Siempre a la hora del mediodía, un violinista, bastante anciano, se instalaba en la entrada del mall. Decían, que antes tocaba en una orquesta famosa, pero ya, la vida tiene sus vueltas. La gente se aglomeraba a su rededor. Por unos momentos, en medio de esta vorágine urbana, se sentían trasladados a un lugar mágico. Al rato los transeúntes seguían su camino. Algunos dejaron una monedita y se olvidaron rápidamente del músico.
Un día el anciano estaba ahí, ya no tenía su violín. Contó, que se lo robaron; dijo sonriendo: - no importa, aún sé cantar.-
Hildegard Rasch