Aristóteles España: prisionero en Dawson.
Por Medardo Urbina Burgos
Anoche me dijeron que murió Aristóteles España.
Voy a recordar lo que supe de él. Más bien lo que leí y escuché de los amigos que sí lo conocieron. Ellos me contaron sobre su vida, sus quehaceres juveniles, sus juegos de la niñez, el traslado de su familia a Punta Arenas, sus estudios en el Instituto Comercial de esa ciudad, donde él era dirigente estudiantil cuando fue aprehendido por los militares, cuando comenzó a perder la LIBERTAD, aquella libertad que él tanto amaba. Carlos Trujillo me habló de él, como amigo cercano, varios capítulos de su azarosa vida; también Nelson Antonio Torres, Soledad Guarda, Mario Contreras y José Teiguel –entre otros-, algunos de los cuales compartieron con él los juegos infantiles entre los barros de aquel pueblo austral, pues todos –con la excepción de Contreras-- tienen en común con Toti el hecho de haber nacido en Castro, Chiloé, entre la lluvia, el viento, las tormentas, el olor a la sal de los mares, el aislamiento y la soledad tan propios de cada una de esas islas australes.
Aristóteles España
Su poesía y su vida me impactaron profundamente. Me impresionó saber que estuvo en Dawson, cuando era apenas un joven de 17 años. Casi un niño. Y no es que haya estado allí de paseo con sus padres, sino que estuvo en aquella isla fría e inhóspita, como “prisionero de guerra” como le dijeron los militares cuando lo recibieron “en una playa triste y desconocida” como él lo cuenta en un poema:
…bajamos de la barcaza
con las manos en alto
a una playa triste y desconocida
la primavera cerraba sus puertas…
Lo encarcelaron porque era dirigente estudiantil y poeta. En ese tiempo se perseguía a los comunistas y se pensaba que todos los poetas y los artistas eran comunistas. En el caso de Toti, él mencionó en una entrevista concedida a una revista de circulación nacional “…debí sufrir la prisión, el destierro y las torturas por haberme inclinado en la vida a la defensa de los más desposeídos”. Ese fue su pecado y su equivocación. Y según la filosofía militar del momento, ¡debía pagar por ello! En ese tiempo, rayando la pubertad, hacía poco que había dejado de ser un niño y gustaba caminar hasta Llau-Llao en compañía de los amigos, para comer deliciosas manzanas ya maduras al término del verano, y recoger de paso algunas nalcas presentes y abundantes en los humedales a ambos lados del camino. En Dawson escribirá en su celda, en un papel arrugado que consiguió ya no sabe cómo:
“…la ceda es fría
recuerdo mi infancia en Chiloé
jugando al trompo cerca de la escuela
o comiendo manzanas en el camino a Llau-llao”.
Es que a Toti le tocó vivir aquí lo que Cortázar llama “la era de la infamia”, en la que cada persona carecía de todo valor para los militares dominantes y la dignidad y la libertad y los derechos mínimos eran pisoteados a diario. ¡No había a quien elevar una súplica! Sus compañeros de celda y de reclusión en ese campamento eran ministros de estado, diplomáticos, profesores universitarios, rectores de universidades, gerentes de empresas del estado, médicos, arquitectos, abogados, contadores, periodistas. Todos fueron tratados del mismo modo: obligados a tirarse al suelo con las manos en la nuca y en posición firmes recibieron la arenga del militar: “Desde este momento ustedes no valen nada. Cualquier conscripto vale mucho más que ustedes. Olvídense de lo que fueron. Ustedes sólo tienen que obedecer. Quien no obedezca las órdenes, deberá sufrir las consecuencias! ¡Ya están advertidos!”
Isla Dawson. Prisioneros al trabajo
Pero a pesar de las torturas a las que fue sometido a tan corta edad, a los simulacros de fusilamiento, a los “fondeos” en una red de pesca en las congelantes aguas de los canales de Magallanes, de los trabajos forzados, al constante maltrato físico y verbal, al frío, al hambre, al miedo, a la incertidumbre y a la proximidad de la muerte, nunca abandonó ese sentimiento de amor que expresa en su poesía escrita furtivamente en la penumbra de un barracón en el hacinamiento de la prisión en Dawson.
“…estamos acostados
y apagan las luces
la alegría y la libertad
deben ser como dos muchachas bonitas”
Aristóteles España se las arregló de alguna manera para hacer llegar sus escritos borroneados y rugosos hasta las manos de Fernando Alegría --literato, narrador, poeta y crítico de la poesía nacional y latinoamericana-- quien cuenta que recibió en San Francisco, California, un pequeño paquete llevado por un cura que trabajó en Chile para la Vicaría de la Solidaridad. El paquete eran los poemas que Toti había escrito mientras permanecía en la Isla Dawson entre el destrozo de islas en la latitud 53º Sur de la Patagonia Austral. Fernando Alegría lo describe del siguiente modo:
“…El testimonio de Aristóteles Escaña llegó a mis manos copiado a máquina en hojas de papel cebolla, esas que sae vuelan por los aires con vocación de volantines. Me las enviaba un sacerdote que pasó por San Francisco de regreso a su retiro.. No supe su nombre ni lo vi jamás. Salvaba almas…y si podía salvaba cuerpos. Trabajó en Chile para la Vicaría de la Solidaridad. Recibí el paquete como un mensaje de un pedacito de la Patria, que daba testimonio antes de salir de la adolescencia. Aristóteles España me hablaba claro:
He aprendido a amar entre barrotes
rodeado de secretos…amenazas
a conocer los metales del desprecio
el valor de la unidad y la palabra
a sentir
a ser valiente cuando me torturan
a contemplar cómo crecen las semillas
en las jaulas
he aprendido a distinguir
los cánticos del odio
nacer, caminar entre la bruma
y crecer…”
Hacía pocos días que había muerto Pablo Neruda y las circunstancias de su muerte traslucían dudas en el neblinoso período de la desinformación. ¿Cómo fue que murió Pablo Neruda? ¿Moriría de muerte natural o…? Toti reflexiona en medio del temor, del miedo, de las torturas a las que es sometido a diario con implacable crueldad. Piensa en la muerte que él siente cercana. ¡La huele en medio de la muchedumbre silenciosa y densa y cabizbaja de los prisioneros. “¿Me alcanzará la muerte como a Pablo Neruda?” Entre sus compañeros de infortunio recibe apoyo, le informan, lo acogen. No en vano es el más joven de todo el campo de concentración.” En el silencio de las noches, sufre y espera.
“Este miércoles se le agotaron las pilas al firmamento
Octubre moja su cola entre las olas.
Pablo Neruda ha muerto
el tiempo se deshace en las literas
seguramente continúan los fusilamientos
pasado mañana cumplo dieciocho años
América es un torbellino
nos mantienen en una constante incertidumbre
frecuentemente nos visita un sacerdote
anoche soñé que bailaba un tango en la penumbra
¿Cómo será el rostro de los torturadores?
las ampolletas de la barraca están encendidas
estamos acostados
ee apagan las luces
La alegría y la libertad
deben ser como dos muchachas bonitas”.
El mundo de este adolescente ha sido violentado, trastocado y trastornado. Todo está en él “patas arriba”. Poco entiende sobre lo que sucede a su alrededor y en su interior. Intenta olvidar el suplicio de cavar trincheras en el suelo congelado, el corte interminable de árboles de lenga a golpes de hacha en el bosque, arrastrar los troncos en grupos de tres o cuatro personas hasta el agotamiento, acicateado por insultos y culatazos. El ruido repetitivo y lejano de las metralletas que hacían estremecerse por la posibilidad de ajusticiamientos, fusilamientos de algunos de sus compañeros. La bestial crueldad de esos otros chilenos, compatriotas, vestidos de uniforme militar y armados con fusiles y metralletas… y la nieve, la lluvia congelante y el viento… y el sueño recurrente de una cazuela de cholgas secas preparada por su madre en el lejano Chiloé. Y el hambre, sobre todo el hambre, constante, doloroso y enloquecedor. Entonces… en la soledad y el silencio eterno de las noches se refugia en los pocos recuerdos felices que aún perviven: su madre, su hermano, sus amigos de la infancia y ¡la radio! La radio que lo mantenía al tanto de los sucesos allá en Chiloé. ¿Qué habrá sido de su radio? Aquella radio que añora ahora que está en condición de “incomunicado”? Es de noche y la espesa oscuridad no deja ver los cuerpos tendidos en sus camastros en los barracones. Se escucha el silbido del viento y se intuye la niebla espesa y congelante que entume e inmoviliza los cuerpos silentes y tristes de sus compañeros en el barracón. Él escribe:
“Hay esferas que explotan como ecos destrozados
y se pierde la noción de todo
es difícil explicar
la celda es fría
recuerdo mi infancia en Chiloé
jugando al trompo cerca de la escuela
o comiendo manzanas en el camino a llau-llao
luego el austro
con sus noches y eternidades
este presente lleno de lloviznas
los autos que transitan a toda velocidad
dentro de mi
mamá colocando carbón a la estufa
mi hermano jugando a los camioncitos
con nuestros primos en el patio
la radio a transistores que añoro
en esta hora
incomunicado
mientras el guardia silva una melodía de los Beatles”.
Sus compañeros de celda lo comprendían. Vivió entre gente prominente. Todos recluidos. Todos prisioneros. Lo apoyaban, lo acogían, le decían Españita, y nadie comprendía por qué habían recluido en esa isla tan espantosa, a este joven de 17 años que era casi un niño. ¡Nadie comprendía hasta dónde podía alcanzar la magnitud de la maldad humana! Ni el porqué de los martirios, de las torturas cotidianas, ni de su cruel sentido. Cuando lo llamaban para llevarlo esposado a la cámara maldita, los compañeros le decían como en susurros: “¡Resiste Españita! ¡Resiste!” Un murmullo de apoyo que le ayudaba a mantenerse con vida cuando lo llevaban. “¡Resiste Españita! ¡Resiste!” era también el murmullo cuando volvía exánime, tambaleante y cabizbajo, con los ojos llorosos y el cuerpo magullado por el dolor físico y sobre todo el dolor del alma. Se dejaba caer en su camastro, se recogía sobre sí mismo y lloraba en silencio. Los compañeros lo cubrían con frazadas.”¡Resiste Españita! ¡Resiste!” Él siempre creyó que esas voces le habían salvado la vida.
Un día le avisaron que debía preparar su maleta. ¿A dónde me llevarán? ¿Será otro simulacro de fusilamiento? ¿Iré solo o con otros compañeros? Por un instante quiso convertirse en pájaro y volar hacia el cielo como “Juan Salvador Gaviota” para huir de ese infierno helado. Más tarde escribiría:
“Me avisan que debo alistar mi maleta
ordenar las frazadas
quedo mudo y perplejo
No me atrevo a despedirme
somos un grupo numeroso
¿A dónde vamos?
Se cruzan nuestras miradas
escondo mi cuaderno
Son momentos de mucha intensidad
Me duele el estómago
hay un gran despliegue de tropas
inusual y desmedido
surgen conjeturas
caen granizos
todo se llena de ausencias
escribo mis iniciales en la pared
afuera hay un vehículo con destino desconocido
y después una lancha torpedera o un avión
hay cierta claridad glacial
que va blanqueando a nuestro andar
veo orillas que se hunden como barcos
troncos quemados
hombres que entran y salen de si mismos
siento un leve escozor en las rodillas
cierro mis párpados ahora
hasta siempre camaradas
toda esta lección no ha sido en vano”.
Anoche me avisaron que murió Aristóteles España a la edad de 55 años. El diario dice que fue de enfermedad al hígado y también menciona que tuvo una larga enfermedad psiquiátrica. Carlos Trujillo lo fue a visitar al Psiquiátrico donde estaba internado, y él me contó en qué estado estaba Toti la última vez que lo vio. No había ya nada que esperar de él. Su mente y su cuerpo, su alma y su espíritu estaban destrozados. Nunca pudo desprenderse de los fantasmas que lo acosaban, ni de los rostros ocultos de los torturadores que se cubrían para no dejarse identificar, de la inminencia de los sufrimientos, de las pesadillas de cada noche y del permanente complejo de persecución, los gritos a medianoche, la locura que dejaron en él las torturas. ¿Qué valientes soldados se harán responsables de la destrucción física, moral y espiritual de este niño cuya vida se malogró y se extinguió antes de tiempo? ¿Qué valientes soldados podrán justificar las atrocidades cometidas “en el nombre de la patria” a tantos y a cuántos Españitas en aquel lejano tiempo?..
San Pedro de la Paz, 29 de julio de 2011