Para descansar de la seriedad académica de los artículos sobre historia de Chiloé y deseando contagiar con un poco de humor estos días aciagos recomiendo la lectura de este cuento construido con recuerdos que vienen desde la infancia.
Hace añares de años, antes de que por estos lados aparecieran las salmoneras y sus plantas de proceso, mucho antes de las balsas jaulas, cuando el mar era de todos y de ninguno. En esos años cuando no fuimos campeones del mundo por culpa de las habilidades y engaños de Garrincha; la vez cuando la perrita Laika, sola en la noche espacial, anduvo por el cielo ladrando y espantando cometas. En la playa detrás del Mercado de Calle Lillo los pescadores fumaban y compartían un mate en sus botes y mientras descargaban los peces que durante la noche en el mar habían cosechado; sonaban las carcajadas, chillaban las gaviotas, los zarapitos vagaban por la costa, indiferentes a la presencia de los pescadores que alumbrando el día, al regresar de una noche de pesca, habían varado sus botes y ahora esperando compradoras relataban sus sucedidos.
Entre los muchos que allí estaban recuerdo a Sofanor Barrientos que acongojado, se tapaba la cara, para que los otros no vieran su pena, y arrepentido de su inocencia relataba: “Había atrapado una sierra de este porte”; y extiende los brazos como midiendo el bote. “Se lo juro amigo, así de grande, y creo que un poco más. Lo tenía casi arriba de la chalana cuando el pescado mira para abajo del mar y me dice: Atrasito mío viene uno más grande. Le creí, les juro que le creí y lo deje ir; y ahora me arrepiento”.
Eliseo Barría, nacido y criado en Puntachonos, se reía con toda el alma y sus escasos dientes. No es por despreciar amigazo, dijo. Pero el año pasado al “Tieso” Aguilar cuando en lancha se iba para Alao, se le cayeron sus muletas al mar; y como al mes después cuando cruzábamos Aguantao para ir a hacer un lance por ahí por la Punta de Chequían vimos a un Cahuel saltar sobre el mar en calma, impulsándose con las muletas. Saltó como dos metros fuera del mar el bicharraco ese”.
La ciudad despertaba con las carcajadas que subían por las laderas cubiertas de espinillos y zarzamoras; unas pocas horas después el Mercado sería un avispero. Las sierras, pejerreyes, sardinas, róbalos y congrios se amontonaban en la playa, y “Pelluco” Colún se acordó de sus días cuando fue buzo de escafandra, y de la vez que estuvo toda una tarde bajo el agua. “Puchas que estaban preocupados mis compañeros creyendo que estaba sacando toneladas de locos. Ellos estaban métale manivela para bombearme aire, y yo feliz debajo del agua apostando unos pesos en unas carreras de pulpos a la chilena. Celebraban el 21 de mayo. También había vino y empanadas de cochayuyo, y con unos lobos de mar que hablaban argentino jugué unas partidas de truco apostando lo consumido”.
Mañuco Segovia se sacó el sombrero, peinó sus pocos pelos y relató aquella vez que lo perseguía una ballena orca. “Yo remaba como desaforado y de repente se me ocurrió parar el bote en seco. También se frenó la ballena orca y con el impulso que venía dio tres vueltas carnero sobre el mar y fue a quedar varada en Punta Peuque”. Para no ser menos Olegario Gueicha se acomodó la boina y contó de esa vez que anduvo buceando por las Guaitecas y vio a un pulpo predicando el Evangelio: “Yo caminaba despacito llenando el mar de burbujas. Chuteaba piedras con esos pesados zapatos de plomo y bronce cuando vi una multitud de peces, y un pulpo subido en una roca les predicaba del Apocalipsis que vendrá el día en que desde otros lados lleguen peces extranjeros a invadir nuestro mar. Rezando con sus aletas juntitas, pejerreyes, sardinas y cabrillas los escuchaban calladitos”.
Después de muchas carcajadas, los borrachitos del puerto empujaron sus carretillas de madera y volvieron a sus changas, los carretoneros a sus fletes, las empleadas de casa a su cocina, y los pescadores descansaban esperando la noche para en sus redes recoger otras historias.