Yo he repartido papeletas clandestinas, /gritando :¡VIVA LALIBERTAD!/ en plena calle desafiando a los guardias armados...” dice el comienzo de uno de sus famosos epigramas, publicados como libro en 1961, en plena dictadura somocista, y que yo llegaría a leer recién en 1973. Los versos siguientes, y finales del poema dicen así: ‘Yo participé en la rebelión de abril:/ pero palidezco cuando paso por tu casa/ y tu sola mirada me hace temblar.”
Aún leídos doce años después de su publicación, e incluso, leídos hoy día, casi seis décadas después, producen un fuerte remezón (o mejor dicho, una nueva emoción) en cualquier lector que cree que en la poesía de amor lo único que puede escribirse y encontrarse son los clichés de siempre, repeticiones de motivos y de palabras tiernas, sueños, maravillas e idealizaciones sin fin.
El nicaragüense Ernesto Cardenal, de la mano de otros poetas anteriores y muy anteriores como los latinos Cayo Valerio Catulo y Marco Valerio Marcial,ambos del siglo I, antes de Cristo, nos enfrenta en Epigramas a unaforma poética que primordialmente exige brevedad y argucia, que como define la RAE, quiere decir: “Sutileza, sofisma, argumento falso presentado con agudeza.” De acuerdo a esta premisa, podemos ver cómo los cuatro primeros versos muestran un yo lírico que defiende con fuerza su lucha contra la dictadura somocista, haciendo que el poema parezca nada más que un grito de guerra y rebelión contra el dictador. Pero al llegar al quinto verso, observamos que el tono cambia radicalmente, al expresar un sentimiento poderoso que se vuelve incluso mayor que su odio a la dictadura: El sentimiento de amor por una muchacha cuya sola cercanía lo hace palidecer y temblar.
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El verdor de la vegetación, el cielo azul sobre las lejanas montañas de la Cordillera de Nahuelbuta y el suave rumor del río cercano…me envuelven en medio del silencio matinal. Estoy en uno de los asientos de la plaza de Santa Juana. Es Domingo al amanecer. El aire diáfano y quieto, besa apenas las tiernas hojas de los tilos –es un día de fines del verano- …y la fresca brisa matinal me trae el tenue rumor del río y el trino lejano de los zorzales que anuncian el amanecer con sus gorjeos. Mucho más allá del relámpago del río, por el Oriente, el sol empieza a dar sus primeras claridades tras las montañas. En ese silencio, siento unos pasos presurosos y allá en una esquina de la plaza veo a una mujer que va camino a la iglesia a la primera misa del día. Por allá canta un gallo, apenas audible, tras el caserío. De pronto un lento traqueteo avanza cadenciosamente hacia la plaza y luego aparece en una de las esquinas la imagen de un campesino que precede a los bueyes y a la carreta de ruidosas ruedas de madera.
Laguna Rayenantu junto al Fuerte de Santa Juana. Botes para paseo de los enamorados.
El hombre se detiene y con él todo su conjunto de elementos campestres y atisba desde esa esquina todos los rincones de la desierta plaza como buscando un lugar adecuado donde detenerse definitivamente. Viene al pueblo a vender los productos del campo: un barril enorme, recostado entre las varas del armatoste, identifica al vendedor de chicha dulce. Bajo un sombrero negro, algo ajado, un rostro delgado y aguileño se asoma por una esquina y escudriña una vez más –indeciso- los rincones de la plaza. Lejos ladra un perro y su ladrido salta sobre las casas y los cercos de madera del pueblo, juguetea un poco con el follaje de los árboles y entra por mi oído derecho sin permiso alguno. Un murmullo suave de pasos presurosos y gente que habla bajito, se acerca al paraje…son algunos fieles con destino a la iglesia. Los primeros sonidos del día comienzan a despertar al pueblo.
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Por: Luis Mancilla Pérez
Profesor y escritor.
Fuerte San Antonio. Ancud 1963. Fotografía: José Caro Bahamonde. Memorias del siglo XX.cl
Yahvé creo la luz sin darse cuenta que también aparecería la sombra, y por eso en Chiloé las cosas siempre resultan algo confusas. La Voz de Castro, que era un periódico de cuatro páginas que aparecía los días viernes, en enero de 1925 comenzó a publicar una serie de artículos referidos al “centenario de la independencia de Chiloé”, extraño si sabemos que los independizados combatieron para no ser independientes. El primer artículo decía que “el 22 de enero de 1826, en Ancud, se juró solemnemente la libertad del archipiélago y la bandera chilena se enarboló por primera vez en el edificio de la Gobernación”. Además informaba que el gobierno había destinado cien mil pesos para las fiestas centenarias cuyo programa se confeccionaría en la capital, se dudaba si tal cantidad llegaría a la provincia. Se decía que esos dineros se invertirán en banquetes y otras festividades que se realizaran en Santiago.
En Ancud había una comisión pro Centenario, en Castro nadie se preocupaba de tales festejos, el periódico castreño decía “es llegado el momento de despertar del sueño con que miramos la fecha memorable del centenario; como chiloenos (no chilotes) olvidemos las pequeñeces”. No hay error “chiloenos” el otro gentilicio escrito entre paréntesis ya estaba contaminado de desprecio y discriminación.
El viernes siguiente se publica que durante el gobierno del renunciado presidente Arturo Alessandri Palma, con motivo del centenario, se destinaron dos y medio millones de pesos “para el fomento de la navegación, escuelas y obras públicas”. Se creía era otra burla del Gobierno igual como sucedió en 1918 cuando se prometió crear en Castro una Escuela Normal de Preceptores, después fue la escuela de Pilotines que jamás crearon, y el ferrocarril de Dalcahue a Mocopulli que no llegó nunca. Al gobierno no “le importaba que en Castro no existiera un colegio de educación secundaria, que las escuelas no tuvieran puertas ni ventanas, que los alumnos tuvieran que estar de pie en la sala de clase porque no había bancos; lo importante era celebrar con patriotismo y regocijo el primer centenario de la Independencia de Chiloé”.
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