Mi casa durante el otoño
Hay una expresión que escuché una vez: “Al cerrar los ojos por un segundo, se puede perder toda una vida”. Yo trato de vivir mi vida con este pensamiento siempre presente en mi mente. Toda la vida es un regalo, es una oportunidad para hacer infinidad de cosas. Incluso, de los más pequeños momentos, se puede aprender algo nuevo o apreciar algo de una manera que nunca antes había hecho. Mi casa se parece a las otras casas del vecindario, pero es única en mis ojos, especialmente durante el otoño. En Nueva Inglaterra, cerca de Boston, todas las hojas cambian sus colores. Las hojas se transforman de un verde simple a rojas, anaranjadas, y amarillas brillantes. Cuando era una niña, mi hermana y yo jugábamos en las hojas. En mi juego los pilotes de hojas se transforman en casas y escondites. Me acuesto sobre las hojas y pienso sobre la simplicidad de ese momento. El aire respira y envía frescura. Los pájaros vuelan lejos de esa frescura y cerca del calor. Las ardillas recogen su comida para el largo sueño del invierno. El aire fresco lleva olor de manzanas frescas, humo, y canela. Mientras camino por el césped, el crujido bajo mis pies hace eco en mis orejas. Mi papá trata de limpiar el césped pero con cada ráfaga de viento, las hojas se mueven de prisa otro lugar. Su intento de escapar de mi papá me hace reír y se convierte en un nuevo juego. Yo corro con las hojas, huyendo de mi padre. Las hojas hacen un remolino a mi alrededor y crean un vestido de colores vibrantes. También crean una corona, pero al sentir el viento corren con miedo otra vez. Dentro de mi casa, hay un fuego crepitante en la chimenea y yo abrazo ese calor cuando entro. Mi mamá sonríe al ver las hojas en mi pelo y cuando le doy un abrazo, oculto mi cara en su vientre, tomando el olor de la torta recién horneada. Me encanta el otoño.
También, mi casa durante la primavera es una experiencia única y profunda de mi niñez. Al salir por la puerta, puedo oler los perfumes y las fragancias de las flores. Cada flor usa un perfume diferente para coquetear con las abejas. El aire se siente caliente pero no tan caliente como el verano. Es más cómodo. El césped es suave como una alfombra. Descanso en esta alfombra y miro las nubes en el cielo. Cada nube se transforma a una forma diferente y crea una pintura en el cielo. Estas formas corren a través del cielo y sus formas pueden cambiar en cualquier momento. Los pájaros charlan y crean música con sus conversaciones. Las mariposas vuelan felizmente alrededor de mi patio y yo corro con ellas. Sus vueltas me marean pero me rio con emoción.
A veces, yo finjo poder ver las hadas en el bosque detrás de mi casa. Secretamente, me gustaría verlas y a veces hago juegos imaginarios en donde yo soy la a única que puede ver su mundo especial. Ellas se esconden en los arbustos y debajo de las flores. La primavera crea un mundo mágico para mí y me encanta vivir en este mundo. Mi papá siempre corta una sandía jugosa y el jugo gotea por mi barbilla. También, mi mamá hace limonada fresca para los días calientes. Me sonríe a mí, a mi papá y al día en general. Todo se siente perfecto y simple. La primavera me hace sentir como que la vida es un regalo, y en cada primavera hay una oportunidad para aprender sobre este regalo de la vida. La primavera, dentro de la memoria de mi niñez, es llena de felicidad, risa, imaginación y magia. Es llena de luz, calor, y colores brillantes. Es llena de esperanza.
Mi primer viaje a El Líbano
Siempre he sabido que soy diferente. Durante todo el tiempo que puedo recordar se hablaba más lenguas que el inglés en mi casa. Había árabe y español en las conversaciones y en la música. Yo viajé al Líbano por primera vez cuando tenía tres años y no recuerdo nada de lo que pasó. Mi mamá me ha contado que ella regresó de El Líbano antes que mi papá y yo, y cuando yo regresé con mi papá no la reconocí durante varios días. Hasta que una noche cuando estaba durmiendo en mi cuna al lado de mis padres, me senté, la miré a ella, le dije “¡Mamá!” y todo volvió a ser normal otra vez.
La próxima vez que fui a El Líbano tenía seis años. Mi familia y yo fuimos por dos semanas durante agosto antes de empezar el primer grado. Cuando empezó a elevarse el avión, el calor me atragantó con su fuerza. La humedad pegaba mi cabello y mi hermana, que tenía tres años, empezó a llorar. Yo estaba nerviosa porque mi papá me dijo que tenía muchísima familia en El Líbano que estaba muy entusiasmada de conocerme. Las personas en el aeropuerto no parecían simpáticas y miraban a mi familia con sospecha porque mi mamá y mi hermana no parecían ser de El Líbano. Mi mamá le susurró algo a mi papá con una mirada de ansiedad, pero me sonrió. El oficial de inmigración miraba a mi familia y hablaba con mi padre en árabe, muy rápido. Mi hermana tomó mi mano y el hombre nos selló los pasaportes y cruzamos las puertas hacia un mundo misterioso.
Usualmente en los aeropuertos hay un lugar donde las personas esperan a sus familias. Mi papá miraba a su alrededor con ansiedad y de repente se oyó una explosión de gritos. Otros niños corrían hacia mi familia y con una sonrisa enorme mi papá dio abrazos a sus hermanos y hermanas. Una mujer anciana caminaba hacia mí y yo me escondí detrás de las piernas de mi madre. Mi papá se echó a reír y me dijo: "Camila, es tu abuela". Yo no le podía entender y la llamé “tata”. Y todavía le llamo así a mi Tata Fátima.
El regreso a casa fue muy largo porque Zahle, el pueblo de mi familia, está en un valle entre dos montañas gigantes. Las calles en las montañas no eran seguras y no había ningún cinturón de seguridad en el coche. Mi mamá decía palabrotas en español en el asiento delantero. Para calmarla, mi papá le dijo “todo está bien, no te preocupes”, pero mi mamá estaba muy enojada con él.
La casa estaba rodeada por un enorme muro en el que había una gran puerta de madera. Yo me moría de ganas por comenzar a vivir las aventuras que habría dentro de ese muro. La familia es una cosa muy importante en la cultura de las personas de El Líbano. Todos los integrantes de las familias vivían muy cerca unos de otros. A veces, toda una familia vivía en la misma casa. En nuestro caso, la casa de mi abuela también era la casa de las familias de dos de mis tíos. Además, una de mis tías y otro tío vivían en el mismo pueblo. Mi padre es uno de siete hermanos.
El primer piso donde vivía mi abuela era enorme. Había cuatro dormitorios, una sala, una cocina, un comedor y un patio. Pero mi lugar favorito de la casa era el jardín. Había un pequeño viñedo que parecía como un dosel mágico. También había muchas verduras y frutas como tomates, pepinos, pimientos e higos. La primera noche allí, toda mi familia se sentó en el jardín: los adultos en las sillas y los niños jugando en el césped. Podíamos ver con claridad todas las estrellas en el cielo y en este momento yo me di cuenta de cuántas estrellas hay en el cielo y lo gigante que es el universo. También me di cuenta de cuán pequeños e insignificantes somos. En ese momento, con toda la familia de mi padre, me sentí feliz de mi herencia cultural. Me sentí profundamente orgullosa.
Datos de la autora:
Mi lugar de nacimiento es Boston, Massachusetts, y nací el 31 de enero de 1992. Tengo una hermana que se llama Alissa, quien tiene 18 años. Mi madre se llama Maritza Nieves y ella es de Puerto Rico. Mi padre, Imad Zrein, y es de El Líbano. Mis padres nacieron en sus respectivos países y vinieron a los Estados Unidos para seguir estudios universitarios en Massachusetts, donde se conocieron. Por eso, yo soy un estadounidense de primera generación. El próximo otoño, voy a empezar mi año final en Villanova University, donde estudio literatura inglesa y español. He podría tomar muchas clases interesantes de escritura en Villanova. Por ejemplo, una clase de poesía en inglés y también una clase de escritura creativa en español. Me gusta escribir porque me da una oportunidad para expresar parte de mi vida en una manera llena de sentimientos e imágenes. Estudio español porque es parte de mi patrimonio cultural y quiero llegar a hablarlo perfectamente. Pero también, quiero tener un mayor conocimiento de la cultura, la historia y la lengua. El verano pasado, pasé seis semanas en Cádiz, España y esa experiencia no sólo ha sido la mejor de mi vida sino que también la que me abrió los ojos al mundo afuera de los estados Unidos. Ahora tengo deseos de explorar todo lo que el mundo me puede ofrecer.