Don José solía venir a visitarme de vez en cuando, y me agradaba escucharlo porque era muy ameno cuando contaba las historias de campo que él había escuchado desde niño en aquella zona del Valle central de Chile cercana a Yumbel, Tomeco y Quillón, lugares que él frecuentaba durante su temprana infancia, pues sus padres tenían una vivienda campestre en las inmediaciones.
Decía que a él le gustaba mucho escuchar las historias que su abuelo paterno les contaba a todos, alumbrados sólo con un escuálido “chonchón” alimentado con parafina, y la lumbre de las llamas del fogón. Su abuelo, ya entrado en años, gustaba hablar de las cosas misteriosas que ocurrían en el campo, especialmente aquellas referidas “al coludo” o al “cachudo”, nombre que daban indistintamente, los residentes del lugar, al referirse al diablo, al demonio o a satanás.
Toda la familia escuchaba atentamente cada una de esas espeluznantes historias, en la voz cadenciosa del anciano, que sabía darle silencios a aquellas partes más emocionantes y una acentuación de la voz en aquellas partes más violentas de cada historia. Don José jamás podrá olvidar que el abuelo decía que allá en el bajo, en la ladera que precede al puente “Piulo” solía aparecer “el malo” a los caminantes que se aventuraban a salir a medianoche y se atrevían a cruzar el puente de palos que hay en ese punto del río. Decía que se les aparecía como una luz que solía venir ya sea bamboleándose de un lado a otro, o saltando con tumbos irregulares, sin hacer ruido alguno y así –poco a poco- iba acercándose al caminante bajando por la ladera del frente en dirección al puente. Los que lo vieron dicen que salían despavoridos corriendo en sentido opuesto como alma que se lleva el diablo y huían de ese vado a plena carrera hasta alejarse y alcanzar a las proximidades de la “Loma de las hermanas” que era un cierto alto despejado situado a un kilómetro de distancia aproximadamente.
Dicen que los que huían, llegaban allí extenuados, sudorosos y casi muertos; si no era de cansancio, era de puro miedo, en medio de conjuros, Padres Nuestros, Ave Marías y persignaciones, aunque nunca hubieran ido a la iglesia. En esa ocasión todos se volvían católicos por temor al “malo”, a “Don Sata” como también le decían, diablo que adquiría su mayor envergadura amparado por las sombras de la noche y por la exagerada imaginación de los parroquianos, pues creían verlo enorme, a cada recodo del sendero, ante la sombra de cada árbol o matorral que se les aparecía ante ellos. Si el campesino iba solo, bufaba y gemía de miedo en el más compungido silencio. Si los huyentes eran varios: hombres y mujeres, entonces se oían los llantos y gritos de horror especialmente de las mujeres más gorditas que por su peso y falta de agilidad iban quedando a la zaga del tropel de corredores. Llantos y gritos de auxilio que los “vivientes” de las pocas casitas que había en las inmediaciones solían escuchar en las noches de invierno, sin luna. Parroquianos sencillos y humildes que llenos de temor, solían poner trancas a las puertas para detener el eventual ingreso del demonio a sus humildes ranchas. Al día siguiente los humildes campesinos se acercaban cada uno a las casas de los demás a comentar:
---¡Anoche! ¡Hombre de Dios! ¿No sintieron que se les apareció El Malo a unos caminantes!? ¡ ¡ Juéee! ¡Si los gritos se escuchaban claritos hasta nuestra casa, que está a más de Kilómetro del puente maldito ese, en la hondonada del río! ¡Capaz que no los haya escuchado usté(d), quéee! ¡Las de carreras y gritos que tenían esos cristianos!...¡Arrancando en tropel cerro arriba! ¡Que ya parecía que se les reventaba el corazón y se “jundían” de miedo esos cristianos!
Historias de ese tipo solían escucharse de tarde en tarde, tan repetitivas que ya parecían pertenecer al folklore del lugar.
El tiempo pasó y Don José se tituló de ingeniero. Pasó ahora a pertenecer a una prestigiosa industria regional en Talcahuano. Un buen día víspera de Semana Santa decidió pasar a comprar unos hermosos congrios que vio relucientes en la Bentoteca que existe junto al mar, con aspecto de estar muy frescos. Encontró propicia la ocasión para llevar de regalo a sus padres campesinos tan maravilloso producto de nuestros océanos. La tarde aún tenía el brillo y la vida que le otorga el sol cuando atisba desde la altura el mar océano donde habrá de sumergirse unas 5 ó 6 horas más tarde y como calculó que le sobraba tiempo, decidió enfilar su fiat 600 hacia Yumbel, lugar del origen de él y sus ancestros, llevando en el portamaletas el precioso cargamento de peces.
Todo iba muy bien mientras rodaba en el pavimento carretero, pero al adentrarse en los senderos polvorientos y estrechos de los campos interiores, comenzó a escuchar un sonoro ¡Schack! ¡Schack!, como si algo del motor de su auto se hubiera desprendido. El bólido comenzó por perder potencia y poco después de alcanzar a subir una pequeña loma, ¡Zas! El motor se detuvo y no pudo reanudar su marcha por más intentos que se hicieran.
La noche ya había caído sobre esos campos y en medio de la soledad y el silencio, se oían a lo lejos unos ladridos de perro y un par de cantos de gallo afónicos y deslucidos, al mismo tiempo que comenzaban a encenderse las luminosas estrellas del firmamento.
Don José cerró bien las puertas de su maltrecho autito, metió a tientas los congrios al interior de un saco y de un potente envión, se los echó al hombro. Pensó para sus adentros, como hablándoles a los pescados que llevaba dentro del saco:
---Ha poco que veníamos en auto amiguitos…pero ahora ustedes van “en hombre” y yo voy a patita por el camino.
Faltaban unos 5 Kms. para llegar a la casa de sus padres y abuelos. El cansancio lo aturdía por la poca costumbre de caminar por senderos de tierra, irregulares, oscuros y silenciosos, agravado el penoso estado del caminante por el cada vez más molesto peso de los pescados que de paso, le goteaban jugos diversos por la espalda y la parte posterior de las piernas. Sentía el siseo de su propia respiración y el bufido de sus suspiros y calculó que estaría ya cerca de las 12 de la noche más o menos a la altura del horroroso puente donde aparecía el “coludo” de los cuentos del abuelo.
---¡Son estupideces propias de la gente de campo!...¡Gente ignorante! …¡Gañanes que creen en supersticiones y supercherías!...¡El Diablo!...¡Bah! ¡El diablo y sus apariciones…son puras patrañas!
Se decía a si mismo a media voz, mientras intentaba atinar los pies al sendero en medio del silencio de la noche. Trastabilló un par de veces por los hoyos del camino y al llegar a la “Loma de las Hermanas” se detuvo a la vera del camino para sentarse a tomar un poco de aire fresco. Se sentó en el padrón y dejó el saco con peces a tientas sobre el escaso pasto que allí crecía. Tomó varias bocanadas de aire fresco y se secó el sudor que goteaba desde su frente y se deslizaba por el cuello abierto de la camisa hasta su pecho. Las manos le dolían y le ardían de tanto apretar la boca del pesado saco con peces…¡¿Quién me mandó a meterme en este lío?!...¡Maldito auto que vino a fallar en este maldito lugar y a esta maldita hora!
Ya estaba perdiendo la paciencia y le quedaba aún bajar la pendiente y atravesar el maldito puente oscuro donde el abuelo decía que salía el Coludo a espantar a los caminantes.
---¡Y justo ahora! …venir solo por aquí…¡Por la misma mie…..!
Sintió cantar otro gallo desde el corral de alguna casa de campo a la lejanía y escuchó un par de ladridos que llegaron a sus oídos dando tumbos por los potreros. Deseó que apareciera la luna tras los montes del oriente para que iluminara en algo el terroso sendero…¡pero nada! ¡Estaba todo como boca de lobo!
Finalmente se dio ánimo y agarró el maldito saco con congrios y de un potente envión se lo echó al hombro. ¡Vamos andando! Y se encaminó cuesta abajo hacia el puente del Diablo. Sintió algo de alivio cuando se le ocurrió rezar un Padre Nuestro. Rezó varios Padres Nuestros y Ave Marías y aún no llegaba al maldito puente, pero cuando faltaban unos 20 metros para alcanzar el río, creyó divisar las barandas y se sintió aliviado ¡El puente!, ¡Al fin el mandito puente!, pero al levantar un poco la vista divisó en la ladera del frente, al otro lado del río, una luz que venía bajando y se movía de un lado a otro, como titilando…¡Se paró en seco!
---¡El Coludo mier….! ¡No puede ser el Cachudo mier… si ese no existe!... ¡Pero tiene que ser él no más, porque es tal como me lo describió el abuelo! ¡Tal como decían los parroquianos: aparece en el puente y se ve como una luz que bambolea!¡Tal cual! ¡Dios mio!, ¡Virgen Santísima!, ¿Qué hago?...¿Arrancar? …¡No! ¡Yo no arranco! ¡Así no me lleve el Diablo…Yo no arranco!
El Coludo se venía acercando, bajando el cerro opuesto, con la lucecita esa que iba de aquí para allá y de allá para acá, cada vez más grande y más cerca. El caminante se quedó inmóvil, sin poder mover un pie, los peces a su espalda, jadeaba estrepitosamente, las piernas tiritaban y la mandíbula castañeteaba ruidosamente. El Coludo entró al puente y venía a paso firme moviendo una especie de farol. ¡Viene hacia mi! ¡No hay duda! ¡El diablo viene hacia mi! Los taconazos del Diablo sobre el puente resuenan y retumban sobre las aguas del río; se acerca cada vez más:¡20 metros!,¡ 15 metros!, ¡diez metros!, ¡cinco metros! Yyyy……
---¡Buenas Noches señor! Dijo el Diablo, y su voz sonó como el saludo de un simple campesino.
---¡Buenas Noches! Respondió el caminante con voz temblorosa, y a la luz del farol que llevaba, pudo ver claramente el caminar bamboleante de un hombre cojo que llevaba en una mano el bastón y en la otra el farol. ¡Uff! Al pasar junto a él le regaló una inocente sonrisa y el ¡Tap! ¡Tap! ¡Tap! alternante de su claudicante andar, se fue perdiendo cuesta arriba hacia la “Loma de las Hermanas”. El caminante giró sobre si mismo, aún sin dejar de temblar y no dejó de fijar la vista en el personaje, hasta que las bamboleantes luces del farol se perdieron más allá de la loma, y la noche volvió a teñir de negruras todos los rincones del campo.
Veinte minutos más tarde, el caminante alcanzó la casa de sus padres, hambriento, cansado, sudoroso y polvoriento pero aún con el saco con pescados…dispuesto a servirse a la luz de una vela, la deliciosa y aromática cazuela de ave con chuchoca, que suelen preparar tan bien las campesinas del sector de Yumbel…de allá mismo donde dicen que sale el Coludo.