Durante los juegos florales de primavera solían participar las más diversas organizaciones populares, pero generalmente destacaban las universidades por los magníficos diseños de los carros alegóricos que elaboraban los alumnos de las más diversas carreras, dotados de abundantes luces, papeles brillantes y magníficas reinas, llenas de juventud y de belleza deslumbrante.
Sucedió que dos compañeros de la Escuela de Odontología decidieron hacer el carro para la reina, y utilizaron para tal fin una carreta tirada por bueyes. En efecto, uno de los jóvenes se dio maña para conseguir la carreta y los bueyes de un campesino que vivía en el Valle Nonguén. Con mucho esfuerzo y acuciosa labor diseñaron y construyeron el trono donde posaría y sería paseada por el centro de la ciudad la magnífica reina. Era un cisne blanco maravilloso que con las alas abiertas acogía a la hermosa reina y a sus pajes. El carro ganó el primer premio. Todos estaban felices menos el que consiguió la carreta y los bueyes.
En efecto, el joven estudiante se había ya enamorado de la reina y había logrado ciertas señales de aquella hermosa jovencita que le hacían soñar con ella con cierta desbocada pasión:
¿¡Cómo voy a perderme el baile con la reina?! Pensaba el joven. Y ¿¡Con quien dejaré los bueyes?! Si los dejara en la calle me los podrían robar durante la noche, Si los dejo en el jardín de la pensión, los bueyes se van a comer las plantas de la dueña de casa… ¿Dónde dejaré los bueyes para disfrutar de la fiesta? …pensaba el joven. Finalmente se le ocurrió la genial idea de dejar los bueyes en la pieza de la pensión y así lo hizo; con mucho sigilio ingresó a los bueyes a la pieza tratando de hacer el mínimo ruido posible y luego cerró la puerta con pestillo. Partió a la fiesta corriendo como alma que se lleva el diablo hasta llegar al lado de su amada reina. Bailaron toda la noche y la pasaron de maravillas: comieron y tomaron como condenados hasta no saber quienes eran al filo de la madrugada.
La nana de la casa de pensión tenía la costumbre de llevar el desayuno a la cama a los dos estudiantes a los que trataba como a sus regalones. Esa memorable noche la nana y la dueña de casa escuchaban ruidos raros que salían desde la habitación de los estudiantes, a los que dieron alguna explicación lógica sin hacer mayor cuestión del asunto. Pero cuál no sería el asombro de la nana cuando al llevar una bandeja con los respectivos desayunos de sus “nenes”, abrió la puerta de la habitación y se encontró de frente con la enorme e inexpresiva cara de uno de los bueyes que la miraba sorprendido a muy corta distancia de ella. Dicen que la nana lanzó un grito que se escuchó en toda la cuadra y que soltó la bandeja cuyo contenido terminó haciéndose añicos en el suelo al tiempo que salía corriendo despavorida y gritando como una loca por la súbita y no despreciable idea de que sus “niñitos” se habían convertido –tan sólo en el lapso de una noche- en feroces animales vacunos. (Fin)