La primera circunnavegación del globo terráqueo por vía marítima, fue la efectuada por la Armada de Molucas, bajo la capitanía de Hernando de Magallanes y el auspicio del Rey de España de aquella época. Magallanes había sido el gestor de la idea y el organizador profundo de la expedición desde sus inicios hasta la partida desde el puerto español de San Lucar de Barrameda el 10 de Agosto de 1519. Como tal había firmado contrato con el Rey en 1518, documento que contenía los compromisos y obligaciones por ambas partes.
Sin embargo no todo fue tan perfecto como se hubiera deseado. En primer lugar el Rey dispuso en los últimos días previos a la partida, que dicha expedición estaría gobernada por dos jefes, situación insólita y difícil de concebir. En efecto, el rey dispuso que acompañaría a Magallanes un jefe equivalente que tendría las mismas atribuciones que el gestor de la idea original y el organizador, actuando como un supervisor de la gran empresa: la designación recayó sobre Juan de Cartagena. Como se verá más adelante esta decisión nunca fue del agrado de Magallanes pero la aceptó para no dilatar más la esperada partida de la expedición.
La Armada de Molucas
La Armada estaba formada por 5 carabelas (ordenadas según su eslora); la San Antonio, de 23,83 metros, Capitán, Juan de Cartagena; la Trinidad, de 23,46 metros, Capitán General, Fernando de Magallanes; la Concepción, de 20,60 metros, bajo el mando de Gaspar de Quezada; la Victoria, de 21,68 metros, capitaneada por Luis de Mendoza; y la Santiago, de 20,70 metros, cuyo capitán fue Juan Rodríguez Serrano, todas con pertrechos y alimentos para un viaje de 3 años y un personal total de 263 hombres, que incluían a experimentados navegantes como Sebastián Elcano, Andrés de San Martín, Joáo Carvalho y Vasco Gómez Galego, pero también -dada la escasez de tripulantes experimentados- las dotaciones fueron completadas con vagabundos, delincuentes, ladrones e individuos de variada calaña que deambulaban por los puertos sin rumbo fijo. Los pocos experimentados habían navegado en largas travesías por alta mar hacia las Islas de las Especias, situados en Asia sur Oriental o a los recientemente descubiertos territorios del llamado Nuevo Mundo, como se denominaba en ese tiempo nuestra actual América, por entonces incompletamente delimitada y menos conocida.
Vespucio y Andrés de San Martín: rompiendo el límite de lo conocido
En efecto, Magallanes había establecido un profundo contacto y seria amistad con Andrés de San Martín, quien había navegado con Amerigo Vespucci ( posteriormente castellanizado como Américo Vespucio) que además ejercía como Cartógrafo y Astrónomo connotado en ambas disciplinas, por cuya vía, Magallanes tuvo conocimiento directo de los más valiosos e interesantes informes referidos por San Martín, que a su vez habían sido informados a éste por Vespucio sobre la desconocida costa bañada por el –en ese entonces llamado Mar Océano, que más tarde sería conocido como Océano Atlántico- de este nuevo continente, porque había sido Vespucio quien había logrado recorrer entre 1501 y 1502 esas costas ignotas hasta ese entonces, alcanzando al paralelo 50 º Sur, la máxima Latitud meridional lograda por navegante alguno en esa época. Las terribles tempestades que se sucedían a cada rato y amenazaban con volcar y hundir las carabelas, el insoportable frío, las heladas y el sacrificio inimaginable de los marineros que debían manejar el velamen y las cuerdas encaramados en los mástiles bajo vientos huracanados en esas travesías, habrían forzado a Vespucio a abandonar la idea de continuar el viaje más hacia el sur. En efecto, contra su voluntad, el gran navegante se vio forzado a regresar al puerto de partida en Portugal, desandando aquella peligrosa derrota.
La intuición de Vespucio
Sin embargo Vespucio informó a Andrés de San Martín, sobre su intuición personal de que debería existir un canal que permitiera comunicar el Mar Océano y el llamado Mar del Sur (que posteriormente se conocería como Océano Pacífico) y que él pensaba que dicho pasadizo estaría ubicado poco más al sur que el grado 50 de Latitud Sur, hasta donde él había llegado. Esta idea cautivó la curiosidad y el entusiasmo en Magallanes y --porfiado y tozudo como lo han descrito varios autores-- se entregó con cuerpo y alma a intentar encontrar ese misterioso y desconocido pasaje, que -en el caso de hallarlo- permitiría alcanzar el Mar del Sur y por esa vía llegar hasta las tierras situadas al sur de Asia, China, India y las islas del Asia Sur Oriental, llamadas en ese tiempo las Islas de las Especias ( Ceylán, Sumatra, Java, Timor, Célebes, Borneo, Nueva Guinea y las islas Filipinas), lugares muy atractivos para los navegantes por el alto valor que en Europa tenían los productos obtenidos en esos territorios, que permitían- dicho sea de paso- financiar con suculentas ganancias los costosos, sacrificados y peligrosos viajes. Por lo tanto resultaba muy atractivo para los comerciantes y financistas, descubrir nuevas tierras que darían paso a otros atractivos negocios.
La Partida
La partida de las carabelas fue el lunes 10 de agosto de 1519 desde el puerto español de San Lucar de Barrameda, en el río Guadalquivir, pero a poco andar río abajo, hacia el Atlántico, la Armada se detuvo en el Puerto de Las Muelas para recoger allí otros bastimentos y concluir algunas reparaciones, y sólo el 20 de septiembre de 1519 izaron velas para la real partida, con el grito de ¡Vientooo Largooo! …de las pocas personas y familiares que los despidieron.
Las carabelas surcaron sin contratiempos la primera parte del Mar Océano, hasta las islas Azores y Madeira, posesiones de Portugal. Fue allí donde Cartagena solicitó a Magallanes los detalles del derrotero de la Armada, cosa que molestó al comandante, pero le informó sobre lo solicitado. Sin embargo, prometió no seguir dando información a Cartagena si la solicitara, manifestando su malestar. Allí comenzó a encender la mecha que terminaría en la génesis de un motín, como se verá más tarde.
La Armada surcó las aguas en forma paralela a la costa de África y luego de unos días de absoluta calma, surgió un viento favorable que los empujó hacia el Oeste en dirección al Nuevo Mundo. Así, a poco andar, alcanzaron la costa de Brasil el 30 de Noviembre de 1519, y anclaron en lo que hoy es Río de Janeiro, donde los marineros disfrutaron del hermoso clima, adquirieron alimentos frescos, carne y frutos, y se vincularon con las hermosas mujeres del país. Hubo un dulce descanso de alrededor de un mes, pero las naves debían continuar su viaje al sur y eso se hizo sin claudicar, hasta que llegaron a lo que es hoy la Bahía San Julián, apacible ensenada situada alrededor del grado 50 de Latitud Sur, en lo que es hoy la República Argentina, lugar elegido para el resguardo de las naves, las reparaciones necesarias y el descanso durante el crudo invierno austral.
Carabela surcando el Estrecho de Magallanes
El Lugar
La bahía de San Julián era en ese entonces – según lo descrito por Pigafetta(*)- una ensenada amplia y protegida de los vientos predominantes, bordeada de suaves lomajes, cuyas tierras circundantes estaban pobladas de un pasto grueso, seco y amarillento ( el coirón) siendo la tierra como una extensa llanura plana y yerma en la que no se ven seres humanos, sino solamente unos cuadrúpedos extraños (los guanacos) , unas aves grandes y corredoras, semejantes a las avestruces africanas ( los ñandúes) y unos animalillos semejantes a los ratones, que viven en cuevas horadadas bajo tierra ( los cururos). Según los relatos del diario de Pigafetta, parecía que en esas tierras no existían seres humanos, nativos, pues durante los casi 4 meses que permanecieron allí, no hubo rastro alguno de ellos. Sin embargo un día se presentó en la playa un hombre de gran estatura, semi-desnudo que cantaba y bailaba en la playa, a manera de saludo, al tiempo que se lanzaba arena sobre la cabeza. Magallanes habría enviado a tierra a uno de los marineros en un pequeño bote, con la orden de que hiciera las mismas manifestaciones que el nativo a modo de saludo, lo que funcionó de maravillas y así, el nativo se habría dejado conducir mansamente a una isla cercana, donde acudieron también otros marineros, pero no pudieron entenderse entre seres humanos de tan diferente lenguaje y de tan lejano origen. El nativo es descrito por Pigafetta, como un gigante, y fue allí cuando Magallanes llamó a este nativo “Patagón”, lo que dio posteriormente el nombre a toda la extensa región del extremo sur de América del Sur: Patagonia.
(*) Antonio Pigafetta, anotado también como Antonio Lombardo en los documentos de la Armada de Molucas, era un militar italiano que ingresó a la dotación de la Trinidad como supernumerario, hombre que podría ser destinado a reemplazar a cualquiera de los marinos según se estimare necesario. Sin embargo, sin ser el cronista oficial del viaje, tuvo la genial idea de escribir cada día las novedades, peripecias, descubrimientos y momentos felices que se iban viviendo durante el viaje. De los 265 hombres que partieron, fue uno de los 18 sobrevivientes que logró regresar a España, después de dar la primera vuelta al mundo de la historia. Su extenso escrito no fue debidamente valorado en su época, ni por el Rey de España ni por el de Portugal, pero si ha sido valorado y elogiado por la Historia por ser fuente de consulta obligada para los estudiosos de este extraordinario viaje.
La Misa, la Invitación, la Tragedia
El descubrimiento y arribo a ese lugar fue en las proximidades de Semana Santa de 1520, motivo por el cual Magallanes -como católico- decidió celebrar una misa en tierra, a la que invitó a los capitanes y a la tripulación de sus respectivos buques. Además en la misiva, invitaba a los capitanes a almorzar con él a su navío después de la misa. El Capitán General de la Armada de las Molucas, debió sospechar que algo se estaba tramando…porque sólo dos de sus capitanes asistieron a la misa y ambos acudieron a almorzar con él, uno de ellos era el Capitán Mezquita, familiar de Magallanes. Los restantes no presentaron excusas ni explicaciones. Sólo no asistieron. Esta situación debió alertar a Magallanes sobre la veracidad de los rumores que le soplaron al oído en España poco antes del zarpe de los navíos, referidos a un posible motín propiciado por Cartagena.
El Motín
Durante la noche de ese día, Juan de Cartagena, junto a Gaspar de Quezada y el capitán de la Victoria, Luis de Mendoza, además del Contador de la expedición, Antonio de Coca, el Maestre Sebastián Elcano y el Capellán Pedro Sánchez de la Reina, más una cantidad de conjurados que totalizaban unas 40 personas, se dirigieron en bote desde la Concepción a la San Antonio a la que subieron sigilosamente amparados por las sombras de la noche, y una vez en la cubierta del barco, avanzaron con espadas y cuchillos desenvainados hacia la cámara donde dormía plácidamente el capitán Mezquita, totalmente inocente de los acontecimientos que se venían encima. Lo redujeron fácilmente y lo apresaron con grillos en ambas muñecas. Seguidamente hicieron lo mismo con el piloto de la nave Juan Rodríguez de Mafra y trajeron al Maestro Sebastián Elcano para comunicarle que él quedaba al mando de la San Antonio, por orden del Rey, lo que aceptó al parecer de buen agrado. Ante el alboroto desatado acudió el Maestre de la San Antonio, Juan de Elorriaga, quien al ver que tenían engrillado al Capitán Mezquita, los enfrentó airadamente a lo cual Gaspar de Quezada, que tenía la espada desenvainada lo agredió apuñalándolo en el cuello. Elorriaga se desplomó a causa de la gravedad de la herida inferida, la que le causó la muerte. Así la San Antonio quedó en poder de los amotinados.
La idea de Cartagena era impedir el desplazamiento de la Trinidad, que comandaba Magallanes, bloquear la salida de la bahía e inmovilizar al Capitán General al día siguiente para luego tomar el mando de la Armada y regresar sin más dilación a España, dejando hasta allí la búsqueda del pasadizo interoceánico y el sueño de alcanzar las Islas de las Especias, que era el motivo final de la expedición.
Mapamundi que señala el derrotero de Hernando de Magallanes en la primera vuelta al mundo de la historia.
El Plan de Magallanes
Sin embargo, ya sea porque Magallanes sospechó los movimientos del motín o bien porque de algún modo alguien lo alertó sobre lo que estaba sucediendo en la San Antonio, el Capitán General urdió rápidamente un plan esa misma noche, que llevó a cabo en la madrugada del día siguiente. En efecto, envió un par de emisarios con una carta dirigida al capitán de la Victoria Luis de Mendoza, con la orden expresa de apresarlo y reducirlo en cuanto diera la oportunidad. En efecto, el emisario Alguacil Gonzalo Gómez de Espinoza llegó a la cámara de Mendoza y mientras leía la carta y se mofaba de la misma, Gómez de Espinoza lo apuñaló en la garganta y lo hirió de muerte. Al mismo tiempo, otro grupo de hombres leales a Magallanes tomó a la Victoria por asalto, inmovilizando al resto de la tripulación que- sorprendida- poco o nada sabían de la situación. Controlada la Victoria, levaron anclas y se dirigieron a flanquear a la Trinidad, para que , junto a la Santiago, impidieran el escape de las otras dos naves amotinadas.
Encerrada quedaba la San Antonio, que contaba con una mejor artillería que la Trinidad y la Victoria. En seguida, Magallanes dio orden de cargar uno de los cañones de la Trinidad y abrir fuego contra la obra muerta de la San Antonio, que con el estruendo y el susto desencadenado entre sus tripulantes, fueron fácil presa del destacamento de hombres fieles a Magallanes que abordó el navío y redujo a sus ocupantes amotinados. Quedaba la Concepción, navío que estaba en poder de Juan de Cartagena y de sus demás secuaces. Ante el rápido giro que tomaron los acontecimientos, Cartagena sólo tuvo que rendirse ante el destacamento armado que abordó al navío amotinado.
Presos los cabecillas, engrillados y encarcelados sólo restaba efectuar el Juicio correspondiente para dilucidar el tipo y naturaleza de las sanciones que recibiría cada uno de ellos, habida cuenta que –si hubiera tenido éxito el motín- hasta ahí habría quedado la empresa, no se habría continuado con los descubrimientos de rutas y tierras y no se había logrado el objetivo de alcanzar las Islas de las Especias por la ruta de Occidente.
El Juicio
Magallanes reunió en seguida a todos los capitanes y Maestres leales al Capitán General para someter a juicio a los amotinados. El primero en ser condenado fue Gaspar de Quezada, el más rufián de los sublevados. Por haber dado muerte al Maestre Juan de Elorriaga, Gaspar de Quezada fue condenado a muerte y ejecutado de inmediato.
A Juan de Cartagena, se le perdonó la vida sólo por haber sido designado por el Rey, pero fue decisión unánime que el castigo que merecía era el destierro. Todos estuvieron de acuerdo que Cartagena debería ser abandonado a su suerte en ese lugar inhóspito, frío, yermo y lejano, sólo poblado ocasionalmente por aquellos salvajes semi desnudos, primitivos, de hablar gutural, con los cuales era imposible comunicarse. Se le dejaría abandonado allí en el momento en que las naves hubieran de partir hacia el sur para continuar su derrotero. La misma pena se decidió para el Capellán Pedro Sánchez de la Reina, quien -a la luz de los antecedentes ventilados en el juicio- tuvo una importante participación en la rebelión.
A Sebastián Elcano se le perdonó la vida pero se le degradó a efectuar trabajos forzados y a cumplir las labores más sucias y viles de la empresa.
Dos hombres abandonados a su suerte
Llegó el mes de Agosto de 1520 y se dio por terminada la invernada. Los hombres se prepararon para una nueva singladura hacia el sur. Antes de partir, un bote a remos con un mínimo destacamento marinero, llevó a tierra y dejó en la playa a los dos prisioneros y cabecillas del motín: Cartagena y el clérigo Pedro Sánchez de la Reina, con el mínimo de elementos de sobrevivencia. Los marineros regresaron a sus respectivas carabelas. Se izaron las velas, se levaron las anclas y en medio de la emoción, de una bonanza primaveral, más un viento favorable, una a una las naves fueron saliendo lentamente de la bahía. Al mirar atrás, dos puntos vivientes en la playa lejana, fueron empequeñeciéndose hasta desaparecer completamente ocultos tras la niebla matinal. Así se cumplía la sanción para los amotinados. De los desterrados nunca más se supo. Era el 24 de Agosto de 1520. La Armada partió hacia el Sur sin sospechar lo que les deparaba el destino. El destino fue el descubrimiento del anhelado pasaje marítimo entre los dos grandes océanos, que permitió a la Armada de las Molucas – entre penas y alegrías- descubrir y transitar el gran Estrecho, que se llamó originalmente Estrecho de Todos los Santos pero que la posteridad y la justicia le dieron el nombre de Estrecho de Hernando de Magallanes, o simplemente Estrecho de Magallanes, como rezan las Cartas de Navegación actuales.
Un logro crucial y la muerte de Magallanes
Se mantuvieron transitando de un puerto a otro por este gran Estrecho, durante más de un mes, entre el 21 de Octubre y el 28 de Noviembre de 1520 para salir finalmente al gran océano que Magallanes llamó Mar Pacífico, por la aparente tranquilidad de sus aguas. Después de transitar hacia el Norte, llevados por la Corriente de Humboldt y por los vientos del Sur, en busca de aires y aguas más cálidas, dieron velas hacia el Oeste, a la altura de la línea ecuatorial llevados por los vientos constantes de aquellas latitudes hasta alcanzar las Islas de las Especias, en una de las cuales hubo un ataque de los nativos como resultado del cual murieron varios hombres, incluyendo a Magallanes.
Sebastián Elcano: el héroe de la Victoria
La expedición tuvo que continuar, con la tripulación diezmada. Las condiciones extremas fueron cobrando vidas progresivamente. Con muchas peripecias se logró trasponer el extremo sur del continente africano y al cabo de poco más de 2 años, sólo una de las naves, la Victoria, con 18 sobrevivientes a bordo, incluido Pigafetta, arribaron al Puerto de San Lucar de Barrameda, con las bodegas cargadas de mercaderías muy valiosas: las apetecidas especias. A la muerte del Capitán General y a las sucesivas bajas de los marineros y oficiales, ahora la nave sobreviviente venía bajo el mando de Juan Sebastián Elcano, uno de los amotinados en la Bahía de San Julián, al que Magallanes le había perdonado la vida. Con el paso de los meses y a la luz de los nuevos descubrimientos y avances en la navegación, la sanción tan drástica inicial le fue conmutada y -a la postre- su capacidad como Maestre, su experiencia en la conducción de los navíos, sus antecedentes, y su extraordinaria resistencia física, lo llevaron a sobrevivir esa terrible travesía y a ser –junto con Magallanes- uno de los más afamados héroes de esta expedición.
De: Jose Antonio Garnham
Date: vie, 23 dic 2022 a las 11:58
Subject: RE: El Motín de la Bahía de San Julián
To: Medardo Urbina BurgosEstimado Dr. Urbina,
Muchas gracias por el envío de esta monografía acerca de lo que ocurrió en la bahía de San Julián en las cercanías del estrecho bioceánico que después Hernando de Magallanes descubriría dejando ahí su nombre para siempre. Los Juan de Cartagenas siempre existirán en la historia del hombre. Siempre menoscabando el trabajo histórico de los aventureros quien son los que imaginan, descubren, innovan, creando, dando un paso adelante con valentía. Lo malo es que los que los siguen siempre se las arreglan para salir impunes. Interesante nota la de como este continente lleva el nombre de America. También la que nos explica que Magallanes venia con información sobre el estrecho dada por Américo Vespucio. Quizás esté la obtuvo secretamente con alguien del Vaticano donde fueron a parar los mapas de la expedición china de 1421 (?)
He leído el recuento de Antonio Pigafetta mas de una vez. Que extraordinaria ocurrencia tuvo de escribir un diario de la expedición de Magallanes y hacerlo en forma tan amena.
Un verdadero placer estar en contacto con usted y la editorial Okeldan.
Aprovecho la ocasión para desearle a usted y su familia una feliz Navidad y lo mejor para el próximo año.
Jose Antonio Garnham