que va desde el cuello hasta el ombligo y hace ya varias horas que está sin vida. ¡Fue el león! ¡El león! Grita ella desesperada. La misma bestia que ultimó hasta el ´más pequeño de sus corderos regresó hasta la casa de los humanos arrinconada por el hambre del crudo invierno. Esperó al humano al acecho sobre las ramas bajas de los coigües que lindan la propiedad, al inicio del bosque y a medianoche ¡Zaz! Se lanzó sobre su víctima y de un solo zarpazo lo despachó al más allá. Había señas en el occiso de que el felino había lamido la sangre vertida de la carótida cercenada y después de saciar su sed lo había ocultado bajo el barro y la hojarasca para regresar a merendar un par de días más tarde, tal como lo hacen esas bestias como costumbre ancestral. Marina Abigail lo sabía. Se lo habían contado los padres y los abuelos. Fue por eso que en ella surgió esa extraña idea de venganza: la de matar al maldito león con sus propias manos. Fue por eso que se hizo enterrar bajo el barro junto a su esposo a la espera del león, ocultando en su mano derecha el más largo y filoso cuchillo carnicero que poseía.
“¡Sólo necesito que construyan un ataúd! Después vuélvanse a sus casas y déjenme aquí mismo con el cadáver de mi marido. No voy a moverlo de este lugar. No hasta que yo misma cumpla con lo que debo cumplir.”
La valiente mujer esperó dos noches enteras enterrada bajo el barro junto al cuerpo de su marido soportando el frío y la lluvia invernales, esperando al león. Bajo la tenue luz de la plateada luna lo vio la segunda noche; saltó hábilmente de una a otra rama del añoso coigüe y en una actitud distraída la sombra del felino se acercó cautelosamente al semioculto cadáver del hombre:
“ De pronto un sonido seco entre las ramas. De pronto un crujir de hojas, de pronto una sombra que se opone al paso azuloso de la luz, un movimiento leve de cola, como el que prepara la brújula de su timón con un rumbo prefijado.
De pronto lo vió.
El felino se tomó su tiempo. En forma indolente se lamió una pata, examinó detenidamente hacia la sombra proyectada de los árboles sin dejar de mover el timón de su cola, y luego de pasar revista detallada a todo su alrededor inició la labor de escarbar, retirando el pasto y la tierra que cubrían el cuerpo yerto del hombre”.
“Marina Abigail, conteniendo apenas la respiración y el golpeteo incesante de su corazón, advirtió cómo sus propios orines le mojaban las piernas y los glúteos. Se había orinado de miedo y ahora comprobaba muy a su pesar que su cuerpo comenzaba a paralizarse mientras el león lamía concentradamente el pecho de su marido, con cierta ternura como si quisiera acariciarlo antes de iniciar el festín”.
No continuaré el relato del magnífico Teiguel pues no robaré al lector la emoción de leer por sus propios ojos el extraordinario desenlace de este. apasionante cuento, que en la maestría de Teiguel, las hojas, el viento, la lluvia, el barro, el latido alocado del corazón, el vuelo rasante de una lechuza en medio de la silenciosa noche, el fuerte olor del felino, la brisa suave llena de aromas de laureles, coigües, tiacas y corcolenes, adquieren la belleza y la emoción de la mejor de las poesías y sería injusto robarle al lector esa magnífica sensación de felicidad y el suspiro lanzado desde el fondo del alma, que emerge sólo con la buena literatura como la de este sureño autor.
Ocho hermosos cuentos los de estas “Muertes” de Teiguel, en 93 páginas llenas de calidad narrativa y emoción, lucidez y fluido relato, armonía y belleza, que hacen de esta obra una pequeña joya de la literatura de nuestro sur, absolutamente recomendable para todas las bibliotecas de los amantes de nuestras letras.