"Mi madre me llama desde la puerta del almacén mientras mi padre pesa unos kilos de azúcar y un cuarto de café. La calle de ripio llena de baches y pequeños hoyos, espera el manto de la lluvia pesada y cansadora.
Ágiles los pies tras la pelota todavía más ágil.
Gritos, risas, una patada demás, la pelota que cae en el patio de don Ernesto y toda la muchachada se silencia con un silencio de pozo en la calle silenciosa.
Ojos, pies, alma y manos petrificados mirando la alta tapia de la casa amarilla.
Pichangas de fútbol, conversaciones desbordando en todo su continente la trascendencia de la intrascendencia, horas amaestradas para alargarse un poco más o hasta escuchar el llamado de la madre o el padre.
La adolescencia con los ojos abiertos tragándose el mundo como un pájaro hambriento. "
5 noviembre 2001.