- Hola tío! Dijo alegremente la muchacha y avanzó hacia el hombre que se dirigía a su auto en el estacionamiento del supermercado. El hombre se dio vueltas y enfrentó a la muchacha.
- Se recuerda de mi? Dijo ella acercándose lentamente al hombre.
- No. Dijo el. Lo siento
- Pero cómo no se va a acordar de mí, tío? No es posible!
- El hombre la miró con atención. Era una mujer delgada, más bien baja de pelo largo oscuro, vestía blue jeans aviejados, una chaquetilla y botas negras viejas de verdad. Podría tener entre 25 y 30 años. La verdad era que no se acordaba. La volvió a mirar y su cara no le traía ningún recuerdo, al menos cercano.
- Es que he crecido un poco, como ve. Dijo la muchacha haciendo un ligero giro al costado.
- Pero cómo no se va a acordar? Desde chica, nunca lo he olvidado...
- Déme una ayuda dijo el hombre. Dónde trabaja su padre?
- Por favor! Dónde mismo trabaja Ud. pues!
- En la Universidad de Concepción? Preguntó el hombre.
- Claro pues en la Universidad. Si no dónde?
- Y como se llama él? Pregunto con algo de interés
- Juan. Se llama Juan. Respondió rápidamente y con certeza la muchacha
El hombre pensó que por la edad, y como en Concepción todos nos conocemos, es posible que sea amiga de alguno de mis hijos. Pero estaba solo en ese momento y la muchacha parecía segura. Juan, Juan, se repetía. De pronto llegó a su cabeza el recuerdo de Juan Pedrales Riffo, un colega de la Universidad.
- Porque no serás hija del Dr. Juan Pedrales? Preguntó el hombre con interés
- Del mismo! Casi gritó la muchacha con entusiasmo y avanzó dos cortos pasos hacia él.
- ¿Así que eres hija del Dr. Juan Pedrales de la Facultad de Veterinaria?
- Si pues. Esa soy yo.
- Y que haces. Le preguntó el hombre mas interesado.
- Estudiaba veterinaria pero debí congelar porque me tuve que casar. Pero pienso retomar los estudios.
- Y qué haces ahora? Le preguntó él, ahora con genuino interés.
- Trabajo en una clínica veterinaria camino a Penco. Ellos me han ayudado mucho. Mi papá se enojó mucho por eso del casamiento y ya no nos vemos ni hablamos.
El hombre la miraba atentamente pero no la podía recordar. Es mas, al Dr. Pedrales lo conocía sólo del trabajo y no recordaba haber conocido a su familia. Pero el era malo para recordar personas y eso bien podía haber sucedido 10 años atrás.
- Lo que pasa tío, y perdone lo que le voy a pedir, es que como me separé de mi marido, quedé sola con el Johnsito y estoy pasando por una necesidad económica. Si Ud. me pudiera ayudar en algo se lo agradecería mucho.
El hombre que debía regresar luego a su casa con las compras del mercado pensó que era una oportunidad de salir de la incómoda situación en que se veía envuelto. Si todo era verdad, por un poco de dinero haría una buena obra y terminaría ese juego de memoria y amistades que ya le estaban molestando. Y si era mentira total la pérdida sería poca.
- Bueno niña. Te voy a ayudar, dijo sacando un billete de diez mil pesos y alargándoselo
- Pero tío! Con eso no resuelvo nada, tendrían que ser unos cien mil pesos por lo menos. Lo que sé que para Ud. no es nada. No se lo puedo pedir a mi papá, pues como le dije, no nos estamos hablando.
El hombre guardó el billete y miró atentamente a la chica. Como ésta se había acercado un poco mas, pudo distinguir que le faltaban al menos tres muelas a un costado de la boca y un incisivo tenía una carie oscura a un costado, la que compartía con el diente vecino. Mi amigo, pensó, no habría permitido este abandono en los dientes de su hija. No me lo imagino a él, siempre tan compuesto y preocupado, permitiendo que eso sucediera en su familia. La siguió mirando, ahora con mayor atención y vio que las uñas, en la parte donde se había perdido el esmalte rojo oscuro, se veía suciedad, de la que se junta cuando pasa un tiempo sin escobillarlas. Continuó su observación y detectó que el blue jeans le quedaba muy apretado, al extremo que los botones del marrueco parecían que iban a saltar. De repente, estos detalles, que si bien no la definían, pues muchos jóvenes universitarios imitaban el vestir de los vagabundos, le aclaró que de ninguna manera podía corresponder a la hija de un funcionario universitario.
- Sabe mijita? Resulta que no te estoy creyendo este cuento.
- Como? tío? Si me he acercado a Ud. con toda confianza es porque sé que Ud. es comprensivo y caritativo
- Sí, caritativo pero no tonto. Dijo el hombre y le agregó: así es que te equivocaste de tonto y no te voy a dar nada por mentirosa.
- Entonces no me va a ayudar tío? Preguntó ella con voz plañidera y melosa.
- No. Respondió rotundo el hombre.
La muchacha retrocedió algunos pasos y mirándolo con desprecio le dijo: Entonces ándate a las rechuchas de tu madre viejo huevón y miserable. Se dio media vuelta y se alejó con paso tranquilo.
- Bueno se dijo el hombre. Eso fue todo, y se apresuró en llegar a su auto, porque: “estas cosas las necesitan para el almuerzo”.