Agradecemos al escritor y poeta José Teiguel por el aporte de este simpático cuento chilote de Agua Detenida ( Nercón) lugar en el que el autor vivió su infancia y en el que se desarrolla esta historia que él califica como "semi ficticia". Teiguel nos cuenta en otros relatos - y también en éste-, su costumbre de subir a la parte más alta y cómoda de los árboles de manzana de su patio, para aislarse de los adultos, para leer las historietas que sus mayores le tenían prohibidas y para echar a andar la imaginación infantil en medio del silencio a "esas alturas" y a la vista de las aguas espejeantes, claras y apacibles del estero de Nercón, villorrio al sur de Castro, y en medio del aroma de las manzanas ya maduras de fines del verano chilote
Un día llegó la radio hasta Agua Detenida.
Cuando digo que llegó me refiero a que llegó a la casa, a mi casa.
Sin embargo, para no faltar a la verdad como dice la abuela Ermeregilda, (esas son sus palabras, como si a la verdad le faltara algo), la primera radio del pueblo llegó a la casa de doña Meña -doña Filomena Pérez- que tenía su casa al pie de uno de esos cerros que en la isla llamaban altos. Pues bien, tan importante se convirtió para el pueblo la radio de doña Meña, que todos los días después del almuerzo, las mozas y mozos del lugar -incluyendo a los niños- íbamos al alto de doña Meña a escuchar los mexicanos, un programa que se llamaba Así es México y que con el tiempo yo dejé de escuchar porque el programa traía canciones muy tristes, con muchas historias de muertes, venganzas, balas, en fin.
En todo caso, para redondear bien la idea que estamos tratando, las primeras radios llegaron al pueblo traídas por los viajantes que venían desde la Patagonia y en lo que respecta a la casa de mi abuela Ermeregilda, la radio llegó corporeizada en una cajuela rectangular con cuatro perillas en su parte delantera y una cajuela más pequeña en la cual iban embutidas cuatro pilas rojas que traían un gato como marca.
La radio a transistores
Y como estamos hablando de la radio de mi abuela, es lícito decir que una de las cosas que me parecieron más raras fue que esas cuatro pilas tuvieran la capacidad de traer hasta la casa lo que más tarde me tocaría comprobar. Digo raras porque muchos de los vecinos habían afirmado que la radio se difundía por el aire, no mediante las pilas.
El caso es que llegó la radio y mi mundo de manzanas y pájaros se amplió de golpe. Llegó la radio a organizar nuestro pequeño mundo tan estrecho de sucesos extraordinarios y noticias sublimes. O sea, la llegada de este aparato fue casi tan extraordinario como cuando llegó la Petromax para vernos un rato las caras mientras es de noche, como decía mi abuela.
Yo tenía nueve años y a la llegada de la escuela mi familia me sorprendió con esa pequeña caja asentada en el centro de la mesa de la cocina. Y mi asombro fue mayor cuando mi tío José Amadeo movió una de las perillas y de pronto empecé a escuchar voces y música, sonidos y risas, todo metido dentro de aquella caja embrujada.
Recuerdo que ante aquel arte de brujería, salté estremecido y me cubrí con el cuerpo de mi madre. Yo jamás había visto una radio y lo único que conservaba en mis escasos recuerdos de mi breve edad, eran los mexicanos que escuchábamos en el alto de doña Meña. Y a tal punto llegaba mi ignorancia y superstición respecto al tema, que a veces me imaginaba que la música salía de la casa entera de la anciana. Que la casa de doña Meña era una radio, un eterno y grandioso altavoz cuya madera poseía notas y arpegios, teclas, melodías. O sea, que una banda entera se alojaba dentro de aquella casa toda la noche para al otro día seguir tocando rancheras y corridos, justo a la una de la tarde. O sea, lo que más me asombraba era que a la banda completa no se le veía por ninguna parte. Y aunque yo miraba entre las rendijas de la casa nunca vi a los músicos; por ejemplo, nunca vi a Antonio Aguilar cantando con sus mariachis, porque en el pueblo sólo vivía don Mañuco Aguilar, pero él no cantaba pues era mudo. Tampoco era posible ver a don Cuco Sánchez, porque en el pueblo sólo vivía don Carlitos Sánchez, que era carpintero y a quien todos apodaban como Carlitos Hueco.
En todo caso, con el correr de los días me fui acostumbrando a la magia de aquella cajita maravillosa y por esos mismos días supe, al mismo tiempo que mi “Maestro de Palabras”, que el hombre había llegado a la luna, aunque yo no sabía muy bien a qué hombre se referían. Tal vez fuese al hermano mayor del “Maestro de Palabras”, o él mismo fuera quien salía de aventuras hacia la luna en los ratos en que no hacía clases.
Por ese tiempo llegó un Mago hasta la ciudad de Castro.
En aquella oportunidad yo le pregunté a la abuela Ermeregilda lo que era un Mago y ella me dijo que un Mago era un charlatán, un estafador que engañaba a la gente haciéndole creer en cosas de la otra vida que en verdad no existían y que tan solo a Dios le estaba permitido manejar.
Dado lo limitado de la respuesta, yo le pregunté lo mismo a mi “Maestro de palabras” y él me explicó que Mago era una persona que lograba crear ilusiones y trucos con las manos, la mente y la mirada. Debo reconocer que esta vez estuve de acuerdo con mi “Maestro de Palabras” y esperé emocionado la noche en que Markus actuaría en el Salón Auditorium de Radio Chiloé de Castro. La noche en que “ataría nuestro mundo con sus ojos y sus palabras”, según la publicidad que cada una hora efectuaba en la radio el locutor de turno.
Otro dato que es necesario dejar establecido es que en Agua Detenida, por un largo tiempo solamente existieron tres radios, la de doña Meña Pérez, la de don José Ovando que vivía en un alto, y la de la abuela Ermeregilda, que se aposentó cerca del mar. Las otras radios llegaron después, mucho después. Y cuando llegaron casi en plantel, ya no existían las primeras radios, una de las cuales la tuvo don Onofre Saldivia, un venerable anciano que le contaba a los vecinos cómo iba marchando la Segunda Guerra Mundial. Y cada vez que los pescadores y los mariscadores del lugar le preguntaban a don Onofre: ¿cómo va la guerra don Ñofe?, él les respondía, ahí va la guerra, los alemanes van reculando porque parece que los rusos se privaron y le están arreando el invierno encima.
Tres veces al día, mi madre o mi tío se encargaban de encender el vuelo de los fantasmas que revoloteaban con sus voces y sus cantos dentro de esa caja mágica. Tres veces al día, por estricto orden de importancia escuchábamos las llamadas notas necrológicas, pues -según mi abuela- siempre deberíamos estar sobre aviso del momento en que el mundo se quedaba sin alguno de nosotros. También se hacía necesario escuchar los mensajes, para conocer las diligencias con las que se atareaba el pueblo, la llegada de un barco, la venta de una yunta de bueyes, la venida de un pariente, un enfermo convaleciente al que el hospital local acaba de darle el alta. También escuchábamos los saludos musicales enviados por los viajantes para sus familias o por las familias para los viajeros que partían a la Patagonia en el tiempo de la esquila. Esos saludos musicales que se compartían en familia, tomando un mate o chicha tibia. Pero de momento y por sobre cualquier otro suceso, esperábamos la denominada GRAN NOCHE DE MARKUS.
En fin. Por todo lo dicho, a ustedes les habrá quedado en claro que desde el momento en que ese extraño aparato rectangular entró a la casa, la vida fue otra.
Un verdadero cortejo de vecinos venía durante la noche, trayendo tortillas, pescados cocinados y otros regalos, sólo para poder escuchar la audición diaria de los saludos musicales que en invierno se transmitía a partir de las siete de la tarde pero que en los veranos se transmitía a las nueve de la noche. Durante aquellas sesiones entre vecinos la casa se convertía en una extraña arboleda de manzanos remotos y pájaros que volaban entre alegres y asustados.
También había noches más alegres, aunque los corridos mexicanos traían aparejados unos dramas demasiado dolorosos como para estarle hincando el diente a los sabrosos pescados ahumados cocinados al jugo. Recuerdo que durante el desarrollo de aquellas sesiones yo salía al patio para ver alguna señal que me indicara la manera en que Antonio Aguilar o José Alfredo Jiménez venían por el aire, se detenían sobre la techumbre, se hacían chiquititos para meterse dentro de la radio que durante una hora nos hacía cantar y hasta bailotear algunas canciones.
Sin embargo, nunca vi nada y ya me parecía que todo se trataba solamente de un arte de brujería.
Una mañana le doy a conocer mi angustia a mi “Maestro de Palabras” y él me dice que no hay de qué preocuparse pues las ondas radiales viajan a través del éter. Mi estado de confusión es tan grande, que no se me ocurre preguntar por “las ondas” y “el éter”.
En las tardes soleadas olvido la radio y busco protección en la arboleda, que sirve como línea divisoria entre la casa de la abuela Ermeregilda y el resto del paisaje.
Cada día subo a un manzano distinto, con los ojos cerrados y el corazón aleteando, pues los conozco de memoria. En total son cuarenta y siete árboles repartidos en forma desordenada en esa comarca gobernada por los olores de las manzanas Corazón de agua, Botellas, Eneras, Febreras, Limón, Pintadas, Piñas, Libras, Camuesas, Candelarias, Reinetas.
Mi “Maestro de palabras” explica que cada árbol posee su propia infancia y su bandada de gorriones, churretes y zorzales. A tal punto creo en ello que a cada manzano le he puesto un nombre propio, considerándolo de aquí para adelante un compañero de juegos.
El tiempo avanza y “La noche de Markus” se aproxima. La radio, que ha permanecido varios meses sobre la mesa de la cocina, de improviso, un día antes de “La noche de Markus” abandona su altar y es colocada sobre una repisa adosada a una de las paredes de la cocina. De la misma pared sale una antena que se conecta con el exterior y trepa hasta la cumbrera de la casa atravesándola de un lado a otro.
Todo está dispuesto para la gran noche que reúne en casa una buena parte de la familia.
No recuerdo la presentación del locutor, pero bailotean en mi memoria las primeras palabras con las cuales Markus explica que es primera vez que está en Chiloé después de haber visitado todo el mundo haciendo magia. Nombre países y continentes que en la escuela todavía no me han enseñado. Markus continúa hablando de sus viajes por unos diez minutos y de pronto cambia el tono de su voz para decirnos que esta noche es muy especial para él y pues quiere efectuar el anunciado acto de magia que él denomina hiponosis, o algo así. Luego explica que la hiponosis consiste en que a través de la radio va a hacernos dormir a quienes nos concentremos y estemos dispuestos a vivir esta experiencia -estas son sus palabras-. Para ello lo único que se necesita es desear dormir, cerrar los ojos, concentrarse, y en un dos por tres, él chasqueará los dedos y todos nos quedaremos dormidos. Después, él nuevamente chasquearía los dedos y todo el mundo saldría de su sopor y volvería a la realidad.
Me recuerdo sentado a la mesa, repasando como en un sueño, una y otra vez, los colores de mi árbol de manzana que es el árbol genealógico de la familia. Desde allí observo el momento en que mi familia coloca sus manos sobre la mesa, levanta la cabeza y cierra los ojos, mientras en la noche alumbrada apenas por dos velas escucho el chasquido de los dedos de Markus y de pronto todos se duermen profundamente. La voz de Markus lo invade todo, la cocina, los manzanos, la huerta, el mar. Es el único vestigio que a esta hora existe.
Me recuerdo asustadísimo subiéndome de pie en la silla. Me recuerdo agitando las manos y gritándole a mi madre y a mi abuela, pero ellas no despiertan. Mientras ello ocurre, en la radio siguen saliendo las palabras de Markus. De pronto siento que la casa se ha quedado sin sus habitantes y eso multiplica mi miedo.
A esta altura del hecho solo deseo apagar la radio para que las palabras de Markus solamente las escuchen los que se encuentran dentro de el Salón Auditorium de Radio Chiloé. En todo caso, lo que sigue a continuación es la orden a despertar a partir del chasquido de los dedos del mago. Pero, aunque el hombre de la maravilla chasquea los dedos más de una vez, mis parientes siguen durmiendo y yo comienzo a asustarme.
Y siguen pasando los minutos y yo estoy a punto de largarme a llorar.
Y mi susto alcanza el volumen del terror cuando la misma Radio Chiloé, obligada por las circunstancias, como más tarde diría la abuela Ermeregilda, saliendo al aire en forma directa, comienza a responderle a cada uno de los escasos treinta o cuarenta teléfonos que existen en toda la ciudad. A los cuarenta teléfonos que llaman angustiados a la Radioemisora, para solicitarle por favor, que en nombre de Dios y del prestigio del mago que está visitando la radio, se busque la manera de despertar a tantas personas que se han quedado pasmadas, dormidas, como muertas en otro mundo.
Recuerdo que en lugar del locutor, es el mismo mago el que aprovecha de disculparse públicamente, aunque se nota que el tipo está eufórico por haber alcanzado éxito tan grandioso. Entonces Markus pronuncia unas palabras ininteligibles, chasquea de nuevo los dedos y de pronto, por el arte de la magia en la casa todos retornan del sueño.
Sin embargo, después supimos que no todo terminó allí. Que en otros lugares de la isla, algunos de sus habitantes no lograron despertar sino hasta la noche del día siguiente y otros durmieron toda la semana y hubo que traerlos en lancha, bote, caballo, lanchones, desde las islas aledañas donde siguieron como un juego este extraño arte que los propios brujos de la isla no podían ofrecerle de manera tan espectacular.
En lo que a mí respecta, el susto me duró un mes entero y si antes de aquella noche quería ser como el mago, ahora solamente deseaba conocerlo para que me enseñara el arte de hacer dormir a los loros, para poder tomarme una siesta debajo de un manzano de Candelarias, a esa hora en que el sol golpea con fuerza y los pájaros pequeños andan como aturdidos por el cielo.
Me acuerdo de Markus porque un tiempo después mi madre me llevó por primera vez a la ciudad de Castro, a conocer la Radio Chiloé. También dan vuelta en mi cabeza las palabras dichas por mi abuela Ermerejilda luego de despertarse, asustada, del sortilegio.
“Esto es cosa del infierno.
¿Adónde iremos a parar si un mago ata nuestro mundo con sus ojos o sus palabras?”