Comentario de Medardo Urbina Burgos
Introducción (El tenor de los chilotes)
Los conquistadores españoles del siglo XVI eligieron a Chiloé, la Isla Grande y sus islas adyacentes para radicarse allí junto a las tranquilas aguas del Mar Interior: primero en Chacao, junto a la ribera sur del Canal del mismo nombre, y luego hacia el sur “en un alto muy ameno” como lo describe el Mariscal Martín Ruiz de Gamboa el 12 de febrero de 1567 al fundar la cuidad de Santiago de Castro, junto a la desembocadura del río que acompaña al pueblo y que posteriormente pasó a adquirir el nombre del fundador (Gamboa).
Las causas de elegir a Chiloé y sus islas podrían ser varias, pero una de ellas habría sido “el amable tenor de los naturales que pueblan estos parajes”, como se deduce de lo escrito por Don Alonso de Ercilla y Zúñiga cuando al atravesar el “desaguadero” y pisar por primera vez el suelo de la isla Chiloé en 1558, anotó:
“Aquí llegó donde otro no ha llegado
Don Alonso de Ercilla que el primero
En un pequeño barco deslastrado
Con solos diez pasó el desaguadero
El año del cincuenta y ocho entrado
Sobre mil y quinientos por Hebrero
A las dos de la tarde el postrer día
Volviendo a la dejada compañía.”
Contento y admirado del rústico terreno que pisaban y de la cálida recepción de sus habitantes, Ercilla describió el tenor de estas personas en las palabras de un joven cacique chilote que vino a su encuentro, cuando el nativo dijo:
“Y si queréis morar en esta tierra,
Tierra donde moréis os la daremos
Si os complace y agrada más la sierra
Allá seguramente os llevaremos
Si queréis amistad, si queréis guerra
Todo con ley os lo ofrecemos
Escoged lo mejor, que a elección mía
La paz y la amistad escogería”.
Ya en aquel lejano tiempo de la Conquista quedaba bien impresa la benevolencia, la amabilidad, el tenor acogedor de los chilotes, características que no han desaparecido con el paso de los años ni de los siglos y que contrastaba en ese entonces con la fiereza con que los “araucanos” (léase mapuches) del territorio continental, recibieron a los españoles que invadían sus tierras, levantándose en ejércitos numerosos y en guerras por doquier, que hicieron muy difícil la Conquista y dejaron muy mal trechas a las huestes españolas.
La amable recepción de los naturales
No fue así en Chiloé, sino por el contrario: los nativos habrían recibido con sorpresa y amabilidad a los españoles, colaborando con ellos para su asentamiento pacífico, y recibiéndolos con presentes y dádivas. Los alimentaron y les dieron bienvenidas, mostrando un comportamiento diametralmente opuesto a la férrea violencia belicosa expresada por los nativos del continente.
Los religiosos que venían con los españoles vieron –sin duda- a Chiloé como “un paraíso humano”, fértil tierra donde sembrar la fe católica, y vislumbraron al archipiélago como un lugar donde las almas dóciles y amables de los chilotes aceptarían y harían propias en sus corazones y en sus almas, las leyes y principios de su ministerio. Y no se equivocaron.
En efecto, pronto, los padres Jesuitas organizaron derroteros por el mar interior de Chiloé, visitando en “dalcas” -con remeros nativos- , los diversos parajes poblados de las islas del interior, llevando consigo santos de vestir, vírgenes y los más diversos abalorios propios de la liturgia católica. Muy pronto, los audaces padres Jesuitas -que a la vez eran hábiles constructores y notables estudiosos en diversas disciplinas- aprendieron la lengua de los naturales y pudieron comunicarse con ellos así más fácilmente y a la vez transmitir el contenido de las letanías católicas en la propia lengua de los huilliches, chonos, payos y cuncos. Muy pronto también los padres jesuitas fueron levantando iglesias de madera en aquellas ensenadas y parajes donde había nativos o en los remansos donde las dalcas podían arribar con seguridad por ser playas suaves, arenosas y protegidas de los vientos predominantes.
Las Misiones Circulares
Tal organización, entrega y trabajos tesoneros de los religiosos, permitió que se desarrollaran periplos de visitas a las islas situadas al norte y al sur de Castro –donde se encontraba la Iglesia Matríz de las Misiones- que se llevaba a cabo durante los meses de primavera y verano, y concluía al inicio del período de fuertes lluvias. Por la forma general geográfica que se creaba en estos viajes periódicos, a estas misiones se les llamó “Misiones Circulares”. Y así se fue sembrando la fe entre los habitantes del archipiélago, con tal devoción y profundidad de sentimientos que prácticamente toda la población chilota acogió en pocos años los principios religiosos impartidos por los Jesuitas – primero- y posteriormente por los padres Franciscanos, con tal profundidad que a Chiloé se le llamó “El Jardín de las almas”, mencionado así en los informes (Cartas Annuas) que elevaban a la Superioridad de la Orden.
El papel de las imágenes religiosas
En este proceso de evangelización cumplieron un papel preponderante las imágenes que los religiosos traían consigo e iban dejando en cada una de las iglesias que visitaban; algunas de ellas eran imágenes de cuerpo completo, elaboradas en Europa, o traídas desde Perú o Ecuador, lugares en los que había padres artesanos dedicados a la elaboración de las mismas, o bien eran elaboradas por algún religioso en el mismo Chiloé y posteriormente más de algún chilote hábil en el manejo de las maderas logró construir la imagen del santo o virgen de su devoción, con toda la perfección o imperfecciones propias de la artesanía nativa. También se elaboró “imágenes de vestir”, en las que resaltan el rostro y las manos, y el resto es un armado de palos que se cubre con ropas de diversos colores y calidades. Los feligreses se reunían periódicamente en las iglesias chilotas en torno a estas imágenes, las cuales –dado el grado de santidad que se les ha atribuido- lograron conservarse en diversos grados de integridad a pesar del paso de los siglos.
El valor social de las festividades religiosas
Así ha llegado hasta nuestros días un tesoro en imaginería religiosa que data de los siglos XVI, XVII y XVIII, disperso en las más lejanas islas del archipiélago chilote, la mayoría de las cuales es a la fecha desconocida por la generalidad de la población y sólo vista por los feligreses de la comunidad a la que pertenece. Cada una de ellas conlleva una historia profunda de la religiosidad chilota, que ha atraído a los feligreses del área cada año en la fecha de la celebración de tal o cual santo, constituyendo esa fecha un acontecimiento, tanto religioso como social. En efecto, el “santo” atrae a las más diversas personas de toda naturaleza, que acuden desde los más recónditos y perdidos lugares de Chiloé y generan en esa fecha del año la oportunidad de encuentro entre antiguas amistades, o de conocerse, aquellas nuevas, de establecer nuevos vínculos, transmitirse novedades y relacionarse socialmente, en un rico intercambio que de otro modo no podría realizarse en un archipiélago en el que las islas suelen estar tan distantes unas de otras. Recuérdese que estas festividades se han venido realizando desde mediados del 1500 hasta la fecha, a lo largo de varios siglos.
El libro
SANTOS SILENTES, el hermoso libro de Mariana Matthews, contiene esas imágenes, como también las imágenes interiores y exteriores de algunas iglesias, recogidas con enorme sacrificio personal de la autora, al recorrer los diversos parajes del archipiélago chilote para rescatar tal o cual santo de vestir, que sólo se encuentra en esa iglesia de madera construida quizá cuándo, por alguno de los padres Jesuitas y la ayuda benevolente y caritativa de los artesanos chilotes del lugar.
--Hay que hablar con el Fiscal. Le dice una vecina, pues la iglesia permanece cerrada en esta época del año.
--¿Quién es el fiscal?... ¿Cómo se llama?
--Es Don Rudecindo Remolcoy Raín.
--¿Y dónde vive?
--Vive detrás de ese monte, siguiendo por ese caminito de allá ¡Mirevé! Y la mujer señala con el índice un senderillo apenas identificable en medio del paisaje oscurecido por la lluvia torrencial. Y agrega:
--Lleven un palo de luma… Señorita…porque tienen usté que tener cuidado con los perros de Don Rude…que son ¡harto bravos los fiuras!
La investigadora, se cala el gorro del poncho de plástico, se despide de la buena vecina y se adentra al senderillo barroso, resbalando y chapoteando en esa pesada mezcla de agua y barro. La lluvia cae con fuerza y las nubes bajas parecen aplastar el bosque de canelos y coigües chilotes, mientras el agua se precipita, oscurece todo y dificulta visualizar la marca del senderillo en el sotobosque. Finalmente aparece la casa de madera del fiscal y pronto están ambos –la investigadora y el fiscal- de regreso a la iglesia por el mismo sendero resbaloso. Es necesario acelerar el paso pues se hace tarde y es necesario fotografiar las imágenes con luz natural.
Esta historia se debe haber repetido innumerables veces en el transcurso de la larga investigación de años, que Mariana Matthews desarrolló silenciosamente, para concluir en este maravilloso libro que trae e nosotros a estos Santos Silenciosos que han permanecido así de iguales y de estáticos durante siglos, perdidos entre las más recónditas islas del archipiélago chilote. De no mediar por el trabajo abnegado, tesonero y erudito de Mariana, no habríamos conocido ni disfrutado las excelentes imágenes de estas maravillas, ni sus orígenes, ni los pormenores inherentes a cada una de ellas, que son parte de la -tan poco conocida- historia religiosa del archipiélago.
El libro y su contenido
El libro, de magnífica impresión y la mejor calidad de papel, se inicia con una elucubración filosófica de Mario Fonseca: “La Mirada devuelta” que en su primera parte recapitula la trayectoria de estudios y publicaciones de la autora, partiendo por su formación en los Estados Unidos y luego su radicación en Valdivia, para de allí “descubrir” el Archipiélago de Chiloé al colaborar en los trabajos de investigación del Padre Gabriel Guarda. Fonseca da una relación sintética –pues no las menciona todas- de las numerosas publicaciones de la autora, siempre referidas a la Fotografía Patrimonial, destacando su valorable contribución al conocimiento de estos tópicos, prioritariamente referidas a imágenes captadas y dejadas en papel por fotógrafos del sur de Chile, de fines del siglo XIX y primera mitad del siglo XX.
Es Gustavo Boldrini quien escribe un capítulo formidable que titula: ”La Indianización del Verbo Divino. Imágenes Religiosas de Chiloé”, escrito con una lucidez sorprendente, en el que establece la comparación conceptual entre las divinidades traídas por los religiosos desde España y los personajes de la creencia nativa Huilliche , identificándolos por sus nombres propios en Mapudungun y haciendo coincidir, convincentemente, cada personaje de la concepción religiosa católica con el correspondiente personaje de la concepción religiosa indígena. Por esa razón- sostiene Boldrini- los padres Jesuitas no tuvieron tanta dificultad en hablar este enredado tema entre los naturales, pues ellos iban entendiendo muy bien a qué dioses se referían en sus prédicas -pues en esencia- eran para los naturales los mismos dioses de los que le hablaron todo el tiempo, los ancianos de la comunidad.
La amable relación de los naturales con los conquistadores
Boldrini plantea además que la relación de reciprocidad presente en Chiloé entre los conquistadores y los conquistados se debió –entre otras cosas- a la docilidad, a la amabilidad y a la benevolencia de los naturales, quienes por esta vía de la “no violencia” lograron conquistar a los conquistadores, -culturalmente hablando- a tal punto que en una época, los españoles llegaron a hablar solo el Veliche, lengua natural de los Huilliches y se habían olvidado casi completamente del Español. La situación llegó a tal extremo que el rey de España mediante una Instrucción Real dirigida a Don Francisco Garóz, Gobernador de Chiloé de esa época (1797), obligó a los conquistadores a retornar al uso de la lengua ibérica, prohibiendo a los españoles y sus descendientes hablar Veliche, la lengua de los naturales de Chiloé.
El Padre Nuestro en lengua Chona
Alguna importancia podría haber tenido en este proceso la postura integradora de los padres Jesuitas, que se allanaron en sus prédicas a no usar el Latín durante la misa, como fue la costumbre durante siglos, sino a traducir las letanías de la misa al idioma de los nativos para su evidente mejor comprensión por parte de la feligresía. Una muestra de esta postura “democrática” de los Jesuitas es la existencia de un Padre Nuestro escrito en lengua chona, que se conserva como única pieza que posee un vestigio… una mínima parte de la lengua de aquel pueblo extinguido.
Rosabetty Muñóz, Miembro de Número de la Academia Chilena de la Lengua, nos regala “Santos y Fieles: Un Diálogo que traspasa la Historia”, un sentido texto en el que parece recapitular ella misma sus recuerdos de vivencias religiosas cuando niña, llevándonos al Chiloé de su infancia; en las que no están ausentes el temor, la incertidumbre, el terrorífico clima invernal del archipiélago, factores ambientales que aterran e inducen a los “vivientes” a refugiarse en la religiosidad, en los santos y en las vírgenes que los chilotes llaman “poderosos”, que habitan en el interior de las iglesias y a los que se debe recurrir cuando llegan los tiempos inciertos y trágicos. Ella dice en una de sus partes:
“La niña está en el campanario desde donde se pueden ver las islas vecinas. Y también los botes que se acercan a la fiesta, gobernados por hombres que, al principio, no son más que puntos oscuros entre las olas. Traen sus propias imágenes que después de mucho tiempo guardadas, salen de sus cajas de guarda a visitar. Vestidos con los mejores ornamentos, se trata de cruzar el mar interior. Cada vez más cerca. Se escuchan las voces de los remeros, se prepara el encuentro.
Se abren las puertas de la iglesia de par en par en su hambre de fieles.
En la sacristía el fiscal y el patrono visten la imagen. Nadie más debe asistir a ese rito. Nadie. Sobre una silla que carga el padre, sube la niña vestida de blanco y va recitando estrofas destinadas a la virgen. Los devotos escuchan y vibran y repiten y memorizan las palabras murmuradas en salmodia. Ruido sordo y apagado como el rumor del agua cuando está la mar calma. Se memoriza la estructura sonora rítmica, se repiten las entonaciones, se integran sin sentido propio de cada palabra…Un amasijo que ha adquirido forma y peso que sube y baja por las vigas de la iglesia…que se suspende bajo la bóveda con estrellas pintadas en el cielo de mentira”.
El valor del aislamiento en la protección de la cultura chilota
La propia autora del libro –Mariana Matthews- remata la obra con un magnífico capítulo, muy aclaratorio y brillante que titula “El Origen de las Imágenes Icónicas de la Escuela Chilota de Santería”, que desde la partida pone de relieve -además del clima que califica de implacable- el concepto geográfico de aislamiento, otorgándole un valor especial en la conservación y caracterización cultural del territorio insular, cuando dice: “Este aislamiento, que supuso hasta hace pocas décadas un reducido intercambio cultural, salvaguardó a su pueblo de influencias foráneas y, al conservar las ancestrales costumbres isleñas, preservó un legado que es un verdadero tesoro para la antropología cultural. Entre muchos otros rasgos culturales autóctonos, sobresale la santería local”.
La autora hace un recuerdo de sus inicios en los capítulos de su fructífera producción, cuando rememora los trabajos con el Padre Gabriel Guarda cuando ambos recorrían las islas chilotas a la búsqueda de datos y elementos gráficos para el libro Iglesias de Chiloé (1984): “me impactaron las iglesias insertas en ese aislamiento y rudo clima”. Y como el artista que se deja llevar por la sensibilidad exquisita de su alma frente al tema de su interés, ella dice: “…pude dejarme llevar por la tenue luz, por el olor a humedad e incienso, por el ruido del viento y el crujido de las tablas y experimentar así la totalidad del encuentro con los santos que había venido a conocer.”
Los orígenes de la imaginería en Europa
En su texto, Mariana Matthews discurre en el origen de la imaginería en la Europa del siglo XV y de la influencia de los artistas italianos en ese tiempo, que eran contratados por los reyes de España para crear las imágenes que las majestades querían para sus propias capillas. Estas imágenes con influencia del Renacimiento fueron luego evolucionando a un estilo más libre durante el período Barroco, y es en ese tiempo -propio del siglo XVI- cuando llegan a Chiloé las primeras imágenes procedentes de Europa, pero también desde talleres específicos erigidos para elaborar estas imágenes en Quito (Ecuador), Cuzco y Ocopa (en Perú), traídas por los religiosos “como instrumentos de evangelización a estas nuevas tierras”.
La Escuela Chilota de Santería
Así, el aislamiento y la lejanía de los talleres establecidos en Perú y Ecuador, más la falta de materiales específicos y la gran necesidad de dotar de imágenes a las numerosas iglesias que los padres Jesuitas –y más tarde los Franciscanos- habían ido construyendo en las distintas islas del archipiélago, habrían conducido a la elaboración de imágenes en Chiloé: primero de manos de los artesanos religiosos y posteriormente de manos de los propios artesanos nativos para dar cuerpo finalmente a la que Isidoro Vásquez de Acuña llama “Escuela Hispano-Chilota de Santería”.
Al respecto Mariana Matthews dice: “La necesidad de imaginería para poblar las iglesias construidas por los Jesuitas sin la posibilidad de traerlas desde afuera por la distancia y la pobreza de las comunidades en estas regiones, encontró respuesta en los Jesuitas escultores que llegaron a las islas, función, que muy pronto asumirán los maestros carpinteros indígenas, como evidencia el uso de maderas nativas como luma, canelo, ciruelillo, ciprés y tepa, en la construcción del soporte, y la utilización de pastas de arcilla o de cancagua en la fabricación de las caras”.
La consagración de las imágenes como entes de poder
Las imágenes fueron creadas en Europa sólo para representar a un santo o virgen físicamente, y nada más que para eso. Pero lo ocurrido en Chiloé con estas imágenes fue diferente: “…pero lo anterior nunca ocurrió en las lejanas islas de Chiloé, donde las imágenes dotadas de poderes, adquirieron valor religioso por si mismas… las figuras ya no son estereotipos: son individuos con sentimientos reflejados en sus rostros; el fin es producir una fuerte emoción religiosa en los fieles. Las imágenes tienen cabellos naturales, ojos de vidrio, dientes, lágrimas de cristal y lujosos vestidos y alhajas. Han dejado ya atrás el equilibrio del Renacimiento y ahora parecen fluir y moverse”.
Así, debemos agradecer a Mariana Matthews por permitirnos compartir sus hallazgos, disfrutar la belleza de las imágenes y comprender más profundamente el sentido histórico y religioso de la Santería Chilota, que de otro modo nos sería muy difícil entender sin la edición de este hermoso libro.
Comentario de Medardo Urbina Burgos
San Pedro de la Paz, Otoño 2016.