ANTOLOGIA POETICA-LITERARIA
SOCIEDAD DE ESCRITORES SAN PEDRO DE LA PAZ (2008)
Por Medardo Urbina Burgos.
Ella no puede ocultar su alegría. Lo dice y repite en más de alguno de los párrafos, y agrega; “es como ver nacer un hijo” que es en realidad su segundo hijo, pues ésta es la Segunda Antología de escritores de San Pedro de la Paz que ella ha elaborado con el tesón que siempre se le reconoce. No ha escatimado esfuerzos para reunir a 20 nombres con sus respectivos trabajos, en una selección hermosa y trascendente. Nos referimos al trabajo de Rocío L”Amar, Presidente de la Sociedad de Escritores de San Pedro de la Paz.
Ella ha buscado en libros antiguos y modernos, en papeles amarillentos, en bibliotecas, en apuntes personales olvidados, en vestigios de alguna escritura hecha como por un descuido a veces, tratando de rescatar lo mejor de aquí y allá, y ha seleccionado 20 nombres y a cada uno de ellos le ha dado el mismo espacio para expresar sus ideas –todos por parejo, sin preferencias odiosas- configurando un trabajo maduro y trascendente, hermoso y expresivo, luminoso, vivo, lleno de luces y sombras, y también de colores, ideas geniales y locuras, de aquellas que acostumbran a manejar los artistas.
No ha olvidado ella en esta nómina a varios de los escritores y poetas ya desaparecidos, no por el Golpe Militar, sino por el golpe de la vida y de la muerte. Ellos, que algún día fueron parte de este grupo, también están en esta antología, aún contando sus alegrías, sus penas, sus pareceres y sensibilidades en este compendio. Tienen también su espacio Eugenio García, René Soto, Homero Van Camps, y Aída Aguilera. Esta inclusión póstuma es un homenaje y otra de las demostraciones de equidad y calidad humana de Rocío L”Amar: la que no olvida.
Se incluyen en esta hermosa obra los siguientes autores:
1. Berta Ramírez.
2. Carlos Jaramillo Jaramillo
3. Lucía Corti Cortés
4. Ester Zapata Salamanca
5. Manuel Muñoz Astudillo
6. Medardo Urbina Burgos
7. Mireya Rojas Reyes
8. Remigio Chamorro
9. Luis Alberto Flores Fernández
10. Víctor Hugo Pérez Carús
11. Juan Pedro Miranda
12. Aida Ester Mora
13. Nicanor Rodríguez.
14. Alfonso Esteba Jerez Jerez.
15. Rosa Pastenes Valladares
16. Eduardo Soto Flores.
17. Rosa Elena Sáez
18. Jordi Artigas i Coch
19. Rocío L”Amar
20.
Berta Ramírez, vuelve a estar enamorada, ríe, baila, se enloquece en este nuevo amor que la hace subir a la luna por uno de sus rayos en aquella noche veraniega palpitante, que eterniza para sus lectores en el primero de sus poemas.
Carlos Jaramillo, estremece con su Perro Siberiano, un cachorro tímido que llegó a casa cuando más se lo necesitaba. Él, falto de amor, y ellos, la familia, con el vacío dejado por dos pérdidas del alma. El perro y los humanos unificados al mismo nivel, unos y otros unidos por un amor que a todos nos hace felices y nos simplifica. Y Su “Último regalo de Navidad” sobrecoge hasta lo más profundo de los corazones, estremece y provoca más de alguna lágrima silenciosa. Su lectura es imperdible.
Lucía Corti Cortés, dotada de un gran historial literario y de celebradas participaciones en series de periodismo muy aplaudidas, en viajes por medio mundo y cuenta con el reconocimiento como autora en la Enciclopedia Mundial de Biografías. Es sintética en sus escritos, son como golpes de granizo cuando se desparraman por la pampa en una noche de invierno:” Truenos y lluvia, luego viento en las nubes y oro en las charcas. Luego ríe y alegra en este simple verso:” Mi jardín crece…hoy día hubo fiesta…de mariposas”. O este Atardecer: “Mi proa va cortando, hilos de oro. Hay viento en el lago”.
Ester Zapata Salamanca, enternece hasta las lágrimas con su emotiva historia de Angelita, La Pequeña Huérfana, recorre los corazones solitarios, asolados por las ventiscas de la vida, recoge escombros de seres humanos y los rejunta, los ordena y los rehace como a los muñecos de barro, y ella, como un Dios, le da soplo de vida y le otorga voz y respiro, y ojos que brillan y labios que ríen en el festín de la vida, de esa vida que era antes de otros y a la que no había ninguna esperanza de entrar, pero Angelita entra a ella gracias a manos y corazones piadosos y devuelve a esos padres adoptivos toda la felicidad que ella misma no creía capaz de dar a ese hogar que la adoptó como su más querida hija. Su historia estremece y enternece hasta las lágrimas.
Manuel Muñoz Astudillo, es el vocero del amor perdido, de aquella mujer que no regresa y que deja silencios y oscuras ausencias en el alma de este poeta. Desgarra las horas verdes y mustias de la selva amazónica, añora el trópico en Colombia y su furia la vierte en el deseo de un guerrillero que ¡jura! unirse a Al Kaeda para morir- dolido por el amor frustrado y ausente- por una causa que valga la pena, cualquiera, no importa, pero parece morir de rabia con la amargura del desamor.
“Nunca viniste a este lado del paraíso
Mi calle era de adoquines
Las tejas lloraban Agostos
Y una pelota
Golpeaba mi ventana
Ahuyentando los versos
Del poema
Que nunca llegó al cuaderno
Por eso no viniste
Pero mi nombre saldrá en los diarios
Cuando sepan que he muerto
En la selva colombiana
A donde me he ido a combatir la oligarquía
Y a matar tu recuerdo.
Medardo Urbina Burgos, hasta ahora un autor desconocido, del que muy poco me atrevería a decir por el temor de develar ocultos secretos literarios que él mismo me lanzaría a la cara mirándome frente a frente furibundo. Sólo diré que en esta antología habla de dos recuerdos infantiles en un lejano puerto de la Isla de Chiloé donde nació. El Trencito de Chiloé y El Rehén, se titulan dos pequeños relatos, más un fragmento de un capítulo llamado Una Caverna en Talcán, una de las islas del Archipiélago de las Desertores, acerca de las cuales tiene en prensa un libro. Sólo diré que su yo íntimo está plagado de lluvias, ventiscas, verdes bosques impenetrables, aromas de luche, cochayuyo, cholgas secas y del laurel, los alerces y los cipreses de los bosques chilotes. Exuda ese humor a agua cuando habla y las islas, una a una se dispersan como estrellas por sus ojos cuando él habla de su querido archipiélago, plagado de la magia de baudas, brujos, pincoyas, machuchos, traucos, fiuras, butamachos y otros innumerables entes mitológicos que pueblan las oscuridades de esas islas.
Mireya Rojas Reyes. El Otoño vive en ella, en cada fibra de su cuerpo de su alma, se viste de hojas pardas y rojas, y rompe el silencio nostálgico de los bosques pisando las hojas secas y crujientes. Pero las pisa sola, camina sola por los otoños de su vida, añorando, gritando en silencio la ausencia del ser querido que –tal parece- nunca volvió para presenciar la muerte a la que ella lo invita, pero le promete dejarlo del otro lado, pues es sólo ella la que parte, silenciosa, nostálgica y triste, llevándose los colores del Otoño.
“Quiero morir en Otoño
Para llevarme
El esplendor de la vida
El amarillo y rojo del arce
El susurro del viento en mi ventana
El rumor de las hojas
Que nunca pisé contigo
Las primeras lluvias
Que lavan la cara del tiempo
Las estrellas
Con que cubriste mi frente
…y el beso.
Quiero morir en Otoño
Dame tu mano
Acompáñame a esperar su llegada
No temas
Te dejaré de este lado
Seré yo la que parta
A prepararlo todo
Hasta mañana.
Es tan leve
El equipaje del amor
Que cabe en un suspiro
Y puede acomodarse
En el ala de una golondrina
Que al emigrar
Lo llevará al sol
Para fortalecerlo
Tomaré del ruiseñor sus trinos
Del arcoíris sus colores
De tu sonrisa la ternura
Y me construiré el mañana.
Remigio Chamorro, Periodista de conocidos medios de comunicación locales, galardonado con varios premios y reconocimientos a su labor profesional, hace en esta antología varias reseñas referidas a la Radio, a los diarios, a la Televisión, a numerosos personajes que hicieron cumbre en las noticias, a directores de emisoras y de órganos de prensa locales y nacionales
Luis Alberto Flores Fernández. Desnuda su yo ante nosotros, ansía, vive, reclama, busca desesperadamente la ilusión de ese amor imaginario producto de una noche de juerga y de un vino, que –al final de todo- ha tenido que tomarlo solo. Ausentes los amigos de jarana, mientras muere una noche de jolgorio, regresa deshecho y balbuceante tras ese amor nacido en etanol. El canto al yo, repercute en todas sus estrofas en un intento vano de rescatar su identidad entre el efluvio y el vaho pestilente del biling[ue mosto: blanco y tinto.
Cuando pases por mi casa
Baja la voz
Y podrás escuchar mi canto
Aquel que brota de las piedras
Que emana de las aguas
Dormido en las estrellas
De la última noche de mi vida.
Cuando pases por mi casa
¡detente!
Y sentirás el respiro de mi muerte
Que no es más que el camino de tu muerte
Cuando pases por mi casa
No pienses
Sólo escucha el silencio de tus pasos
Y verás mis huellas en tu rostro
Cuando pases por mi casa, no mires.
No lo intentes.
Sólo baja la voz y escucha mi canto
Y sólo entonces…podrás verme.
Víctor Hugo Pérez Carús, Del Norte viene Víctor, trayendo las piedras, pesadas y secas de los cerros que bordean el desierto. Polvo y sed trae en sus alforjas y aunque llegó un día a este sur lluvioso y verde, el gris y los tonos pardos de las quebradas muertas, vienen pegadas a su alma y por ellas canta, y saca su guitarra pétrea, para cantar recuerdos y atesorar la imagen de su viejo, de rostro surcado de grietas, arrugas y por ellas, el paso del desierto y sus arenales, en busca del filón imaginario que lo sacará-¡al fin! de la pobreza. Su palabra traduce el amor que Víctor profesa a su madre, aquella estrella hermosa que se fue apagando solitaria, para no contar a nadie su tormento. Le canta a su hijo, a su nieto que desde el primer día fue su cómplice y su amigo, por quien vive y muere, por quien ríe y llora, por quien atesora un futuro que añora hermoso y pleno.
“El rostro de mi viejo.
El rostro cansado de mi viejo, es la historia de su vida.
Vida que entregó a la mar,
Ahí en el muelle histórico de su Antofagasta dormida., y la otra, en la minería, allá en la generosa y a veces hostil Chuquicamata., en una diaria y noble disputa con el gélido viento de la pampa. Que se encarga de templar el temperamento de los hombres que acepta en sus dominios.,
Esas dos rutas trazaron un rumbo imborrable.
En el desierto y moldearon en cobre, la escultura de un hombre bueno.
La vida es posible verla en cada una de las arrugas de su cara. Es el libro no escrito de su biografía.
Los valles que cruzan su rostro son las dificultades del camino, y sus páginas… las historias en ellas guardadas.”
Juan Pedro Miranda, su voz traspone la Cordillera de los Andes, vuela sobre los macizos de la Cordillera de Darwin en Magallanes y se eleva más allá del pico Fitz-Roy, esquiva las Torres del Paine y aterriza en la Isla de Chiloé, allí viene a remover las cenizas de los recuerdos y escribe un hermoso libro que titula “Entre Barcos y Trenes”. Juan Pedro vive en Río Gallegos, República Argentina y a pesar de la lejanía, no olvida a sus compañeros de juegos infantiles, a Willy que era ciego, y a sus maestros, ni las diabluras vividas en torno a la Estación de Ferrocarriles de Castro ni al Puerto Libre. Tampoco olvida a los hombres y mujeres que fueron personajes en el pueblo en los años 60 del siglo XX. Pitío, el arreglador de ollas, sartenes y bacinicas, Cachureo, el soldador y “tapahuecos” del pueblo: La Perejil, hábil zurcidora de medias. El Negro Pará, alcohólico simpático y dicharachero: Pompeo, el que para vender sus últimos diarios, gritaba ¡La Guerra, La Guerra, se viene la guerra! Y quienes compraron el diario para leer tan interesante noticia, jamás encontraron ni la más mínima palabra referida a la guerra. Hilario, el ciego que recitaba encendidas alocuciones patrióticas en los 21 de Mayo o los 18 de Septiembre y Matequila, aquel que vendía ¡pejerreyes dulces! por el pueblo. Reviven con sus miserias, pobrezas, olvidos y silencios, con el abandono y mil enormes conflictos encerrados dentro de los canastos de mimbre que portaban por el pueblo, pregonando sus mercaderías, ensimismados, sufrientes, ajenos a la lluvia y la ventisca, dolientes ante el amor que nunca tuvieron en la vida y anhelantes de aquel calor de una estufa a leña que siempre les esperó, como hombres solos- en casa- apagada y fría.
Aída Ester Mora, anduvo en Linares, Chiloé, La Serena, caminó por los caminos de Machado: “hizo camino al andar” y de cada parte del terruño construyó poesías con las palabras. No tiene sueldo, ni come, pero trabaja como hormiga con el vano fin de “enderezar el viento”, aúna, integra, convoca y reúne a sus polluelos escritores y poetas, bajo sus cálidas alas de mamá y edita Artemisa, revista de Arte y Literatura en la que acoge hermosos experimentos de valores jóvenes.
La poesía provoca hambre
Algunos conocieron al poeta que vivía sin comer
La poesía lo mató
Enderezaba vientos.
Otros conocieron al poeta en plena dictadura
Reclamaba sueldo
Lo declararon loco
Más bien recibió bofetadas
De sorna e indiferencia.
Otros me conocieron a mí
Que no tengo sueldo, no como
Y sigo la faena de ayudar a enderezar el viento.
Nicanor Rodríguez.. Entre sus nietos Ramiro y Mateo, se mueve en sus versos, sueña, mira al cielo y desea, idílicas realidades para sus queridos nietos, palabra a palabra, va tejiendo ese futuro idílico e irreal, que al decir de Lastra, “sólo está en la imaginación de quienes lo desean”, pero sueña hermoso, entre calles de adoquines y polvorientas veredas de Lota, tapizadas del hollín del chinchorro que calienta los hogares, sufridos y humildes de mineros. Y mirando este tata Nicanor a sus hermosos nietos Ramiro y Mateo, pletóricos de salud y energía, grita ¡Viva la Vida!
Alfonso Esteban Jerez Jerez ¡Cómo compone, cómo van las palabras, saltando unas sobre otras, jugando alegres en el verso, para terminar armónicamente, casi geométrica o matemáticamente posando apenas sus pies en el suelo de la página! Armador y componedor delicado y culto, Jerez es el tejedor de sentimientos y alaborador de imágenes de múltiples sentidos, que vuelan y encajan dando a las palabras ritmo y sentimiento.
Cuando Vuelva.
Cuando vuelva a tu lado pedacito de cielo
Será eterna la luna y la fruta madura
Cantarán las cigarras nacidas de la tierra
Florecerán rosales sobre la roca impura.
Cuando vuelva a tu lado, las alondras al viento
Tejerán con sus alas un corsé de ternura
Las gaviotas viajeras rielarán en sus nidos
El manto de la espera y la dulce blancura.
Cuando vuelva a tu lado las velas de mi barca
Plegarán sus relingas arribando a tu puerto
Bajo un cielo azulado ondeará una bandera
Y la marcha del tiempo ya tendrá su alimento.
Cuando vuelva a tu lado un céfiro envolvente
Unirá nuestros cuerpos sin medir los espacios
Y las manos unidas danzarán esa ronda
Que convierte las piedras en pulidos topacios.
Rosa Pastene Valladares, vierte sus tristezas, solitaria, mirando el mundo a través de la ventana. La lluvia y el viento golpean el vidrio y el tic-tac del reloj es parte del paisaje. Las nubes pasan negras o blancas, o bordeadas de luz anaranjada. El atardecer cae lentamente en medio del silencio y los ojos que pasan se convierten en ríos. Su hermano, aquel hermano que ya no está, genera una sentida elegía cargada de nostalgias. La casa de madera, que impasible recibe la lluvia que la lava, el viento y los granizos del invierno o el sol quemante del verano, observa inmutable el paso de las horas en su entorno… y de las estaciones, sin moverse un ápice de su inalterable sitio.
Eduardo Soto Flores. Urde y teje las metáforas, las mezcla y funde con sentimientos puros o torbellinos de pasiones entre las cuadernas de una barca, el mar que oculta peces dorados o la lluvia que golpea furiosa el maderamen. Navegamos todos en un torbellino de silencios o de suspiros alados, sufrimos o gozamos entre luces y sombras sugerentes, sin encontrar jamás el pececito dorado, pero disfrutamos la belleza literaria de su búsqueda.
Esconde tus poemas que andinista
Recoge tu red de pescadora hambrienta
Repara sus hilos cortados
Que destrozaron susurros amanecidos
Encuentra la ruta ancha
Con tu energía perenne
Ordena que eleven el ancla de tu barca
Atracada en el vacío
Recorre con tu mirada las cuadernas
Que sostienen tu canto
Busca en el fondo azul el pez dorado.
Que va a tu encuentro
No uses el anzuelo
Aunque de platino sangrará tu boca
Sumérgete con él cada vez que sientas su llamado.
No será lo mismo que tus vuelos
No te cortarán tus alas
Volarás a caballo en los volantines
Con aire de Septiembre
Para sentir mi aliento que se arranca
Por las noches.
Rosa Elena Sáez, saeta, mariposa, flor abierta de aromas y colores, es Rosa Elena en sus poemas. Ansía y pide, propone con audacia y desenfado. Algo quedo faltando en ese tiempo…cuando el amor pasó por su ventana y encendió la verde primavera con sus aromas irresistibles de pubertad y flores. Algo faltó que no quedó en esa alma doliente que parece recorrer los escondrijos, buscando lo que nunca llegó a hallar. Y el cuerpo espera con las puertas de par en par, con metamorfosis, con quiscas, con explicaciones, “ella desea morir, pero es sólo que quiere dormir – al fin- entre flores”
Jordi Artigas i Coch, multifacético, brillante, acucioso trabajador, minucioso artista, del pincel y de las letras. Poeta y equitador, biólogo, ingeniero agrónomo y entomólogo. Profesor Honoris Causa de la Universidad de Concepción. Nada ha quedado sin que él recorra con su enjundioso cerebro y sus perspicaces ojos de observador. Usa la lupa binocular y se sumerge silencioso en el submundo inframacroscópico y supramicroscópico de los Asílidos, insectos voladores de los veranos de todo el mundo, que son su especialidad en entomología y han merecido centenares de artículos en revistas especializadas del orbe. Vile un día ensimismado, hurgueteando en una lupa binocular las tortuosas y diminutas estructuras quitinosas de la genitalia de los asílidos, requisito indispensable para identificar la especie. El está aquí en esta antología con ese famoso cuento de la mascota de Evaristo Rioseco: un hirudíneo hematófago, que solía adherirse a la piel de las pantorrillas de sus víctimas para extraer el rubro fluido, adquiriendo en definitiva un tamaño enorme. Sin duda ¡espeluznante mascota! la de Jordi Artigas. ¿Cómo evitar ser atrapado por el interés del relato? Imposible. El tema exige seguir leyendo para conocer el intrigante final.
Rocío L”Amar, incansable hormiguita, poeta, escritora, y organizadora de encuentros poéticos y literarios. Nada escapa a su afán y a su capacidad e inteligencia. A todo acto le otorga una cuota de amor no despreciable. Armoniza y orienta los esfuerzos, concluye y materializa las ideas, suele hacer libros y antologías como ésta. Su trabajo poético me sabe superior, me cuesta seguirla en los movimientos de palabras,emociones y rompecabezas que nos pone. Si, rompecabezas, porque en su sencillez, es profunda y a veces parece que quisiera confundirnos, como si ella fura más ligero que nosotros entre el tortuoso camino de la vida, y no es infrecuente, que la perdamos de vista en la intralectura.
Simplemente
Soy una alevilla corcovada
Entre los adoquines sufro descamaciones
Mientras enclueco la muerte en el hermetismo del reloj
Desconfío inclusive de mí.
De la luz sobre los atajos.
Del nacimiento de las torrenteras
Diferentes cosas las tuyas
Un poco más anexas a la punción
Que hace la lluvia con el viento.
Como la lumniscencia a los ojos
Y esa viruta que rueda en círculos hasta el polvo
De la ausencia,
Parece desconfiar también de mí.
No esperes la crónica de mañana
No puedo verte sin ningún dolor de cabeza
Desmochaste el último sangrado
Aunque poco importa.
Enflaquezco de sordera
Simplemente.
Ruperto Concha Cosani, mueve la cola, como los gatos, modorrosamente, cuando quieren atrapar al ratón. Empieza su historia de un modo aparentemente desganado, en un ritmo que va, lentamente adquiriendo sentido, velocidad e interés, y en un dos por tres, el lector está atrapado en la historia del fuego y los demonios, en el devenir de la infancia lejana y tan próxima en el recuerdo.”Mucho le gustaba –al diablo, demonio, lucifer o mefistófeles, como quisiera llamárselo – convertirse en un bebé abandonado que berreaba a todo pulmón en medio de un sandial o de un plantío de maíz. No faltaba el alma caritativa que se le acercaba, lo alzaba cariñosamente en brazos, y entonces, el bebé le echaba una sonrisa traviesa, mostrándole unos grandes dientes amarillitos, con voz ronca le pedía unas moneditas para comprar tabaco y se quedaba riendo( y flotando en el aire), mientras el compasivo, huía dando alaridos”.
Risas, dolores, llantos, susurros, suspiros, gritos de alegría, reclamos, avalanchas de palabras y energías, suavidades , como el ocaso de rojas nubes en lontananza, silencios, el canto de algún pájaro lejano, y el zumbido de una abeja, algo, tal vez nimio que llega a nuestros sentidos, lo cotidiano y lo extraordinario, todo, como la vida misma, es atrapada por el poeta o el cuentacuentos, de un modo que lo hace grato a los ojos de los lectores y le entrega, esa cuota de riqueza que viene del alma, que sólo los sensibles son capaces de atesorar. Cada uno ha dado en esta hermosa obra, lo mejor de si, heterogénea en la temática y en el estilo, en la forma de decir tal o cual cosa, pero, cada obra es el diamante que cada uno de los veinte autores ha entregado para fabricar el hijo que demoró 9 meses en nacer. Tal vez la madre de este hijo sea Rocío L”Amar, y por eso ella lo esperaba con tanta alegría y paciencia, y los autores, también se sienten paternalmente ligados a ella. Gracias a la I. Municipalidad de San Pedro de la Paz, por su aporte e interés, Gracias a Rocío L”amar por su búsqueda incansable y gracias a todos los antologados por su hermoso y valioso aporte. Cien años más tarde, cuando algún niño encuentre un ejemplar de este libro en alguna biblioteca de los abuelos, empolvado y de hojas amarillentas y lo abra, una enamorada volverá a subir al cielo trepando por el rayo de la luna, en aquella noche magnífica de ardor de aquel verano, se escuchará nuevamente el ruido apagado del succionar de la sangre, de la horrible mascota creada por Jordi Artigas, y una poetisa constante y porfiada, seguirá diciendo que hay que enderezar el viento… aunque, para esa fecha, ya ninguno de nosotros – los antologados en esta obra- esté vivo para presenciarlo.
Dr. Medardo Urbina Burgos.
Director
Editorial Isla Grande. Villa San Pedro.
San Pedro de la Paz.