Ya decíamos que la llegada del joven Neruda a Santiago, en 1921, debe haberle cambiado significativamente la vida --la vida de joven provinciano que había llevado hasta entonces-- y, muy particularmente, su visión de mundo al entrar en contacto con una multitud de muchachos que igual que él hacían esfuerzos por ganarse un lugar en la literatura y las demás artes, amparados o incentivados, tal vez, por tener muy a la mano la presencia de los autores más importantes del panorama artístico chileno de ese tiempo.
Neruda, que ya había adoptado ese seudónimo el año anterior llevaba como carta de presentación sus poemas, sus publicaciones en diarios y varios premios ganados en concursos de poesía por aquí y por allá. Por lo tanto, cuando el joven Neruda llegó a la capital ya contaba con un pequeño capital para apoyar sus sueños literarios.
Asentado en la ciudad el joven Neruda continúa escribiendo poesía, en octubre de 1921 gana el obtiene el primer premio en el Concurso de la Federación de Estudiantes de Chile por su poema «La canción de la fiesta», que es publicado en la revista Juventud, de la Federación de Estudiantes; en 1922 comienza a colaborar en la revista Claridad, órgano oficial de la Federación de Estudiantes, y en agosto de 1923 la primera edición de Crepusculario es publicada por Ediciones Claridad, con lo cual ya puede considerarse un poeta de pantalones largos.
Pero no todo es poesía que su crecimiento como autor también le pide dar cuenta de sus lecturas, de sus gustos y sus afectos. De modo que nuestro joven autor dedica algo de su tiempo a la escritura de reseñas y crítica literaria. La revista Claridad le publicará 42 artículos de ese tipo, todos firmados con el seudónimo Sachka.
Amistad y crítica literaria
Uno de sus primeros artículos de crítica literaria publicados en Claridad fue una reseña dedicada a dos libros de dos autores jóvenes conocidos por él, particularmente uno de ellos, su Rubén Azócar, quien empezaba a hacer sus primeras armas en la poesía y que en 1925 le pediría acompañarlo a Ancud tras conseguir un puesto de profesor de castellano en esa ciudad.
La reseña, que se titula “La puerta” por Rubén Azócar. “Barco ebrio” por Salvador Reyes, y fue publicada en el número 95 de Claridad, el 7 de julio de 1923, un mes antes de la publicación de Crepusculario, dice lo siguiente:
He aquí dos libros paralelos. He aquí una misma inquietud llevada a un mismo cruce de caminos, hasta el necesario vértice en que se apartan sus diferencias. Si por el uno corre un alado apartamiento de las cosas de aquí, y son velámenes y arañadas jarcias sus símbolos, corre por el otro un oscuro sentido de las cosas usuales, figurado y definido en el nervioso verso que a ambos pertenece. Al que mayores virtudes amparan, más grandes defectos aminoran. Digo de “La puerta” que es el más profundo de los dos. Azócar sorprende más abiertamente el gesto trágico de la vida: yo sé que detrás de todo estrellean los signos de la poesía, y quien revele sólo los más escondidos será quien los revele todos. Reyes es más inquieto que el otro en el tema y en la palabra. Horizonte de mar y escogidas frases de indolencia y elegancia. Más ligero, tal vez, más sorprendente: sus fisuras despuntan en cada verso, acechan en los fines de estrofa, saltan a los ojos, corren. Mayor arte, en éste, del arreglo, mayor esfuerzo en el otro y mayor sed del agua de las cosas trascendentes, de esa agua que al humedecer eterniza. (OC IV, 314-15)
La constante práctica de escritura ha ido moldeando y definiendo la palabra del joven poeta-crítico universitario. Día a día va consiguiendo decir más y llegando más hondo en la mirada de los textos de sus coetáneos con menos palabras. La mirada crítica cuaja y sintetiza como muestra esta reseña nada extensa que le permite al crítico confrontar dos poemarios para descubrir en ellos con agudeza de joven poeta-lector lo que vuela y lo que queda en tierra a causa de sus propias falencias.
Así nos dice que mientras por el uno corre un alado apartamiento de las cosas de aquí, por el otro corre un oscuro sentido de las cosas usuales. Ambos también muestran los altibajos tan propios del poeta principiante. Según comenta el reseñador: Al que mayores virtudes amparan, más grandes defectos aminoran. Y agrega: Digo de “La puerta” que es el más profundo de los dos. Azócar sorprende más abiertamente el gesto trágico de la vida: yo sé que detrás de todo estrellean los signos de la poesía, y quien revele sólo los más escondidos será quien los revele todos. Y es aquí donde el joven crítico da cuenta de que la poesía es siempre un preciosos tesoro escondido que todos tienen el derecho a buscar y hasta acercarse y creerse que la tienen en sus manos. Pero según Neruda, eso no es asunto tan fácil.
Reyes –continúa la reseña-- es más inquieto que el otro en el tema y en la palabra. Horizonte de mar y escogidas frases de indolencia y elegancia. Más ligero, tal vez, más sorprendente: sus fisuras despuntan en cada verso, acechan en los fines de estrofa, saltan a los ojos, corren. Mayor arte, en éste, del arreglo, mayor esfuerzo en el otro y mayor sed del agua de las cosas trascendentes, de esa agua que al humedecer eterniza.
Lo que a uno le sobra le falta al otro. Según la reseña, en ninguno de los dos se dan los signos de la gran poesía, puesto que a ambos les falta “el gran viento que sacude y desgarra la última raíz y el más escondido designio. El gran latido, el vasto impulso, el número que integra las dimensiones permanentes. […] Ambos caminan por veredas angostas. Alcanzan su fin, poseen su clave, entierran sus flechas, ambos. Pero si rueda un trueno, aunque lejano, volvemos la cabeza. (Id, 315) Juventud y osadía
Qué confianza tan grande en sus juicios tenía el jovencísimo poeta que tan sólo dos años antes era un pálido estudiante de liceo en su ciudad sureña y lluviosa. Qué confianza y osadía mayores para dar cuenta por escrito su opinión que aunque justa podría sonar un tanto severa en ese momento. Por otro lado, se trataba de la opinión de un coetáneo y amigo un poquito menor que los autores reseñados, no de un crítico literario establecido como tal en las páginas de los diarios de grandes tiradas.
Pero valga decir, que la historia confirma que el joven crítico apuntó la vista y la palabra con afortunada exactitud. Hasta entonces, Rubén Azócar --entre otras cosas hermano de Albertina, quien será una de las musas de los Veinte poemas de amor y una canción desesperada— había publicado Salterio lírico en 1920, y La puerta (1923), que es precisamente el libro comentado y en 1931 publicaría una antología titulada La poesía chilena moderna. Sin embargo, su título más conocido llegará a ser la novela Gente en la isla (1938), por la cual recibirá el premio Municipal de Novela el año 1939, y que para Neruda era una de las mejores novelas chilenas.
Tampoco se equivocó en su juicio sobre Salvador Reyes, quien obtendría el Premio Nacional de Literatura en 1967. Sin embargo, tal distinción no se la debió particularmente a su poesía sino a su obra narrativa. Baste decir que tras la publicación de Barco ebrio --de igual título que el famoso poema de Arthur Rimbaud, Le Bateau ivre (1871) en el original francés- -reseñada por Neruda, sólo encontramos un poemario más, Las mareas del sur (1930), en su extensa bibliografía compuesta por, al menos, dieciocho libros de narrativa, entre novelas, cuentos y crónicas.
Carlos Trujillo
Villanova University
Havertown,
18 de marzo de 2013