-Lo llama su hijo Mauricio, desde Chaitén.
Tomé el teléfono y escuché la voz de mi querido hijo –una voz entrecortada porque estaba llamando desde una cabina telefónica situada en un área rural-
- ¡Hola papá! ¿Cómo estás?
Fueron sus primeras palabras. Entonces recordé el diálogo que sostuvimos un mes atrás, una noche cualquiera mientras regresaba yo a casa, después de mi trabajo, cuando él me dijo a boca de jarro:
- Papá, quiero pedirte permiso para ir a dedo a la Carretera Austral.
La pregunta me dejó sin aliento, sentí erizarse los pocos pelos que me quedan sobre el casco. Mi hijo tenía en ese entonces sólo 15 años y pensar en realizar esa larga travesía a dedo era para mi una idea escalofriante, sobre todo por las cosas que se cuentan de los jóvenes mochileros y por la incertidumbre de su destino cuando son recogidos por choferes inescrupulosos. Imaginé rápidamente a mi hijo “botado” en la carretera, cuando la noche estaba cayendo sobre la campiña, en algún lugar aislado, boscoso, o en las interminables planicies de la pampa argentina. Lo ví instalando su carpa huevo, lo imaginé recogiendo leña seca para encender la fogata, o pescando alguna trucha salmonídea en la orilla de un lago para alimentarse. Lo imaginé limpiando el pescado a la orilla del río o lago y después friéndolo en la sartén directo a la llama, como a él le gustaba. Le ví disfrutando cada porción de esa trucha que él había pescado con aquel señuelo que él sabía elegir de acuerdo a la luz y a la hora del día. Lo ví estirando su saco de dormir y encendiendo la lámpara dentro de la carpa en una noche oscura. Lo imaginé rendido por la larga caminata, pensando en su madre...¡Estaría tan lejos de su querida madre! Y sin el apoyo, el consejo y el cariño que necesitaría en ese entonces. Lo ví con los pies edematosos, hinchados, con ampollas de tanto caminar por senderos rocosos… Mi primer pensamiento fue un rotundo ¡NO! Y pensé decirle ¿¡Cómo se te ocurre semejante locura, hijo mío?!.
Al instante me pregunté:
- ¿Qué hacía yo a la edad de 15 años?
Y el telón de mis recuerdos me llevó a las soledades de la Isla Tranqui, cuando la recorrí a la edad de 14 años con mi amigo Mario Cerna. Ingresando a medianoche a una casa abandonada, para pernoctar lejos del rocío y la lluvia en el lugarejo de San Antonio de Chadmo. Vinieron a mi los recuerdos de las caminatas por la playa de Cucao, las extenuantes caminatas por el sendero al Abtao, donde casi perdimos la vida a la edad de 14 años. Sentí de nuevo ese aroma fresco y puro del aire helado de la cordillera de Piuchué, cargado de los aromas vegetales de las plantas medicinales. El susurro del viento del océano cuando mece las ramas de los árboles y trae el olor salido del mar. Y las noches en la parte alta de la cordillera, en medio del pantano de Piuchué llamado Campaña por los lugareños, y el grupo de zorros que nos hacían guardia aquella noche maldita, con la esperanza de llevarse algo de nuestros pertrechos. Muchos recuerdos intensos volvieron a mi mente y surgió en mi el agrado intenso de recordarlos, como diamantes preciados en nuestra vida. ¡Que feliz me sentía en ese tiempo en medio de la naturaleza virgen! ¡Cuánta añoranza en el recuerdo! ¡Cuántas cosas para contar cuando regresamos vivos de aquella aventura! Y ¡Cómo crecimos espiritual y físicamente como personas, después de cada excursión!
No negaré que lo pensé unos minutos. ¿Porqué negarle a mi hijo el placer que yo viví a la tierna edad de los 15 años en medio de la Naturaleza? ¿Sentirá él lo mismo: la emoción, la inquietud y la pasión por ir paso a paso descubriendo algo nuevo? ¿Porqué negarle eso tan hermoso que uno atesora en el recuerdo?
-¡Sí.! …¡Te autorizo!... ¡confío en ti, que harás cuidadosamente todo lo correcto y lo que corresponda en cada circunstancia! ¡No me defraudarás! ¡Te cuidarás de cada paso que des y regresarás sano y salvo a casa! ¿De acuerdo?
Vi los ojos de alegría de mi hijo, la emoción de ver cumplido su anhelo, y la sorpresa que causó en él mi respuesta ¡Sí!...¡Te autorizo!...¡Confío en ti!
Había pasado casi un mes sin saber nada de él, de su derrotero, de sus experiencias y no niego que mantuve la inquietud hasta el último momento. Pero su voz alegre y serena me tranquilizó: me dijo que estaba bien, sano y salvo y que estaba regresando a Chaitén. Habían recorrido indómitos senderos, bosques y llanuras, cordilleras sobre 3.500 metros de altura ¡Había aspirado profundamente el aire cordillerano fresco y puro, cargado de aromas vegetales que recuerdan los aromas de una farmacia! Había cabalgado con un guía extraordinario llamado “Pelé” que vivía de la caza de jabalíes y como guía de turismo aventura. Y así habían alcanzado las orillas del lago Palena, donde pescó un salmón de 12 kilos, que permitió dos días de meriendas con los carabineros que hacen soberanía en esas soledades, teniendo al frente la magnífica blancura del ventisquero que de cuando en cuando se desploma sobre las heladas aguas con un estrépito atronador. Muchas cosas me dijo, pero sobre todo me dijo que estaba feliz de escuchar mi voz. Que venía inmundo de sucio pero estaba sólo a unos 20 Kilómetros de Chaitén y que estaría en la ciudad en unas pocas horas cerca de medianoche. Pero ahora necesitaba que le enviara un poco de dinero para pagar el trasbordador que partiría al día siguiente muy temprano hacia Puerto Montt.
Entonces corrí en busca de alguna oficina que pudiera cumplir con la misión. ¿Cómo enviar un giro telegráfico a esa hora de la noche? Felizmente encontré una oficina abierta y envié el recurso que faltaba. ¡En un par de días mi querido hijo Mauricio estaría de regreso en casa! Yo me sentía feliz.
Después de escuchar todo lo que él me contó, ahora en el tranquilo lugar de su habitación, y de ver las fotografías que había tomado en lugares de belleza inverosímil, constaté que esos increíbles momentos quedarán para siempre grabados en su alma, y que su espíritu inquieto terminó fortalecido y maduro con esta experiencia.
Con mayor razón adquiere una magnitud extraordinaria esa experiencia, cuando el pueblo o villorrio de Chaitén casi ha desaparecido del mapa y el poblado como tal. Tal vez nunca vuelva a ser lo de antes. Lo que fue antes de la erupción del volcán del mismo nombre. Ciudad, poblado o villorrio que Mauricio conoció en el año de aquella locura.
¡Nunca me arrepentiré de haberlo autorizado a realizar esa hermosa aventura! ¡Nunca!