Hace algunos años, recibí un correo de un primo lejano, cuya imagen se había perdido ya en la noche de los tiempos. La carta venía firmada por José Blanco Jiménez (*) cuya relación de parentesco conmigo, venía por parte de mi padre (Carlos Urbina Blanco) con el cual sí existía una relación cercana pues mi padre era primo del padre de José Blanco, el Teniente de Carabineros –en ese tiempo- Don Heriberto Blanco que en esa lejana época de alrededores de 1950, era el Jefe de la Comisaría de Carabineros de Castro.
La carta hacía relación a nuestros lugares comunes durante ese efímero tiempo en que Don Heriberto Blanco estuvo en Castro y José Blanco Jiménez (su hijo) -daba la casualidad- que había nacido casi al mismo tiempo que yo y nos separábamos sólo por un mes de distancia…y unas 5 cuadras si se considerara la distancia que separaba nuestras respectivas casas. Teníamos la misma edad y a pesar de eso casi no nos conocíamos.
Para afirmar su planteamiento y su curiosidad, José me envió una fotografía de su cumpleaños número 5, celebrado en febrero de 1953 al que yo debí asistir, pero del cual no recuerdo sino sólo fugaces chispazos de memoria. Él me solicitaba que revisara esa vieja fotografía e intentara identificarme en el grupo de infantes y… efectivamente, allí estaba yo, de pie en uno de los extremos del conjunto de los fotografiados, con niños que no conocía ni podría identificar en la lejanía del tiempo, a causa de que los invitados pertenecían al grupo de familias más adineradas del pueblo, vivían en las inmediaciones del centro, mientras yo pertenecía al barrio Piloto Pardo, llamado también en ese tiempo Población Obrera…y por ese motivo en ese cumpleaños yo me sentía como “pollo en corral ajeno”. Pero volvamos a la carta:
En este breve intercambio de informaciones, mi primo José me decía que el paso de su familia por Castro (Chiloé) había sido efímero (entre 1952 y 1956) debido a que los Carabineros eran (y lo son en la actualidad) generalmente trasladados a diversos puntos del país cada cierto número de años, dónde y cuándo se requiere de sus servicios. De ese modo un buen día partieron de Chiloé. En mi familia no se supo más del destino y derrotero del grupo de Don Heriberto Blanco. Pero esta carta sería el motivo para conocer gradualmente lo que nos había sucedido a ambos y a nuestras respectivas familias en el curso de ¡60 años!
Pero lo más interesante de su carta era la fugaz mención de Alfonsina (Alfonsina Burgos Fuentes). En efecto, José me decía que esta queridísima señorita -en ese tiempo- había sido quien lo vio nacer y crecer, le prodigó cariño y amor, y le permitió a él desarrollar ese amor que siente un hijo por su madre. En efecto, en una de sus cartas me contó que Alfonsina no sabía leer ni escribir, motivo por el que José a su corta edad solía escribirle las cartas que ella debía enviar a alguno de sus familiares (¿padres?, ¿hermanas? ¿tías?), y esa simple vinculación permitió generar una relación afectiva fuerte y profunda que no había podido diluirse en el lapso de 60 años. Más aún, para José era una imperiosa necesidad saber de Alfonsina. ¿Qué habría sido de ella?, ¿Vivirá aún? ¿Cuál habrá sido su derrotero vital? ¿Dónde estará ahora? ¿Se encontrará bien?... Había una necesidad de encontrarla para abrazarla, para decirle lo mucho que la había querido durante toda su vida y lo agradecido que él estaba hasta ahora por sus cuidados durante su infancia, por el amor que le entregó en ese importante tiempo de su formación afectiva… Pero…¡no sabía dónde estaba! El rastro de Alfonsina se perdió alrededor de 1960. En efecto, el padre de José, Don Heriberto Blanco, había sido ascendido a Capitán y cumplía funciones en la Primera Comisaría de Concepción, cuando uno de los carabineros subalternos se enamoró de Alfonsina y transcurrido un cierto tiempo se casaron. El nuevo matrimonio permaneció viviendo en Concepción y alrededores, mientras la familia de Don Heriberto continuaba su impredecible ruta por diversas ciudades de Chile. La carta de José decía: “…he tratado infructuosamente saber el paradero de Alfonsina y todos mis intentos han sido vanos. Lo último que supe es que vivía en Hualqui. Por eso, sabiendo que tú vives en Concepción, te agradeceré me ayudes a ubicarla…”
Sin duda esta solicitud era en si misma muy rara: ¿En qué momento y de qué manera podría ubicarla? Un día sábado y también un día Domingo me dirigí a Hualqui, sin saber dónde empezar a preguntar. Recorrí los pequeños negocitos de barrio de la periferia del pueblito de Hualqui. Seguí pistas posibles: “Que a lo mejor es la señora de aquí, o a lo mejor la señora de allá?”… hablé con ancianitas que vivían solas en tal o cual lugar, fui aquí y fui allá. Perdí así dos buenas tardes completas buscando…pero ¡Nada!
Finalmente tuve la idea de contactar a una excelente secretaria que antiguamente tuve en el Consultorio Tucapel de Concepción (Srta. María Eugenia Vásquez) quien vivía en Chiguayante (distante pocos kilómetros de Hualqui). Eugenia acogió nuestra inquietud y comenzó a preguntar por los negocitos de tal o cual población de su ciudad. Se le ocurrió preguntar al cartero por el nombre “Alfonsina” considerando que este no es un nombre muy común. ¡Buena idea! El cartero le informó que hacía mucho tiempo que él llevaba correspondencia a una señora de ese nombre que vivía en tal lugar. Mi antigua secretaria montó en su bicicleta y acudió al sector preguntando por los negocitos de barrio hasta que una señora le dijo:
--- “La señora Alfonsina se fue a España, hace ya varios años, pero ¡vaya coincidencia! Yo me comunico con sus hijas y en estos días una de ellas está en Chile y en este momento está en Concepción”.
---¿Y sabe cómo comunicarse con ella?
---¡Sí! Por aquí tengo su teléfono celular.
Eugenia se comunicó de inmediato con la hija de Alfonsina, que en ese momento se encontraba a pocas cuadras de mi Consultorio. Le habló de la extraña búsqueda de su querida madre y le dictó mi teléfono celular.
La hija de Alfonsina estuvo en mi estudio en pocos minutos. Ella estaba visiblemente sorprendida de que alguien tuviera interés en tomar contacto con su madre y quería saber los motivos. Le expliqué los motivos y conversé con ella sobre mis leves y pálidos recuerdos de su madre, cuando ella trabajaba en casa del Teniente Heriberto Blanco en Castro y sobre la amistad que Alfonsina cultivaba con mi madre. Recordé las visitas que Alfonsina hacía a mi madre de vez en cuando y de las largas conversaciones que ellas tenían sentadas junto al calor de la cocina chilota permanentemente encendida con buena leña de luma, donde compartían un café o unas corridas de mate como era la costumbre chilota de esos tiempos. También recordé con ella, que fue Alfonsina quien me regaló el primer globo de colores que tuve en mi vida. El mismo globo con el que jugaba en la cocina de mi madre, lanzándolo al aire, hasta que el globo cayó sobre los fierros calientes de la estufa y estalló en medio de mi estupor infantil y mi tristeza.
También me informó sobre el derrotero vital de Alfonsina: su matrimonio, sus hijos, la muerte de su esposo –que era Carabinero- y las variadas circunstancias que llevaron a uno de sus hijos a migrar a España, a las Islas Canarias, lugar en que se radicó y fue gradualmente llevando a una hermana primero y luego a la segunda para trasladar finalmente a Alfonsina a su más cálido hogar en ese archipiélago del Atlántico, en la zona ecuatorial con un clima maravilloso, frente a las costas de África. Fue acogida como una reina en medio del calor y el amor de sus hijos y de sus nietos, con una condición laboral y económica mucho mejor que la expectativa esperada en Chile.
Pero lo más importante de este encuentro fue el interés de contactar a su madre, de parte de mi medio primo, José Blanco, de quien Alfonsina fue una verdadera madre. Intercambiamos nuestros respectivos correos electrónicos. (La hija de Alfonsina debía partir a España en los próximos días).
Mantuve contacto por Internet con la familia –una y otra hermana- también por vía telefónica. Por ellas supe que mi primo José Blanco y Alfonsina, habían tomado contacto por medio del computador. Se vieron en la pantalla, se saludaron y conversaron, recordaron aquellos lejanos tiempos y trataron de rescatar lo que puede o no quedar en los rostros, la mirada, las palabras, las sonrisas después de ¡60! años (¡Al final el tiempo nos hace tan diferentes!) que para Alfonsina debe haber sido muy difícil comprender - a los más de 90 años- que ese señor barbudo que le hablaba desde la pantalla, era su pequeño regalón que ella amaba como si fuera su hijo, que a poco de aprender a leer y a escribir, le escribía las cartas sobre la mesa de la cocina, en un “papel de carta” que existía en ese tiempo, con líneas horizontales; carta que ella enviaba a sus parientes.
La primera parte de esta misión se cumplió después de muchos años de búsqueda infructuosa. Pasaron desde ese entonces ya varios años y hoy recibí –hace unos pocos minutos- la noticia del fallecimiento de Alfonsina, allá, lejos de la patria, en medio del cariño y el amor de sus seres queridos: sus hijos, sus nietos y seguramente tataranietos. Nos queda desear que su deceso haya sido en paz, sin dolor y con la tranquilidad de su espíritu de haber sido una buena mujer y haber dado por los demás lo mejor de si…con esa serenidad y dulzura que yo le conocí y recuerdo desde la memoria pura y clara de un niño de 6 ó 7 años de edad.