Fue en ese tiempo Señor, cuando las manzanas empiezan a estar maduras y sus aromas dulces corren por los pastizales de las arboledas. En ese tiempo cuando las manzanas verdes, amarillas y rojas, pintan los sotos y los cerdos salen a comerlas, ruidosamente Señor. Fue en ese tiempo. En el tiempo de los "miñi-miñis", cuando empiezan a amarillar en los "ñadis" y los niños corren por las pampas hacia las "tembladeras" para disfrutar sus pequeños frutos dulces. En ese tiempo fue Señor. Habían ya negreado los calafates y los cauchahues y los tordos y lloicas se hartaban de comer sus frutos desde el amanecer... Era también en tiempo de los choroyes, cuando bajan desde los montes a recorrer los sembrados de trigo, en esa época cuando el viento peina los trigales, provocando ondas amarillas y plateadas en las tardes, cuando la brisa cálida viene empujando las golondrinas desde el mar.
En ese tiempo fue Señor. Todo estaba tranquilo en el aire, pero los viejos decían " Algo hay raro en el ambiente... la "cututa" cantó hoy desde la pampa y los trieles han estado mudos todo el día, cabizbajos, como rezando" Y otro viejo dijo; " el cacareo del gallo es diferente, y las gallinas parece que quieren escapar de los corrales y no se cansan de dar cabezazos contra las mallas de colihues y arrayanes". Yo estaba hilando mi lanita con el huso y la tortera de barro, cuando comenzó el remezón. Fue como un rebencazo pegado a la maleta. ¡Zas! y me lanzó de un "porrazo" hasta el otro extremo de mi "ruca". En mi vuelo involuntario pasé a arrastrar el "chaihue" y el "yole" que estaban cargados de lanas y avellanas recién cocidas. Quedó el desparramo de cosas por todo el fogón. El "collín" se descoyuntó y los quesos que se secaban a madurar, salieron volando por la puerta abierta hasta la pampita que antecede mi ruca. Los "fuiras" de los chanchos se los comieron de un solo tarascazo. Y yo medio aturdida, tendida en el suelo, seguía recibiendo sobre mi ollas voladoras, sartenes, fuentes de madera, un remo que me calló sobre la oreja izquierda, el trigo del barril que se secaba al lado del fogón, chispas y palos de leña encendidos.
¡En fin!. Todo lo que había en la habitación volaba y caía a diestra y siniestra y yo sin entender nada. Sin embargo me sobrepuse y me levanté como pude, trastabillando hasta alcanzar la media hoja de la puerta de mi fogón y miré hacia afuera, hacia la lomita esa verdegueante que está frente a mi ruca, y luego el canal que la separa de la isla de Llingua, cuya cola es el islote de Chequetén. Y eso fue lo que vi Señor, lo mismo que mentaban los antiguos. Fíjese Señor que vi cómo ondulaba en la isla del frente, lo mismo que una culebra enorme, ondas y ondas de aquí para allá, como la culebra Ten-Ten de los antiguos. Y el mar, se encabritó, ondas y olas culebreaban en todas las partes donde había mar. Y seguía temblando con una fuerza desconocida. Yo me agarré firmemente de la puerta abierta y fijada con la tranca, para mirar la luz del frente, desde donde viene la luz del sol.
Fíjese Señor que entonces fue cuando vi que el mar se recogía con un ruido como cuando se corren los granos de trigo sobre una "alita", era como si hirviera, la fuerza del mar arrastrando todo:: piedras y lodo, palos y jaibas, peces y lobos marinos. Unos lobos quedaron en seco mientras el mar se llevaba los botes y lanchas de los isleños. Los lobos aullaban como cristianos, levantando sus cabezas hacia el cielo. ¡Lloraban los lobos Señor! ¡Yo vi cómo lloraban! Era un llanto lastimero, como pidiendo misericordia al cielo. En medio de ese barullo, los gritos de las pocas personas que viven en la isla, el mugido de las vacas y el relincho de los potros que corrían sin destino en todas direcciones. Fue entonces cuando se vino el mar con toda su furia y arremetió contra la playa y las casas de palafitos que se encontraban en la vecindad de la orilla. Venía con un ruido sordo, aterrador y sobre las olas, revoloteando en medio del barro, las piedras y los palos, botes enteros y lanchas que entraron dando tumbos por el canal arrastrando y haciendo añicos a todo lo que encontraban a su paso.
Entonces recordé lo que decían mis abuelos en las noches de invierno, cuando nos sentábamos en torno al fogón. Ellos decían que al principio de los tiempos, los isleños vivían felices pescando y mariscando, criando sus animalitos y segando el trigo, cosechando los frutos del campo, del monte y las papas de los papales. Y de pronto en esta misma época que yo le cuento, se enojaron las dos culebras; La Cai-Cai vilu, que vivía en el mar, comenzó a levantar las aguas con furia para ahogar a los isleños, pero había otra culebra que vivía en la tierra; era la Ten-Ten Vilu, que era una culebra buena, y esa empezó a levantar las tierras para que los isleños no se murieran ahogados por las espumarajeas de agua levantada por la Cai-Cai- Vilu.
Y así estuvieron luchando por mucho tiempo, mientras los isleños se esforzaban por subir más y más alto hasta las cimas de los cerros para salvarse. Hasta que finalmente ambas culebras se cansaron y dejaron de luchar. Así, unas tierras quedaron altas sobre las aguas, y otras quedaron cubiertas por el mar. Y así, decían los antiguos que se formaron las islas del archipiélago, de este archipiélago que llaman de Chiloé. Desde entonces, se sabe que cada cierto número de años, las culebras vuelven a enojarse y es por esta época, a fines del verano y al inicio del otoño, cuando las hojas de los árboles comienzan a cambiar de color y los campos se tiñen de colores parduzcos, es entonces cuando se enoja la tierra y principia con sus sacudones Señor, tal como ya se lo he contado. ¡Cai.Cai.vilu y Ten-Ten vilu Señor! ¡Esos son los nombres de las dos culebras!