Niños chilotes
Ese día dispuse de un cierto tiempo libre cerca del mediodía y decidí acudir a la Pinacoteca de la Universidad de Concepción a ver una Exposición de Muñóz, el pintor superrealista nacido en Concepción, que estaba presentando en una sala de la Casa del Arte, frente a la Plaza Perú.
Cuando llegué a la sala, no había público, salvo un joven universitario que se encontraba sentado en el suelo con la espalda apoyada en la muralla. Al parecer tomaba apuntes en una libreta. Tenía su mochila al lado y algunos cuadernos y libros en el suelo.
Al llegar a la sala, el joven me sonrió y levantó la mano a modo de saludo. Yo respondí el saludo con un:
-- ¡Hola joven! ¡¿Qué tal ¿!...¿Le agrada la pintura?
---Estoy fascinado Señor. Me respondió.
Curiosamente, el joven estaba sentado justo frente a un enorme cuadro en el que se reproducía parte de un palafito en Castro, Chiloé, mirado desde la orilla del mar hacia el pueblo. Me impresionó vivamente también esa pintura porque yo soy chilote y nacido en Castro…pero esa pintura me trajo –como de un puñetazo- el recuerdo de un inolvidable episodio ocurrido durante mi infancia temprana en ese mismo lugar que representaba el cuadro del pintor Muñóz.
Después de un breve instante me volví al joven y le dije:
---Ud. joven no me va a creer lo que le voy a decir…Por supuesto, si tiene tiempo de escucharme.
---¡Por supuesto Señor!... Cuénteme lo que usted desee…Hoy no tengo clases , de modo que …¡Dele no más!
---¡Gracias joven!...Y dije: Cuando niño –de unos 9 ó 10 años más o menos- yo jugaba en esta misma playa, debajo del mismo palafito que se reproduce en esta pintura…Yo vivía en calle Piloto Pardo, en la parte alta del pueblo y jugábamos en una planicie pastosa que llamábamos “La Pampa de las Monjas”, altura desde la cual se observaba espectacularmente toda la bahía de Castro, el puerto y las ensenadas de Tongoy, Puente de Tierra y Ten-ten. Pues bien. Frente al pueblo, en la llamada Punta Ten-Ten vivía un hombre solitario de aspecto huraño, silencioso y distante, que sólo se acercaba al pueblo una vez al mes, cuando tenía que acudir obligadamente a comprar alguna pequeña cosa que requería en su misteriosa vida. Era de origen portugués y se apellidaba Canto D”uña. Los niños hablaban siempre de él y analizábamos su extraño comportamiento. Pero hablábamos de él porque en su pequeña parcela donde vivía, había un árbol de unas manzanas deliciosas, que llamábamos “dulce-amargas” y no teníamos conocimiento de que esta variedad existiera en alguna otra parte. Por lo anterior, mientras jugábamos siempre estábamos atentos a los movimientos que se pudieran observar en la casa del Sr. Canto D”Uña. Cuando veíamos que sacaba su bote a la playa y preparaba los remos para hacerse a la mar, los chiquillos nos alistábamos y seguíamos sus movimientos muy atentos y ocultos entre los arbustos . Cuando veíamos que subía al bote, abandonábamos todos nuestros juegos infantiles y bajábamos corriendo a la playa. Nos ocultábamos tras los postes de los palafitos, observábamos y esperábamos unos 15 minutos, que era el tiempo que demoraba en llegar a la orilla opuesta del mar, justo a los pies de este palafito que se ve en la pintura. El Sr. Canto D”Uña amarraba su bote y sacaba los remos y sus chumaceras y las llevaba al hombro para dejarlas en encargo en alguna casa cercana y luego subía al pueblo a hacer sus compras, muy seguro de que sin remos, el bote no se lo sacaría nadie.
Palafitos de Castro
---¡Craso error! Los niños de mi barrio siempre teníamos unos remos fabricados malamente con el palo de una escoba al que clavábamos una tablita sacada de un cajón de manzanas “Asproman” y ¡listo! Eso era el remo. Cada chicuelo tenía su remo oculto sobre los postes del palafito. Cuando lo veíamos perderse en la altura del pueblo decíamos ¡Ahora!, salíamos todos corriendo rumbo al bote del Sr. Canto D”Uña. Lo desatábamos prestamente y lo empujábamos de nuevo al mar y en un santiamén estábamos todos tomando rápidamente sus posiciones y partíamos navegando velozmente hacia la parcela del frente, la misma parcela del Sr. Canto D”Uña. Remábamos frenéticamente.,..diría que ¡volábamos! Y era casi un instante de remar y llegar a la playa y correr alegremente por la playa, subir al árbol de manzanas dulce-amargas, llenarse los bolsillos y salir corriendo nuevamente al bote que nos esperaba en la playa. Echarlo al mar y regresar remando con nuestros remos hechizos…¡que era un gusto! Llegar velozmente a la playa, empujar el bote, amarrarlo y salir corriendo hasta un tablón que teníamos debajo del palafito, muertos de la risa, esperando el momento en que regresara el Sr. Canto D”Uña a revisar su bote, porque esa parte era la más importante y la más graciosa. Nos sentábamos –decía- todos los chiquillos, que éramos unos 7 u 8 niños, …nos sentábamos en el tablón, a comer manzanas dulce-amargas una tras otra y a esperar. Al cabo de unos 15 minutos, aparecía en el alto del pueblo la silueta del Sr. Canto D”Uña. Bajaba la empinada calle, casi trotando, con algún paquete bajo el brazo o alguna bolsa… y pasaba a buscar sus remos. Llegaba a la playa. Nosotros permanecíamos en silencio, escondidos detrás de los postes del palafito, aguantando la risa…observábamos.
El Sr. Canto D”Uña, al llegar a la playa ¡se paraba en seco! Era típico que se detenía intrigado, se quedaba como a un par de metros del bote, dejaba los remos en la playa y la bolsa de algo que llevaba sobre los remos, luego miraba hacia todos lados y se tomaba el mentón y daba unas dos vueltas alrededor de su bote estrujándose el mentón porque siempre había algo que le llamaba poderosamente la atención. El bote estaba casi en el mismo lugar que lo dejó, y bien amarrado…¡Claro está!...pero …¿Qué hacen estas ramas de árbol en el bote?, ¿Qué hacen estas corontas de manzanas por todos lados?, y esa cantidad de hojas de árbol de manzanas esparcidas en el interior del bote…¡No se lo podía explicar! Finalmente malhumorado, subía sus menesteres al bote, lo empujaba de un buen envión y se subía al bote para emprender, remando, el regreso a su casita, allá lejana y solitaria entre el brillante color del pastizal chilote siempre verde y el verdor oscuro del manzanal que bordeaba su choza.
Ocultos detrás de los postes verticales de los palafitos, lo veíamos remar con paletadas enérgicas y surcar así las aguas azulosas del estero, mientras comíamos sus propias manzanas y mientras conteníamos la risa infantil que más tarde, cuando el Sr. Canto D”Uña se había ya alejado suficientemente, soltábamos la sonora carcajada infantil.
Quizás -no lo supimos nunca- ¿Qué sería de la vida de este buen hombre solitario?..¿Cuál sería su destino?.. Tal vez nunca pudo dilucidar el misterioso origen de las ramas, hojas y corontas dentro de su botecito?...¡Oh. Misterio! Tal vez se fue de este mundo sin dilucidar la incógnita?...¡Tal vez!...¡Tal vez!
El joven universitario dijo de pronto:
---Uauuuu! ¡¡Qué historia Señor! Y luego agregó. Nunca había escuchado una historia así sobre la imagen de una pintura!. ¡Gracias Señor!
--Gracias joven por escucharme. Que tenga un buen día
Y me volví pues tenía que regresar a mi estudio.
Pintura realizada por el Dr. Medardo Urbina Burgos