Por: Luis Mancilla Pérez
(Extraído del diario El Insular)
Quienes investigan en fuentes bibliográficas o escarban en la memoria de la gente, buscando rescatar acontecimientos ya olvidados, saben que la verdad se construye intentando unir diferentes puntos de vista; y al final de tanto trabajo, la historia que se cuenta nunca es verdadera, indesmentible y perfecta. Eso ha sucedido con la historia que la semana pasada se publicó en este periódico. Eran las aventuras de Ernesto “El Che” Guevara en Chiloé, pero aquello que se creía definitivo resultó ser una historia inconclusa e incompleta; si bien, original, en el sentido semántico del concepto; el origen, el inicio de una historia mayor que contiene variadas aristas.
No fue casualidad que esa crónica la leyera el poeta Carlos Trujillo, quien sabía que el doctor y escritor Medardo Urbina conocía pormenores que yo ignoraba de la estadía de El Che en Chiloé, y programó que nos reuniéramos en una extensa conversación para comentar, analizar y abundar con nuevos detalles lo publicado en El Insular: La tal reunión se realizó en el Bar y Restaurante El Tropezón, ubicado en calle Irarrázaval, la calle más corta y repleta de bares de todo Chile, con sus dos escaleras de cemento que se han ido empequeñeciendo con el tiempo.
Al llegar pedimos dos docenas de empanadas de navajuelas que degustamos bebiendo un tinto carmenere, y tras el primer mordisco, poniéndole una pizca de ají en pasta cacho de cabra, preparado con ajo y cilantro, a cada una de las empanadas. Carlos, que al igual que aquellos buenos jugadores de truco, siempre sabe más de lo que dice, llevó la conversación hacia el tema que nos había reunido. Urbina dijo: “Leyendo esa crónica de viaje me imaginé al Che caminando por las interminables playas arenosas del sur de la Laguna Huelde, siguiendo el río Cipresales, hasta llegar a los acantilados de Quiutil y bajar a la playa del mismo nombre para detenerse a descansar junto al río Cole Cole. Después debió haber seguido por la espesura del bosque impenetrable que hay al norte del río Anay y no creo que hayan andado mucho más porque esa parte sí que es impenetrable y peligrosa, incluso para un aventurero tan superdotado como El Che”. No faltó que entre los parroquianos que escuchaban nuestra conversación hubiera uno de aquellos que buscan la perfección hasta en las invenciones más imaginativas, y dijera: “Creo, amigo, que hay un pequeño error de geografía en los paisajes de su exuberante memoria”. A lo que Medardo Urbina se hizo el sordo.
Lo que aquella noche narró el doctor y escritor Urbina viene a confirmar algo que yo sabía por rumores que perduran en la tradición oral, “habladurías de la gente”, fábulas, invenciones, cosas que no puede confirmar la investigación histórica. Si bien el Che viajó hasta el Pacífico cruzando los lagos Huillinco y Cucao, tras su fallido intento de cruzar la Cordillera de Piuchué por Gamboa Alto, lo que es confirmado por los relatos de la hija del sastre Benavides, y el ya fallecido don Pedro Miranda que vivió su infancia en la profunda soledad de un bosque de lumas, mañíos y avellanos, cuyos renovales aún crecen en las alturas de Llicaldad. También había escuchado que después el Che intentó cruzar hasta la costa del Pacífico por el lado de Pid-Pid, y de lo sucedido en ese viaje el relato de Medardo Urbina abundaba en detalles.
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Fue el poeta y escritor chilote Carlos Trujillo el que nos advirtió.
En efecto, a un grupo de no menos de 140 amigos que él tiene desparramados por todo el mundo, nos dijo que leyéramos con atención los escritos que el Profesor Luis Mancilla publicaba cada viernes en el diario chilote “El Insular”. Y dijo también que él creía que sería muy bueno, y necesario que Mancilla publicara un libro resumiendo las sabrosas historias que suele contar en el diario. Desde esa extraordinaria ocasión, muchos -o casi todos- los amigos del profesor Trujillo, accedimos al link e ingresamos a la página correspondiente del diario. Y así fue cómo cada viernes fuimos leyendo, conociendo, revolviendo los textos publicados en ese diario, bajo la firma de Mancilla. Y fue como haber descubierto uno de esos tesoros que se buscan para “San Juan” en las noches invernales en las pampas y campos de Chiloé, porque fueron apareciendo una de historias, en las que se mezclan equitativamente la realidad y la fantasía, lo material y lo mitológico, el sudor real del caminante avezado y la fábula más exquisita, aportada por la “magia” de la literatura nacida de la pluma de Mancilla y enriquecida en el ambiente prolífico de accidentes geográficos del archipiélago chilote.
Leer a Mancilla es como entrar a otra dimensión del humor literario, ingenioso, dinámico, alegre, espontáneo y simple, como es el diálogo de los pescadores en La Playa de Castro, que Mancilla escuchaba cuando niño, con los primeros destellos luminosos de los diáfanos amaneceres del bordemar chilote. Mancilla dice que uno de los buzos aseguraba que estuvo mucho tiempo bajo el mar mientras sus compañeros le daban a la manivela en ese tiempo de los buzos con escafandra y zapatos de plomo y dice que el buzo no subía nunca. ¡Claro! Era 21 de mayo y por eso se encontró que en lo profundo del mar, se entretuvo apostando a unos pulpos que corrían “carreras a la chilena”. O la de otro buzo mariscador que vio a un pulpo sobre una gran roca que se encontraba predicando el Evangelio ante una numerosa concurrencia de peces de distintos tamaños, pero todos estaban ordenaditos, con las aletas pectorales juntas, como rezando…y ¡calladitos!
Acompañaremos al Che Guevara en su penoso deambular, sudoroso y asmático por los bosques de la Cordillera de Piuchué, por donde –según Mancilla- anduvo –a sugerencia de Pilchitas- acompañado por José Nonque, con miras a iniciar una guerrilla revolucionaria, pero al parecer no pudo con la ferocidad de los bosques de esas montañas y al guerrillero “se le cayeron los pantalones”. También, en otro de sus escritos, acompañaremos a “Mirandare” en su fingido funeral, destinado a eludir el pago de sus deudas a raíz del desastre ecológico que azotó Chiloé, al parecer a causa de la muerte masiva de salmones y la podredumbre de los mares chilotes en ese tiempo…en el tiempo en que “¡Se privó Chiloé!”
Las historias y “sucedidos” de Mancilla, suman y siguen, para alegría y felicidad de quienes lo esperamos cada viernes en las páginas de “El Insular” y lo leemos con un entusiasmo juvenil que echa a volar las penas de los viejos y reverdece ese humor dinámico y espontáneo que se vive en los campos y las playas, en los botes y en los curantos…en fin…en cada rincón de Chiloé.
Los invitamos a ingresar al siguiente link:
www.editorialokeldan.cl/2018/index.php/articulos/315-la-fingida-muerte-de-mirandare
www.editorialokeldan.cl/2018/index.php/articulos/316-sucedidos-en-los-mares-de-chiloe
Medardo Urbina Burgos
Director
Editorial Okeldan.
Para descansar de la seriedad académica de los artículos sobre historia de Chiloé y deseando contagiar con un poco de humor estos días aciagos recomiendo la lectura de este cuento construido con recuerdos que vienen desde la infancia.
Hace añares de años, antes de que por estos lados aparecieran las salmoneras y sus plantas de proceso, mucho antes de las balsas jaulas, cuando el mar era de todos y de ninguno. En esos años cuando no fuimos campeones del mundo por culpa de las habilidades y engaños de Garrincha; la vez cuando la perrita Laika, sola en la noche espacial, anduvo por el cielo ladrando y espantando cometas. En la playa detrás del Mercado de Calle Lillo los pescadores fumaban y compartían un mate en sus botes y mientras descargaban los peces que durante la noche en el mar habían cosechado; sonaban las carcajadas, chillaban las gaviotas, los zarapitos vagaban por la costa, indiferentes a la presencia de los pescadores que alumbrando el día, al regresar de una noche de pesca, habían varado sus botes y ahora esperando compradoras relataban sus sucedidos.
Entre los muchos que allí estaban recuerdo a Sofanor Barrientos que acongojado, se tapaba la cara, para que los otros no vieran su pena, y arrepentido de su inocencia relataba: “Había atrapado una sierra de este porte”; y extiende los brazos como midiendo el bote. “Se lo juro amigo, así de grande, y creo que un poco más. Lo tenía casi arriba de la chalana cuando el pescado mira para abajo del mar y me dice: Atrasito mío viene uno más grande. Le creí, les juro que le creí y lo deje ir; y ahora me arrepiento”.
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