En conmemoración de los cuarenta años del fallecimiento de nuestro Premio Nobel de Literatura, el poeta Pablo Neruda, me parece importante dedicar por lo menos una breve serie de notas al recuerdo de su obra y a la valoración de su imagen como poeta, ciudadano y figura pública ejemplar en muchísimos sentidos.
Cuando uno dice, quiero escribir algo sobre Pablo Neruda, casi todo el mundo piensa “qué podrá decir éste que no se haya dicho.” Y con tanto que se ha dicho y tras tantos miles de páginas escritas sobre él en todo el planeta pudiera parecer que tal aseveración tiene mucho sentido. ¿Qué decir de alguien de quien tanto se ha dicho y escrito? ¿Qué decir de él que no suene mil veces repetido? Hasta que nos cae la teja que tanto nunca ha sido ni será sinónimo de todo; mucho menos cuando se trata de una figura tan grande y de tantas facetas.
Interesado desde siempre en la obra de nuestro poeta, hace unos años caí en la última edición de sus Obras Completas en cinco volúmenes, hecha por Hernán Loyola, y publicada por Galaxia Gutenberg. En el volumen IV titulado “Nerudiana dispersa I.” que abarca sus escritos ‘dispersos’ de los años 1915 a 1964, me encontré con numerosísimos prólogos, catálogos y otros textos que el poeta escribió para mostrar, difundir y promover las creaciones de otros autores (poetas, novelistas, pintores) de su tiempo, algunos de ellos de escasa figuración y mínima trascendencia, pero que el poeta con una generosidad bastante rara en el campo de las artes, consideró que necesitaban un empujoncito de aliento para llegar a su público, y que él estaba dispuesto a dárselos.
Y no se piense que esta muestra de talento crítico y de generosidad surgió en él en sus años de madurez o que Neruda comenzó a realizar esta labor cuando ya era un poeta hecho y derecho y una voz de gran peso en el panorama literario y artístico de nuestro país. Ni tampoco se piense que eso habría significado una gran diferencia temporal, puesto que sus Veinte poemas de amor y una canción desesperada que lo transformaron en el poeta más leído de Chile en los años siguientes a su publicación, apareció en su primera edición en 1924, cuando el poeta recién cumplía veinte años de edad. Y hay que recordar que un año antes había entregado a sus lectores su inicial Crepusculario, que entre sus muchos poemas contiene el famosísimo “Farewell” que según el propio poeta era poema favorito para recitar tanto en los grandes salones de la sociedad como en los prostíbulos de nuestra larga patria. Qué lector de nuestro Nobel no recordará inmediatamente esos cadenciosos versos que cantando como un arroyo suave entre las ramas nos dicen: “Desde el fondo de ti y arrodillado/ un niño triste como yo nos mira./ Por esa vida que arderá en sus venas/ tendrían que amarrarse nuestras vidas.”
Pero no fue en 1923, ni tuvo que esperar hasta su llegada a Santiago ni el inicio de sus estudios nunca acabados de Pedagogía en Francés cuando el jovencísimo poeta tuvo la generosa y humanísima iniciativa de mostrar a los lectores de la prensa temuquense y santiaguina el trabajo de sus coetáneos, de otros muchachos tan jóvenes y tan desconocidos como él, para que otros ojos y otras mentes se enteraran de su existencia y valoraran esos talentos. Para que se enteraran todos a quienes llegaran sus escritos de que había jóvenes creando, entregando sus poemas, sus cuentos, sus novelas, sus pinturas y sus revistas a un público que los desconocía por completo.
La edición de la revista Juventud, publicada en Santiago, correspondiente a los meses de septiembre y octubre de 1921, publicó un poema suyo titulado “A los poetas de Chile,” en el que hacía un llamado a todos los poetas de la patria para que levanten su voz contra la injusticia del apresamiento de Joaquín Cifuentes Sepúlveda, llamando a los jueces a dar la libertad a su amigo poeta, recordado en la bohemia santiaguina como “El Ratón Agudo.” ¿Qué edad tenía entonces Pablo Neruda? Nada más que diecisiete años. Y estaba comenzando a cursar su primer año como estudiante universitario en Santiago.
Pero no se quedan ni empiezan allí las muestras de solidaridad y generosidad del joven poeta, que el 30 de septiembre de 1919, cuando sólo contaba con quince años y asistía a ese liceo ubicado en las faldas del Ñielol, que hoy lleva su nombre, había publicado su nota titulada “La exposición Oyarce,” en el diario La Mañana, de Temuco, en la que la amistad no le impide su deseo de mostrar objetividad frente al trabajo del amigo: “Indudablemente tiene aciertos, dibujos que son una demostración de su capacidad artística, dibujos que ejecutados bajo la influencia directa de Valenzuela y Meléndez, nuestros dibujantes de avanzada, tienen mucho de acabada perfección; pero hay otros que nos dan inmediatamente la sensación de mal gusto, de extremada confusión en las imágenes y de errores indudables en la técnica.” (OC IV, 245)
El 29 de diciembre del mismo año, ese muchachito de tan sólo quince años de edad llega a los lectores de La Mañana con una nota titulada “’Y dolor, dolor, dolor…’ poemas de F. García Oldini.” ¿Quién sabe hoy quién fue aquel Fernando García Oldini? Y, de verdad, poco importa saber quién fue, cuando lo verdaderamente importante en este caso es el reconocimiento de un valor extraordinario y siempre presente en la vida de Neruda desde su más tierna adolescencia hasta sus días finales, ya transformado en un ícono vivo de la poesía y la cultura chilena y latinoamericana: su generosidad a toda prueba.
El 27 de abril de 1920, todavía estudiante liceano en Temuco, el diario La Mañana, publica su artículo “Un recuerdo de ‘Selva austral’: E. Silva Román” en el que da cuenta de la tesonera labor de un muchacho como él en ese pueblo pequeño, que es el suyo, donde parece no haber cabida para los espíritus jóvenes ni para los nuevos aires que estos quieren empujar y difundir para ablandar la rigidez de esa sociedad y sus pensamientos anticuados.
“Y dolor, dolor, dolor…”
A los quince años, el joven Neftalí Reyes, que así firmaba en esos días, comenta en el diario La Mañana, de Temuco, el libro titulado Y dolor, dolor, dolor, de F. García Oldini, un poeta de quien pocos deben haber oído. ¿Y qué es lo que dice el joven Neftalí de tal libro? Nada más ni nada menos que lo cito más abajo casi en su totalidad:
Ha sido latido recio, hondo de emociones inhalladas el que me sorprendió en la lectura de este libro. Pasan por sus poemas las filtraciones venenosas del dolor y de la duda en un desgajamiento de musicalidades firmes y vibrantes, a veces inundadas por la fiebre de la sensualidad o de la obsesión, pero hechas quizás en qué divinos torrentes de luz, plasmadas en admirables gritos líricos.
Me he acordado amargamente de algunos seudo-críticos que sin comprender el inmenso pedazo de belleza que se abre en este libro, lo han ridiculizado estúpidamente.
Y después de haber leído esos trozos en que hasta se ha llegado a deformar y agregar palabras ridiculizantes a los versos de García Oldini, he vuelto a leer serenamente el libro.
Pero ha sido la misma sensación única, he sentido de nuevo este mismo aroma hecho de espasmos de dolor o duda que vibra en todos los poemas, que se hace suavidades de seda dolorosa en la “Sinfonía desolada” y asperezas de tierra sensitiva y humana en los “Versos de la fiebre”.
Como dijo González Vera, estos versos no se parecen a los de ningún otro poeta. Y porque son únicos, y porque están tan hondamente ungidos en los ritos estrujantes del dolor, llegan y aletean adentro de nosotros y vibran, y vibran…
Pecará de exigente quien quiera encontrar en esta reseña escrita por Neftalí Reyes una palabra propia y consolidada, y más aún quien quiera ver en este texto el pensamiento de un crítico literario, ávido navegante de océanos de teorías. Nada de eso debe buscarse en esta emotiva reseña escrita por el jovencísimo poeta, pero esto no significa que no encontremos en su texto buenas muestras de lo que era su escritura de esos días, de sus influencias más marcadas en ese momento, y de su deseo de promover a los demás poetas que por entonces habitaban ese pequeño trozo de mundo.
¡Cuánto de mistraliano hay en este texto! Escribe: “Ha sido latido recio, hondo de emociones inhalladas” y nos suena a algo de Mistral, quien por esos días se encontraba en Temuco como Directora del Liceo de Niñas. No menos mistraliano suena: “Pasan por sus poemas las filtraciones venenosas del dolor y de la duda en un desgajamiento de musicalidades firmes y vibrantes, a veces inundadas por la fiebre de la sensualidad o de la obsesión, pero hechas quizás en qué divinos torrentes de luz…” ¿Y esto le quita algo a la grandeza futura del poeta? Por supuesto que no le quita nada y, muy por el contrario, le suma, puesto que para un principiante en cualquier oficio no hay nada más productivo que crecer bajo la tutela de un buen maestro.
Pero no nos quedemos en las cercanías del lenguaje del muchachito Neftalí Reyes con el de la poetisa y maestra Gabriela Mistral, puesto que si no completamente ciegos, seríamos, por lo menos, desafortunadamente parciales y cegatones. El joven Neftalí de apenas 16 años muestra una inusitada seguridad en sus juicios cuando dice. “Me he acordado amargamente de algunos seudo-críticos que sin comprender el inmenso pedazo de belleza que se abre en este libro, lo han ridiculizado estúpidamente.” Aquí vemos que no sólo defiende el valor del libro y de su autor sino que demuestra no tener ningún temor a encararse a las voces oficiales que han ridiculizado a García Oldini, dando cuenta que al leer las diatribas que se habían escrito contra su libro, decidió leerlo serenamente, una vez más, y entonces dice: “… ha sido la misma sensación única, he sentido de nuevo este mismo aroma hecho de espasmos de dolor o duda que vibra en todos los poemas, que se hace suavidades de seda dolorosa en la “Sinfonía desolada” y asperezas de tierra sensitiva y humana en los “Versos de la fiebre”.”
Y como joven que es, busca el apoyo de una voz establecida en las letras nacionales para confirmar su impresión positiva del libro, escribe: “Como dijo González Vera, estos versos no se parecen a los de ningún otro poeta. Y porque son únicos, y porque están tan hondamente ungidos en los ritos estrujantes del dolor, llegan y aletean adentro de nosotros y vibran, y vibran…”
Así, a la hora de buscar qué facetas nuevas y poco conocidas o estudiadas se puede encontrar en la vida y la gigantesca obra de Neruda, nos vamos dando cuenta de que no hay que escarbar mucho para ir encontrando piedrecitas preciosas a lo largo de toda su vida y de toda su obra escrita. Por lo mismo, continuaré esta serie con otros escritos del poeta en los que da muestras de su solidaridad, amistad y generosidad sin por ello perder el rumbo de que hay que decir lo que haya que decir, sin exagerar los aciertos ni minimizar u ocultar los errores del amigo, que ésa es la única manera de crecer y de crecer juntos.
Carlos Trujillo
Villanova University
Havertown, 10 de marzo de 2013