Conociendo a Hildegard Rasch Pietsch

Nació en Argentina en 1934. Hija de padres alemanes, permaneció en Buenos Aires hasta 1939, año en el que su familia decidió trasladarse a Alemania. Hildegard tenía sólo 5 años en ese entonces cuando comenzó a verse involucrada involuntariamente en los acontecimientos civiles de Alemania, que volcaron a la juventud germánica hacia las ideas de Adolf Hitler gracias al aparato propagandístico desarrollado en Alemania por esos años, que terminaron en los desastrosos resultados de la Segunda Guerra Mundial. Ese período cruento, de terribles episodios, de muerte y violencia extremas fue vivido tangencialmente por Hildegard tanto en la Alemania Nazi como en países vecinos, como Polonia y Checoslovaquia, a los que los niños alemanes eran trasladados y mantenidos alejados del frente, viviendo en conventos, escuelas y otros establecimientos.

Hildegard Rasch Pietsch ha revelado toda su infancia y juventud vividas en medio de la segunda Guerra Mundial en Europa, en un libro maravilloso que ha titulado LA ÚLTIMA AMAPOLA, escrito con una serenidad extraordinaria, relatando cada uno de los pormenores a veces tiernos, otras jocosos, a veces terribles de la Europa de esos años. Tíos, tías, abuelas, amigas del barrio, y del colegio, desfilan entre los personajes que Hildegard extrae de la noche de los tiempos, de recuerdos casi borrados por los estragos de la guerra. Termina la Segunda Guerra Mundial y ella y su familia se reencuentran -¡todos habían sobrevivido!- y regresan a Argentina cuando era sólo una adolescente. Estudia en Buenos Aires y en 1956 viaja a Chile. Estando en el lujar llamado Tacamó, en las proximidades de Osorno, la sorprende el terremoto del 22 de mayo de 1960, en la casona de su suegro Don Carlos Mohr Hott.

Al leer LA ÚLTIMA AMAPOLA, quedé impresionado por las interesantes historias que contienen sus páginas, el estilo fluido y directo de la autora, que desde las primeras páginas resulta cautivante; la visión de una niña en medio del desastre de la guerra, aquella sensación de inseguridad junto a la urgencia con que el grupo de infantes eran trasladadas de un lugar a otro; la sensación de peligro permanente y la incertidumbre del futuro cercano y lejano, se ponen en evidencia en las páginas de cada uno de los capítulos.

Yo quise conocer a la autora -¡algún día!- dije para mis adentros. Había comprado un ejemplar del libro en una librería de Puerto Montt y pregunté -casi sin esperanza- sobre la posibilidad de conseguir un teléfono de ella o su dirección. Para mi sorpresa, tenían el teléfono anotado en un directorio. La llamé desde Chiloé y entablamos una corta conversación, luego otra y otra. Finalmente nos invitó a mí y a Isabelita, mi querida mujer, a visitarla a nuestro regreso desde Chiloé, recién en el mes de enero de 2011. Y la conocimos en su casa situada en las afueras de Puerto Montt, en medio de un hermoso parque lleno de árboles y el verdor brillante del césped. Había llovido ese día cuando nos recibió en su casa. Conversamos unos minutos pero fueron suficientes para establecer -tanto Isabelita como yo- un lazo de amistad muy profunda con ella.

Ahora Hildegard ha tenido la gentileza de enviarnos algunos escritos de los cuales damos a conocer dos: El Violinista y la interesante descripción del terremoto de 1960 en Tacamó, en las inmediaciones de Osorno, que con mucho agrado damos a conocer a nuestros lectores.

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